Título: El hombre en el castillo (The man in the high castle)
Autor: Philip Kindred Dick, prolífico escritor de Ciencia-Ficción, renovador del género y uno de sus principales representantes. Recibió, entre otros, un Hugo y un John W. Campbell memorial. La experimentación con drogas psicoactivas parece influir notablemente en su obra, aunque él lo negaba. Sus problemas mentales (brotes psicóticos, paranoia, delirios y visiones) fueron responsables, en gran medida, de que viviese y muriese al borde de la miseria. En KindleGarten lo conocimos con su novela "Ubik".
Género y estilo: Es una novela de Ciencia-Ficción blanda, y una ucronía: una historia alternativa a la real, a partir de que un hecho concreto del pasado hubiese sucedido de manera diferente. Es también una distopía, en cuanto especula con una realidad indeseable.
Qué cuenta: Las historias personales de un anticuario, un metalúrgico y una instructora de judo estadounidenses; un mandatario japonés y un espía alemán, en una realidad en la que la II Guerra Mundial fuese ganada por las fuerzas del Eje y no por los aliados. Estados Unidos, que no habría participado en la contienda, estaría dividida en tres zonas, dos bajo dominio japonés y alemán, y una libre.
"El hombre en el castillo" no es la primera ucronía escrita, pero sí es la novela que marcó las pautas del subgénero, y la que definió la forma de especular con historias alternativas a partir de puntos de inflexión, es decir, "¿qué habría pasado si...?". Por ella, Philip K. Dick recibió el Premio Hugo en el año 1963 [Por desgracia, el Hugo es un premio sin dotación económica, así que no contribuyó a aliviar su penosa situación monetaria, a no ser que empeñase la estatuilla que se recibe como toda conmemoración]. Forma parte de la lista de David Pringle (las cien mejores novelas de Ciencia-Ficción).
El escenario ideado por Dick es el verdadero protagonista de la novela, que carece por lo demás de un personaje central. Esta situación ucrónica es un contexto imaginativo y original, y entiendo que en su día debió ser rompedor, más aún si tenemos en cuenta lo reciente que estaba aún la contienda. Vamos a verlo:
La trama transcurre quince años después del armisticio de la II Guerra Mundial, que ha finalizado en 1947, en vez de en 1945, con la victoria del Eje (Alemania, Japón e Italia) frente a los aliados. El presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt ha sido asesinado antes de su segundo mandato, por lo que nunca desarrolló el Big Deal, Estados Unidos no ha superado la Gran Depresión y es un país deprimido que no ha participado en la contienda armada. Las potencias vencedoras se reparten el mundo: Alemania posee toda Europa (Rusia incluida), Asia central, el África subsahariana y parte de Sudamérica. Japón domina el Pacífico, Oceanía, Asia oriental (incluidas China y la India) y la mayor parte de Sudamérica. Italia (que nunca depuso a Benito Mussolinni y no cambió de bando) posee el norte de África y lo que fue el mar Mediterráneo, que ha sido desecado y convertido en inmensos campos de cultivo.
Mapamundi político de la novela [fuente: Wikipedia]
La peor parte se la han llevado los pobladores de África y Europa oriental, pues los alemanes se han dedicado al exterminio masivo y sistemático de todas las personas de raza negra, judía y eslava. Es especialmente por esta causa por lo que "El hombre en el castillo" se puede caracterizar como distopía.
Y Estados Unidos, mientras tanto, ha quedado divida en tres grandes zonas: los Estados Pacíficos de América, bajo mandato japonés; los Estados Unidos de América, bajo mandato alemán; y los Estados de las Montañas Rocosas, una franja central de territorios libres empobrecidos y poco prósperos.
La carrera espacial la monopoliza Alemania, que está explorando el Sistema Solar y posee el mayor desarrollo tecnológico y científico del planeta. Las dos superpotencias, Alemania y Japón, mantienen una relación que podríamos calificar como de cordial indiferencia: se reparten el mundo e intentan no intererferirse mutuamente, por sus cosmovisiones diametralmente opuestas.
