Una de las películas más absurdas que he visto en mi vida es El Sol del Membrillo: una especie de documental narrativo de Víctor Erice que trata de la imposible misión de pintar un cuadro por el pintor Antonio López.
La película no me gustó nada, pero trata de un tema que me parece emocionante. Por eso quiero hablar de ella.
El cineasta Víctor Erice me entusiasma. Sus películas El Espíritu de la Colmena y, sobre todo, El Sur (que sufrió una de las traiciones más canallas de la Historia del Cine, tal vez sólo comparable con la de El Cuarto Mandamiento -The Magnificent Ambersons-, de Orson Welles) son obras maestras, ricas, profundas, emocionantes.
Entiendo (quiero entender) que El Sol del Membrillo le interesó a Erice por lo que tenía de aventura llamada al fracaso, de sueño imposible.
Antonio López tiene un membrillero en el patio de su casa, y se propone pintarlo. Va a tardar bastante tiempo, como suele ser habitual en él, y por ello, para ser lo más preciso posible, marca en el suelo el emplazamiento exacto del caballete, para tener cada día el mismo punto de vista.
Empieza a manchar, a "hacer cama", y la cosa parece que va por buen camino. Pero en seguida se topa con cientos de callejones sin salida.
La luz cambia constantemente, se nubla, sale el sol, pasan las horas, cambian las sombras... Para colmo se tira lloviendo algunos días. Todos sabemos (sobre todo él) que jamás va a poder terminar el cuadro.
El tiempo mejora y el artista reanuda su trabajo. Va consiguiendo triunfos parciales, menores, pero surgen otros problemas, tan ínfimos como abismales: Los membrillos crecen, van engordando, pesan un poco más cada día y ese peso les hace descender unos milímetros.
Antonio López tiende hilos entre las ramas del árbol, para hacer una cuadrícula de encaje y referencia. Y marca los membrillos día a día (o semana a semana) para comprobar cuánto descienden y, por lo tanto, cuánto se le salen de su encaje. También marca las hojas, porque declinan.
El membrillero está vivo, y se ha propuesto cargarse el cuadro de Antonio López, quien, ciego por sus obsesiones, sigue y sigue trabajando, ante un modelo que, literalmente, no se deja pintar. No se está quieto y se le escapa.
No me gusta la película. No me gusta ese tipo de pintura. No me aporta nada y lo considero un esfuerzo inútil.
Pero, por otra parte, lo que cada día me gusta más y me produce mayor respeto son los esfuerzos inútiles.
Día a día, mientras pinta, charla con un amigo y expresa sus opiniones y convicciones, pero, sobre todo, sus obsesiones.
Un día van a verle unos japoneses. Son un chico y una chica jóvenes, que miran con atención la obra de Antonio, quien amablemente les explica. Me imagino (no sé por qué) que los japoneses son los únicos que pueden entender al artista, pero de repente la chica le hace la pregunta que yo llevo haciéndome durante toda la película: "¿Por qué no le saca una foto?"
Antonio López, pasmado, atónito, no atina a contestar: Es algo tan obvio y al mismo tiempo tan absurdo... Dice: "No, no. No puede ser..." La japonesa se conforma con esa explicación tautológica (No porque no), pero yo me lo sigo preguntando. ¿Por qué no le saca una foto?
Vale. Es como si la joven le hubiera preguntado: "¿Por qué no pinta usted a la pata coja y recitando La canción del pirata al revés?" Antonio López habría mirado exactamente igual a la muchacha. (Con paciencia, con educación, con la convicción de que estaba completamente loca).
Yo pinto (muy poco y muy mal) y entiendo perfectamente la sensación de pintar del natural, sin la mediación ortopédica de una fotografía. Pero es que yo pinto rápido, y en todo caso no me preocupa la precisión milimétrica, sino que intento captar la impresión, la luz, el color.
Por lo tanto, no entiendo esa pintura tan lenta, tan obsesiva, tan cansina.
(Aunque, como digo, a estas alturas del partido si algo me merece el máximo respeto son las obsesiones de los demás).
Ante la (obstinada) negación a dejarse ayudar por una fotografía, Antonio López muestra su desamparo y su fracaso, la imposibilidad de apoderarse de la realidad, de salirse con la suya. (Hay que reconocer que es un sentimiento muy compartido por Erice, otro brillante y glorioso fracasado).
Siento que todo esto es un sueño imposible y me viene a la cabeza la canción "sueño imposible" de la película El Hombre de la Mancha, que vi en su día completamente doblada al castellano (incluso las canciones). No sé por qué, después de tantos años, me ha venido a la mente aquello de "soñar un sueño imposible", que cantaba (ya digo que en español) Peter O'Toole hace mil años.
No lo encuentro en español por Peter O'Toole. Por desgracia la
sensatez se ha impuesto, y aquí está en V.O. con subtítulos
Y voy a titular esta entrada "El sueño imposible" cuando me doy cuenta de que Antonio López es también "El hombre de la Mancha". Así lo titulo, pues, y recuerdo además que hay otro hombre de La Mancha que le homenajea:
En resumen, que por encima del modo de pintar de Antonio López celebro su afán por pintar y por enfrentarse al problema irresoluble, y aplaudo que su fracaso sea a tumba abierta, desnudo y lleno de honradez. Ojalá mis fracasos fueran tan nobles.
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