Revista Cine
-"Sí, ya sé, ¡pero podría haber sido peooooooooor!"
Evidentemente, Christopher Nolan (productor y coargumentista) y el churrero con presupuesto Zack Snyder (300 gritones/2006, Ga’Hoole: la Leyenda de los Guardianes/2010) han querido partir de cero con este mega-reboot del personaje creado por Siegel y Shuster en los años 30 y que ha merecido innumerables versiones/visiones cinematográficas/televisivas desde 1941 hasta nuestros días. Así, en El Hombre de Acero (Man of Steel, 2013) se cuenta la historia de cómo el poderoso Supermán se convirtió en el periodista con anteojos Clark Kent –y no al revés-, vemos al kriptoniano Kal-El seriamente emproblemado por el peso de sus crísticas responsabilidades redentoras –por lo que cualquier atisbo de humor en el filme está prohibido- y, además, se nos aclara que la celebérrima “S” que lleva Supermán en su traje no es una “S” sino el símbolo kriptoniano de “Esperanza”. Hombre, tantos años que han pasado y aquí uno de baboso sin saber la mera verdad sobre la susodicha “S”. En realidad, la “S” de marras no es el símbolo de la “Esperanza” sino el símbolo de la solemnidad con la que Nolan y su coargumentista batmanesco David S. Goyer han tomado al celebérrimo alienígena criado en Smallville, Kansas. Por ejemplo, ya sabemos que Supermán siempre ha sido una figura crística -criado por una pareja adoptiva, enviado desde el cielo a salvar a la humanidad, se da a conocer a los 33 años-, pero nunca había sido mostrado con tal obviedad este atributo del personaje como en ciertas escenas casi autoparódicas, como en la que un barbado Clark Kent se sumerge en el mar con los brazos extendidos en forma de cruz o, de plano, esa imagen de un Supermán beatífico, flotando graciosamente en los aires cual icono del Sagrado Corazón de Jesús. Otro vicio nolaniano típico es la forma en la que El Hombre de Acero se complica la existencia con sus McGuffins: hay un momento en la película –hacia la última hora, de hecho- que dejé de tratar de entender que estaban haciendo unos y otros. Al parecer, había un disco duro de la nave dirigida por el malévolo supremacista General Zod (Michael Shannon en su gustado papel de Michael Shannon) que sólo se podía detener con otro disco duro que estaba en la nave en la que Kal-El (o sea Supermán, o sea “Esperanza”) llegó a la Tierra. Algo así, no me haga mucho caso. El chiste es que la historia termina siendo confusa, que no compleja, y uno deja de interesarse en lo que pasa en pantalla. Luego, cuando todo parece haber terminado y los ruidosos efectos especiales nos han dejado descansar, sucede que el General Zod no se fue al hoyo negro al que mandaron a todos sus compinches, por lo que el maloso y el “buenote” –así le dice una joven militar a Supermán- se siguen dando de catorrazos durante varios minutos, destruyendo todo Metrópolis (o sea, Nueva York) de pasada. Pero, ¿de plano nada funciona en El Hombre de Acero? Sería injusto afirmar esto. Snyder logra algunas buenas escenas en los flashbacks malickianos en los que el adolescente Clark Kent convive con sus cálidos y decentes padres humanos, interpretados magistralmente por Kevin Costner y Diane Lane. Costner, de hecho, tiene el mejor momento de todo el filme, dramáticamente hablando: el gesto y la mirada con el que se despide de su hijo adoptivo antes de desaparecer del encuadre. En cuanto a Henry Cavill, el nuevo Supermán, me resulta difícil dar un juicio definitivo. Lo cierto es que no tiene muchas oportunidades de lucimiento como actor porque, a diferencia de Christopher Reeve, quien podía alternar su registro heroico en el papel de Supermán con su eficaz vis cómica en el personaje del torpe y tímido Clark Kent, Cavill es dirigido para estar posando siempre muy serio, muy crístico, muy seguro de sí mismo. Muy Supermán, pues. El joven británico da el tipo para Kal-El, sin duda alguna, pero esto no basta para ser un memorable “hombre de acero”. Para eso, hay que tener carisma –yo no estoy seguro que lo tenga- y hay que protagonizar una buena película. Y este filme de Snyder/Nolan/Goyer no lo es.