Si la encuesta navideña del Times la realizáramos en Cuba, el personaje del año sería Mauricio Claver-Carone. Desde hace casi un siglo, la revista ha dedicado sus portadas más célebres a héroes o a villanos -el Papa Francisco y Adolfo Hitler; Albert Einstein y Osama Bin Laden…-, y este señor, de madre cubana y padre español nacido en la Florida, ha ganado en el 2019 con sobrada ventaja la corona de malvado en el nido de escorpiones que es la Casa Blanca de Trump.
En agosto de 2018 asumió el cargo de asesor de Seguridad Nacional para América Latina, y en septiembre pararon en seco todos los intercambios y negociaciones entre Cuba y Estados Unidos, un hecho inédito en 60 años de tensa vecindad, en los que no faltaron canales de diálogo ni en los momentos más gélidos de la Guerra Fría. Los historiadores Peter Kornbluh y William LeoGrande, en su monumental Diplomacia encubierta con Cuba, han demostrado que las conversaciones entre los dos países se mantuvieron incluso cuando el Pentágono fantaseaba con bombardear e invadir a la Isla durante la administración Kennedy.
La hostilidad siempre ha estado ahí, como el dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso, pero con Mauricio Claver-Carone la obsesión cubana en el gobierno de EU y la escalada de sanciones ha llegado a niveles de vértigo. No por gusto el Senador Marco Rubio, otro odiador profesional de Cuba y su padrino político, declaró a The New York Times: “Una vez que Mauricio entró (a la Casa Blanca), la política entró en la hiper-velocidad”. Y tiene razón. Al menos una vez a la semana se dicta una nueva medida que no solo deja sin efecto lo poco que avanzó Barack Obama en la normalización de las relaciones, sino lo mínimo que había quedado en pie con George W. Bush, el presidente que limitó a los emigrados cubanos a solo un viaje familiar a Cuba cada tres años y prohibió las visitas a los primos y a los tíos bajo el alegato de que “esos no son familia”.
El goteo de sanciones se alimenta de un odio enquistado durante 60 años en la estructura de poder estadounidense; un odio extremo, irracional, absoluto, pero que se extingue con aquellos que tuvieron propiedades en la Isla y se recicla en una generación de advenedizos, que se ha beneficiado económicamente de la industria anticubana. Claver-Carone es el típico producto de esta circunstancia. Fue cofundador y director del Comité de Acción Política para la Democracia de Cuba, de Estados Unidos (USCD PAC), uno de los grupos a favor del bloqueo más activos en Washington, cuyo objetivo es recaudar dinero para apoyar a los congresistas cubanoamericanos, y que, según los registros de la Comisión Federal Electoral, gastó alrededor de 680 000 dólares en las elecciones que llevaron a Trump a la Presidencia.
The New Yorker lo retrata como “un típico abogado del sur de la Florida, conocido entre los políticos de Washington por su punto de vista extremista, todo-o-nada, sobre Cuba”, mientras The Global Americans afirma que es alguien que no duda en mentir sobre la isla que jamás ha visitado. En su blog Capitol Hill Cubans, ha asegurado que la conectividad a internet ha disminuido y hay menos personas que trabajan por cuenta propia en la nación caribeña, dos noticias demostradamente falsas.
“Es el típico arribista que cuando no está en el poder, su única preocupación es ganar dinero con la maquinaria anticastrista. Pero cuando está en el poder, se prepara para el momento en que no esté ahí y tenga que seguir ganando dinero”, lo describió un académico estadounidense, que participó en un evento reciente en el Instituto Internacional de Relaciones Internacionales (ISRI), de La Habana.
Otro analista de la Florida, que también prefiere no develar su identidad ante posibles represalias contra los críticos de Trump que viajan a Cuba, describe a Claver-Carone como alguien que antepone su trabajo de lobista por encima del interés nacional de Estados Unidos: “Es poco profesional, todo lo mira bajo el prisma de su obsesión cubana y apenas conoce la región”. Hace un año le prometió a Trump que en pocos días se derrocaría al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, y “al igual que Marco Rubio, engañó a su presidente sobre la verdadera popularidad de Guaidó y acerca del apoyo internacional que supuestamente recibiría” el autoproclamado mandatario venezolano.
También lo describen como un abogado oscuro, sin don social y con una discreta exposición mediática hasta la investidura presidencial de Alberto Fernández en Argentina, cuando, precipitadamente, canceló citas y anunció a los periodistas que se iría de Buenos Aires sin asistir a la ceremonia. Claver-Carone dijo que quería evitar “la desagradable sorpresa” de encontrarse con el ministro de Comunicación de Venezuela, Jorge Rodríguez, o con el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa, “como si un funcionario de esa jerarquía que viaja desde Washington no supiera con quién se va a topar”, comentó Página 12.
Quizás el verdadero problema para Claver-Carone es Miguel Díaz-Canel, invitado por Fernández al acto presidencial. El “hombre del año” de la Casa Blanca prefirió esquivar un inevitable cara a cara con su fracaso, personificado en el mandatario caribeño, quien en la última sesión del Parlamento cubano en 2019, hace cinco días, invitó a esperar el nuevo año con una gran fiesta: “Que nuestras plazas urbanas y rurales se llenen de música y de alegría. Hay todas las razones para festejar. En el año 61 de la Revolución, nos tiraron a matar y estamos vivos.”