Revista Cine
Nunca me fascinó Superman. La parte a la que más se inclina mi memoria mitológica es la de Clark Kent cambiándose en cabinas, titubeando, mostrando el lado humano (débil y apocado, en ocasiones) que también era habitual en Peter Parker cuando no trepaba muros. Creo que he visto todas las películas sobre Superman y ninguna está guardada al modo en que lo está algún Batman (los tres últimos merecen el mayor de los respetos cinéfilos) o el Spiderman de Sam Raimi. Lo de hoy, visto a primera hora, en un cine peligrosamente vacío, ay, me ha indispuesto contra el cine grandilocuente, el de la acción testosterónica despojada de propósito, el que solo abre el ojo (imagino que mucho) del espectador novicio, de fácil asombro, muy acostumbrado al vértigo adrenalítico de las consolas, de las que este hombre de acero será personaje fundamental. A lo mejor no hacía falta que se hiciera otra versión. Que se espaciaran más en el tiempo. Ninguna de las recientes (la de Richard Donner es la fundacional y pertinente) ha enganchado al público al modo en que Christopher Nolan logró hacer que su Batman anclara definitivamente en el imaginario popular y en la caja, que pide a gritos franquicias.
Zack Snyder (300, Watchmen, Sucker Punch) es un cineasta nervioso, carente de la hondura moral de quien produce (otra vez el mesiánico Nolan) y con mayor interés en hacer una versión rompedora (lo es por muchos motivos) que sencillamente una buena película. No lo es en absoluto. La lastra esa sensación de espectáculo aparatoso, consciente de que los personajes deben tener un peso narrativo, pero espectáculo atronador, al cabo. La última media hora es un carrusel de destrucción absoluto. No creo haber visto en una pantalla un despliegue más convincente de edificios que se caen, coches que vuelan y ciudades enteras que escenifican el apocalipsis con el que muchos creadores de videojuegos sueñan. Dame demolición, dame ángulos de cámara imposibles (aunque fríos como un cubito de hielo en plena nuca) y yo llenaré la sala. No sé si el género es el que está agotado o soy yo, sencillo consumidor de cine de evasión, aunque moderadamente exigente a pesar del embolado en el que sé que me meto. Eso de ser de la Marvel o de la DC Comics hace que uno perdone estos deslices. En cuanto anuncie un hombre de acero dos, abonaré en taquilla y me sentaré (si es posible con mi hijo, que piensa como yo a poco que se le hurga) en una buena fila para que el destrozo se aprecie con más limpieza.