De nuevo me encuentro escribiendo con objeto de reiterar lo dañino que resulta para el debate de las ideas el ejercicio del mal predominante en nuestra opinión pública actual: la frivolización. Esta vez me gustaría referirme al término "neoliberalismo".
La idea del neoliberalismo, el gran concepto vacío de nuestro tiempo, ha conseguido erigirse como el escudo bajo el cual verter ríos de tinta en contra de los defensores del libre mercado. Como agudamente señala Carlos Corrochano en su artículo "Repensar el prefijo Neo", "Asistimos con excesiva asiduidad al abuso indiscriminado del término "neoliberal" por parte de una izquierda política poco academizada, un progresismo social muy impreciso, y una intelectualidad posmarxista demasiado alejada del campo de batalla práctico".
Una de las confusiones comunes a las que lleva esta "colorida piñata de liberales" usada por los socialistas para asestar palos "tan vacíos como sus ideas" en palabras de Alfredo Bullard es introducir en un mismo saco modelos socioeconómicos, escuelas de pensamiento e ideologías dominantes. Un ejemplo es David Harvey, quien en su libro El nuevo imperialismo yerra profundamente al identificar economistas como Mises o Hayek con los primeros teóricos del neoliberalismo. No existen 'teóricos del neoliberalismo', existen pensadores liberales, neoclásicos, austriacos, todos ellos con diferencias en sus planteamientos y ocupando casi siempre una posición marginal en los círculos académicos, habiendo sido también habitualmente denostados por la práctica totalidad de la clase política. Ningún intelectual se autodenomina 'neoliberal', sino todo lo contrario: austriacos como el profesor Rallo no dejan de manifestar su irritación al ser tildados de neoliberales, un apelativo que lejos de reflejar una corriente de pensamiento consolidada, es a todas luces un calificativo peyorativo.
En relación con esta caricaturización hecha por autores como Harvey de reconocidos pensadores de la Escuela Austriaca -dicho sea de paso, radicalmente opuestos a los preceptos que el geógrafo marxista les atribuye- como meros integrantes de think tanks al servicio de las clases dominantes podemos referirnos a una visión apriorística de la realidad económica que un análisis un poco más cuidadoso demuestra poco veraz.
Ni mucho menos quisiera mostrarme como un fanático del laissez-faire, un dogmático creyente en el mercado como la panacea más absoluta, ni tampoco un defensor o aspirante a un supuesto capitalismo ideal. Como argumentaba en un reciente artículo el filósofo Slavoj Žižek, este asunto acaba convertido en una mera cuestión nominal sobre si vivimos en un capitalismo real o no, al igual que la eterna discusión análoga referida a la URSS.
[Lo que preocupaba era] la defensa de la pureza del concepto: si las cosas no salen como deben al construir una sociedad socialista, eso no invalida la idea en sí, sólo significa que no se ha aplicado correctamente. ¿No detectamos la misma ingenuidad en los fundamentalistas del mercado?
Sin embargo, es interesante referirnos en este punto al artículo "Mises against the neoliberals", en el que de forma muy lúcida Ryan McMaken expone que, a diferencia de los marxistas 'puros', los defensores del libre mercado no necesitan argumentar que el sistema que proponen es perjudicial porque no se ha aplicado suficientemente, ya que los beneficios del laissez-faire ya son patentes, incluso aunque estos no se hayan llevado hasta su máxima realización: los mercados ya han ganado una 'victoria parcial'.
Laissez-faire liberals have never had to claim this since only a partial movement toward freer markets can be shown to increase standards of living, ceteris paribus. [...] Neither Chile nor Venezuela are "free-market" regimes by any sttretch of the imagination. However, the difference in relative economic freedom between the two countries is significant.
Creo que no cabe duda de que vivimos en un mundo capitalista, pero de igual manera considero que tampoco la habrá si afirmamos que nuestro sistema está basado enteramente en lo que se llama una economía mixta, donde el Estado posee una alta influencia en los negocios y constituye uno de los agentes económicos más potentes. Por ende, lo que quiero remarcar es que necesitamos ser rigurosos en el análisis y tratar de identificar si, a pesar de reconocer que existen y pueden existir market failures, muchos de los defectos de los que adolece nuestro sistema actual no podrían ser atribuibles a esta relación de simbiosis entre lo público y lo privado, y no algo consustancial al propio mercado.
