Froilán De Lózar
El hombre es el motor del mundo. Sólo o coaligado con otros, el hombre inventa historias que estremecen, aparatos que impresionan, poemas que nos trasladan a otra dimensión diferente. El hombre y la mujer son los inventores de las máquinas.
Y de las emociones.
Muchas personas se han dejado alma y corazón a lo largo del tiempo intentando allanar el camino para los demás, buscando medicamentos para las plagas. Tanto hemos avanzado que se ha tomado como rutina el complejo acto de hacer latir un corazón de otro en tu pecho.
El hombre ha paseado por el espacio, ha llegado a las profundidades marinas, ha puesto en órbita satélites inteligentes que hoy ya comienzan a influir en nuestras vidas.
Pero la leyenda de la Biblia es una constante en la vida diaria. Caín y Abel, o el hombre contra el hombre; o el hombre contra su invento, matando indiscriminadamente animales, talando bosques, reivindicando patrias a través de la muerte, vertiendo residuos peligrosos a los ríos...
- El mundo está constantemente en guerra. Pero no parece interesar a nadie.
- Millones de personas están muriendo de hambre, pero ese es un asunto insignificante. A nadie le vitorean por dar de comer a sus hermanos. Ese es un hecho lejano y tercermundista que sólo preocupa a quienes alguna vez pasaron necesidad.
- Y finalmente, la tercera reflexión que quería hacerme viene de la mano del periodista castellano-leonés Tomás Val: “A pesar de los pavorosos peligros que nos acechan, el hombre parece la criatura menos valiosa de las que habitan la tierra”.
El hombre ha edificado un mundo para vivir mejor, ha sacrificado su propia vida con la esperanza de encontrar una justa recompensa, pero al volver la vista atrás se encuentra como Pulgarcito y sus hermanos, perdido para siempre en el bosque, porque otros hermanos suyos han inutilizado los caminos que él fue señalizando.
El hombre vive libre o preso, dependiendo de los dictados que impongan los hombres que él mismo eligió mediante voto para gobernar su pueblo.
El hombre, en fin, dispone de su vida para hacerse feliz o machacarse, en una medida que los demás pocas veces entendemos y casi siempre criticamos.
En la novela de Alfonso Rojo, “El ojo ajeno”, se cuenta la carrera desbocada de un individuo, Pablo Ruiz, que deja un día su finca de “El Cantrojal”, situada en Toledo y se instala en el despacho de “La Crónica”, un pediódico de Madrid que él conseguirá llevar a los primeros puestos de venta, manipulando a los testigos, provocando accidentes para lograr la exclusiva de la noticia, matando incluso, y sobornando a policías y políticos. Nada que ver con la historia que Alfonso relata aquellos días para el diario “El Mundo”, como enviado especial a Kinshasa. Los negros de Mandela, depués de años y años de opresión, se levantan contra los blancos. “Blancos, os vamos a matar como a perros”.
El hombre vive atado a las pautas y comportamientos de su raza. A un negro se le ve como a un negro, no importa que sea profesor de instituto o libertador. NO importa el título o la profesión que tenga. Viene de otra tierra. Viene de otra religión. Procede, tal vez, de una patera que logró cruzar al otro lado sin ser vista.
Blanco o negro, gitano o payo, serbio o bosnio, Zapatero o Rajoy, hombre o mujer...
El hombre contra el hombre. Hay como una pauta escrita según la cual no deben coincidir los pensamientos. Un hombre debe tener personalidad y la personalidad parece que se entiende como el afianzamiento a un partido político, a un personaje, a una historia, con la consigna de mantenerse en ella hasta el final, no importa que te arrastre la corriente o que tu bote vaya a la deriva.
Ahora la moda es crearse enemigos: No es de mi partido, no es de mi pandilla, no es de mi religión, es por lo tanto mi enemigo. Y en todas partes parece que te alientan a crear un archivo de amigos y otro de enemigos. Los primeros para que te ayuden hasta en el infierno, y los enemigos para que hablan de ti, aunque sea mal.
El hombre parece haber roto ya todas las barreras, menos las de la incomprensión y las de la guerra. Como Pablo Ruiz, el abogado que dejó las monterías para manchar un periódico de sangre, hemos asumido que vale todo para llegar arriba, que los demás esperan de nosotros una respuesta contundente, una declaración de guerra, una noticia extraordinaria –poco importa el juego que debamos jugar para amañarla–. Tenemos que demostrar a los demás que somos capaces de todo, como obtener la independencia, ganar el tour de Francia o la liga... Ser los primeros a toda costa, rompiendo los tiempos anteriores.
Hemos tenido suerte de vivir. Hemos ido escalando puestos de responsabilidad. Nuestro marco de libertad se ha visto considerablemente ampliado. La comunicación nos abre las puertas a un siglo que se aventura robotizado hasta en las operaciones más sencillas.
Todo parece bueno. Todo parece preparado, pero sigue latiendo una voz interior que mete miedo. El hombre contra el hombre.
©Crónicas Fin de Siglo de Froilán de Lózar para Diario Palentino