Para los que tenemos ya cierta edad, el caso Roldán es un asunto que recordamos como relativamente reciente, pero resulta que han pasado ya casi veinticinco años de aquella tragicomedia que tuvo en vilo a todo el país y que fue la puntilla para un gobierno socialista ya debilitado por anteriores casos de corrupción. Aquella época que empezó en el año 82 no ha sido todavía sufientemente explotada por el cine, la televisión o la literatura. Fue un periodo de grandes contrastes, aunque visto en perspectiva parece que en general fue positivo para consolidar nuestra democracia, aunque los responsables políticos de aquella época no pudieron evitar que de vez en cuando las alcantarillas del Estado, con todo su hedor y podredumbre, salieran a la palestra pública, dando lugar a telediarios muy entretenidos y a especulaciones en todos los bares de España acerca del destino de Roldán, que se vieron sazonadas por exclusivas tan llamativas como las fotos que llegaron a salir en la revista Interviu en la que el ex director de la Guardia Civil posaba en calzoncillos en plena orgía - bastente cutre, por cierto - con unas cuantas prostitutas.
En este ámbito sombrío se movía como pez en el agua un personaje que los españoles conocieron por aquella época. Se trata de Francisco Paesa, un colaborador de los Servicios Secretos españoles del que se decía que había estado implicado en los GAL y en otros mil turbios asuntos. Seguramente las palabras que lo definen mejor son unas que pronuncia en un diálogo de la propia película: "Mi única patria es el dinero". Paesa era, más que un hombre de mil caras, un hombre del que jamás conoceremos su verdadero rostro, su verdadero carácter y las verdaderas intenciones de sus actos, más allá de su provecho personal. Quizá ni él mismo sabía muy bien quien era y se dedicaba a improvisar. Ahora bien, en eso era magistral. Su mejor obra es que, habiendo salido en todos los telediarios de la época, al español medio no le haya quedado la más mínima reminiscencia de su figura. Quizá la película de Rodríguez retrate la verdadera dimensión del personaje y su protagonismo en la penumbra en un caso en el que se implicó plenamente: su olfato le advirtió desde el primer instante que podía ser el mayor pelotazo de su vida.
El propio Alberto Rodríguez, en una entrevista que concedió a la revista Dirigido, explica cuales eran sus motivaciones al rodar El hombre de las mil caras:
"La memoria inmediata histórica parece que se nos ha borrado, había que recuperar la idea del terrorismo de qué significaba en nuestro país, de los GAL, incluso la propia historia de Roldán que parece diluida en el colectivo popular. Era un sobreesfuerzo tratar de incluir toda esta información dentro de la película y que al mismo tiempo no perdiese su elemento cinematográfico."
El propio Roldán (Carlos Santos), es un secundario dentro de su propia trama, absorbido por el absoluto protagonismo de un Paesa, del cual es rehén a su pesar. Roldán aparece con una eterna cara de perplejidad, la de aquel que ha caído en un pozo profundo precipitándose desde las alturas. En un determinado momento, cuando comprende que no solo es el villano, sino también el hazmerreír de toda una nación comprende que es el más absoluto de los perdedores y que los millones que ha ido acumulando durante años con sus tropelías en las arcas públicas, van a acabar en manos de un tipo mucho más listo que él, el tipo al que le gustaría parecerse. Junto a ellos, Jesús Camoes (José Coronado), es una especie de hombre muy distinto. Si está metido hasta el fondo en todo este embrollo es más por espíritu de aventura que por otra cosa. Camoes es uno de esos seres que disfrutan con el peligro, con esa sensación de incertidumbre que se produce cuando lo arriesgamos todo a una sola carta. Y la carta de Paesa (magistral Eduard Fernández) era una que ni siquiera se podía interpretar aunque se mirara de frente.
Con El hombre de las mil caras, el director de La isla mínima sigue la senda de sus magistrales retratos de la España más reciente, la del milagro económico que esconde entre su subsuelo muchos más cadáveres y muchas más vergüenzas de las que podemos imaginar.