Una vez esclarecidas algunas de las confusiones terminológicas más habituales me gustaría, no obstante, romper una lanza a favor del discurso izquierdista y reconocer lo acertado del análisis que, si bien atribuyendo erróneamente las injusticias y errores del sistema al capitalismo, sí considero certero y difícil de negar. Aunque no usaría el término neoliberalismo por las connotaciones retroactivas e ideológicas que tiene, suscribo que gran parte de las relaciones socioeconómicas predominantes (en menor o mayor grado) en los países actuales están regidas por los privilegios de determinadas oligarquías que, sustentadas en flujos de concesiones preferentes élites-Estado, se erigen como los principales beneficiados por los tratos de favor institucionales en detrimento de los grandes perdedores: la sociedad civil. Como bien señala Harvey no podemos obviar el crucial papel que ha tenido el Estado moderno en la acumulación de capital, constituyéndose como el gran benefactor de los grupos concentradores de poder y ejerciendo como nexo entre la expansión del poder político y la dinámica también expansionista del capital. Así pues debe destacarse que tanto para los socialistas como para los liberales, ambos preocupados por la acumulación de poder y riqueza ilegítima en grupos oligárquicos, el Estado es el organismo que más favorece dicha concentración de poder y riqueza. Es a partir de aquí donde las divergencias socialistas y liberales afloran, puesto que desde el liberalismo siempre se ha defendido una reducción del peso del Estado y una limitación de su capacidad de acción como medio para evitar lo que Harvey llama "acumulación por desposesión", mientras que desde el socialismo se promueve de forma contradictoria una nueva acumulación originaria por parte del Estado (reforma agraria, socialización de los medios de producción, etc.) como forma de solventar esta reciprocidad entre oligarquías y Estado, esto es, resolver una problemática sostenida por el Estado mediante un reforzamiento del Estado, luchar contra un problema de concentración de poder concentrando más poder.
Y es que el neoliberalismo reaganiano, siendo una 'ideología de tercera vía', constituye una mezcla dañina entre intervención gubernamental y un laissez-faire limitado. Volviendo al artículo de McMaken: "Neoliberalism's support for central banking, huge corporate bailouts, and the regulatory state are indeed damaging and the source of much poverty. These neoliberal policies contribute to business cycles while rewarding politically-favored firms and industries at the expense of ordinary taxpayers."
De aquí emerge el error capital del análisis socialista. Lo que ellos identifican con "neoliberalismo" no es sino un cúmulo de relaciones clientelares contra las que el propio liberalismo teórico trata de luchar, un neomercantilismo, un crony capitalism combatido férreamente por la tradición liberal. Y es que la extensión de las sociedades de mercado no necesita de una imposición coactiva previa por parte de un poder estatal. Que un Leviatán cada vez más sobredimensionado se sirva de elementos capitalistas como las privatizaciones (generalmente concesiones a amiguetes y no una devolución de la propiedad a la sociedad civil) no implica que vivamos en una sociedad predominantemente neoliberal y 'secuestrada' por el libre mercado. No somos ingenuos: obviamente, todos los agentes económicos ansían fervorosamente la situación monopolística, es lógico que a las empresas no les interese la competencia sino que para ellas el estado ideal sería aquel en el que ningún competidor amenazase su situación económica. Ahora bien, ¿podemos por ello afirmar que el resultado inexorable de los procesos de mercado es la creación de situaciones oligopolísticas? ¿O no se debe por el contrario a la garantía por parte del poder estatal de privilegios y concesiones para el sustento de monopolios que de otra forma serían progresivamente eliminados por la competencia libre en el mercado?
En conclusión, es cierto que vivimos en gran medida a la sombra de relaciones privilegiadas entre élites extractivas y en un mundo excesivamente bancarizado en el que las instituciones financieras gozan de una capacidad de influencia y distorsión terribles, pero no podemos olvidar que estas se mantienen gracias a la concesión por parte del Estado de tratos preferentes que contribuyen a la redistribución de ingresos de grupos desorganizados a grupos organizados. Es por ello que carece de sentido achacar estos males a un predominante 'neoliberalismo': la confusión de mercantilismo sostenido por entes públicos con liberalismo económico es estúpida en tanto en cuanto el pensamiento liberal se opone frontalmente a este tipo de relaciones privilegiadas. Volviendo como colofón al artículo de Bullard:
Es el legado de la paradoja socialista. Se llama mercantilismo y que, con mucha ligereza, suele confundirse con el liberalismo, a pesar de ser su antónimo. [...] Toman características de diversos grupos y las mezclan para crear un falso liberal. Construyen muñecos con atributos que pertenecen a los rivales del liberalismo. El "neoliberal" es un mamarracho impostado, creado al combinar un poco de conservadurismo, otro poco de mercantilismo, mucho de utilitarismo, algo de autoritarismo (los llaman "fachos") y una dosis de intolerancia. Luego, para posicionar su idea, acuñan frases como "no hay que confundir libertad con libertinaje", "tiene posiciones pro empresa", "son anticonsumidores" o "defienden la libertad para proteger el estatus de los ricos y los poderosos".
Si te ha gustado el artículo, puedes apoyarnos usando Dropcoin.