El hombre del salto es una obra de prosa contemporánea del autor norteamericano Don Delillo.
Esta es la segunda novela de Delillo que leo después de quedar gratamente impresionado con Ruido de fondo.
La gran diferencia entre las dos obras es que Ruido de fondo es muy amena y ácida, mientras que El hombre del salto es sombría, debido a que toca un tema bastante sensible en la fibra norteamericana, el ataque a las Torres Gemelas en el 2001.
Primero, Delillo escribe con el estilo posmoderno, no es un betseller, no es un thriller, los cuales detesto y no hubiera leído. No esperen un Tom Clancy o Thomas Harris, DeLillo escribe bajo la escuela de Thomas Pynchon, James Ballard o John Dos Passos. No es una historia prefabricada para emocionar, es diseccionar analíticamente un evento.
Lo más cercano a un protagonista en la novela es Keith Neudecker, un hombre que sale de las Torres Gemelas con un maletín ajeno, por la confusión, maletín que luego entrega a una mujer que también escapó de la catástrofe.
Keith regresa con su mujer, Lianne, de quien estaba separado. Los dos, junto a su hijo Justin, sufren las heridas emocionales del evento.
El ritmo del libro es fracturado a propósito, a veces se torna confuso, los personajes no están desarrollados como se esperaría de una obra profesional. El tema es muy trillado. Pero es hipnótica.
Lo que salva la obra es la cadencia, ese ritmo poético que no se detiene, esa confusión y aprensión y paranoia y la compresión del pueblo norteamericano de que son solo uno mas entre muchos, ni los mejores ni los primeros ni indestructibles, la traición, el llanto acallado.
El hombre del salto es la famosa foto del hombre que se lanzó, presa del terror, desde lo alto. En la novela es también un artista de performance que realiza peligrosos saltos como catarsis.
Ingresé a Goodreads y encontré muchas personas quejándose de que la obra no tiene una trama solida, no se que diablos esperaban de una novela de Delillo. La vida real no es solida. No estas en control, nadie lo esta, es una ilusión.
Tengo un fragmento de La chica ahogada, de Caitlin R. Kiernan que explica lo que siento mejor que yo:
No empecé todo esto para someterme a la tiranía del argumento. Las vidas no se desarrollan en pulcros argumentos, y el peor artificio es persistir en la creencia errónea de que las historias que contamos deben ser forzadas para moldarse al argumento, narraciones lineales de la A a la Z, tres actos, los dictados de Aristoteles, tensión dramática creciente, clímax y tensión decreciente. y más específicamente el artificio del desenlace. No veo muchos desenlaces en el mundo; nacemos y vivimos y morimos. Y al final solo queda un feo montón de asuntos inacabados.