Así, vemos que, aunque ambos pueblos son eficientes administradores, los japoneses son unos gobernantes severos pero justos y respetuosos con sus sometidos, mientras que los alemanes son despóticos. Por ejemplo:
"—Durante la guerra —dijo el señor Tagomi— fui un funcionario menor en el Distrito de la China. En Shangai. El gobierno imperial mantenía allí un campamento de judíos, y el ministro nazi en Shangai nos exigió que los aniquiláramos. Pedí consejo a mis superiores. La respuesta fue “nos oponemos por consideraciones humanitarias”. Rechazaron la exigencia como muestra de barbarie. Me impresionó."
Dos factores, que además están en estrecha relación entre sí, son destacables a la hora de analizar "El hombre en el castillo":
El primero es la omnipresencia del I Ching, el milenario "libro de los cambios" o "libro de las mutaciones" chino, un antiquísimo texto oracular taoísta cuyo uso cotidiano introducen los japoneses en los Estados Pacíficos de América, y que las personas de ambas nacionalidades consultan a la hora de tomar cualquier decisión complicada.
El propio Philip K. Dick empleó el I Ching para escribir la novela, y en ello justifica los giros argumentales que menos convencieron a los lectores y, en teoría, a él mismo. Por mi parte, ya os anticipo que el final me resultó algo desconcertante. Luego volveremos sobre esto.
El segundo factor es la existencia, dentro de "El hombre en el castillo", de otra novela que es la ucronía correspondiente a esa realidad, pues narra el curso que habría tomado su historia si los aliados hubiesen resultado el bando vencedor de la II Guerra Mundial. Dicha ucronía se titula "La langosta se ha posado" [frase tomada de un versículo de la Biblia, y que ha dado nombre a infinidad de publicaciones sobre Ciencia-Ficción] y es obra de un estadounidense (de los Estados de las Montañas Rocosas) llamado Hawthorne Abendsen quien, al igual que Dick, la ha escrito usando el I Ching.
"La langosta se ha posado" y su autor son uno de los ejes de la trama, y de hecho dan nombre a la obra, pues "el hombre en el castillo" es Hawthorne Abendsen, que, según la solapa de su libro, vive recluido en una casa fortificada, provisto de un arsenal imponente. Mientras que "La langosta se ha posado" está prohibido en los Estados bajo dominio alemán, los japoneses lo permiten y ellos mismos lo leen. Más aún, el intento de asesinato de Abendsen por parte de un espía alemán es uno de los hilos argumentales que Dick maneja.
Como ya comenté arriba, el final de "El hombre en el castillo" me resultó algo desconcertante, y requiere un poco de abstracción por parte del lector. En cualquier caso culmina una de las ideas que transmite el autor: existen múltiples realidades, o múltiples formas de la misma realidad, cuyas diferencias vienen marcadas por puntos de inflexión, por hechos que ocurrieron de una manera distinta en cada una de ellas. Estas diversas realidades se pueden atisbar a lo largo del texto. Por ejemplo el señor Tagomi, el dignatario japonés que tiene uno de los papeles principales, se moverá sin quererlo a nuestra realidad, encontrándose un San Francisco muy distinto al que conoce: entre otros detalles sustanciales, entra en un bar donde los hombres que ocupan la barra no le ceden el sitio y se dirigen a él con hosquedad y sin el respeto debido a los japoneses al que está acostumbrado.
En cuanto a la trama, al argumento en sí mismo, "El hombre en el castillo" es una novela coral, donde como ya comenté no existe un personaje central. El grueso de los acontecimientos transcurren en la ciudad de San Francisco, donde confluyen las historias de varios personajes.
El señor Tagomi es un dignatario japonés, el responsable de la misión comercial del país nipón. Su entrevista con un supuesto empresario sueco llamado Baynes, guarda un suceso crucial: Alemania planea destruir a su aliada Japón (pues los germanos poseen arsenal nuclear, mientras que los nipones no), tomando como excusa una escaramuza fronteriza en territorio americano, orquestada por la SD (la antigua Gestapo).
Frank Fink es un estadounidense de raza judía, que trabaja como metalúrgico. Tras dejar su trabajo se establece por libre con un socio, creando joyería de alta calidad hecha a mano. Su origen judío le traerá problemas con la mentada SD, y su destino permitirá a Philip K. Dick ilustrar el pulso de autoridad entre alemanes y japoneses.
Su esposa Juliana, que trabaja como monitora de judo (de nuevo la impronta japonesa) y que vive separada de él, hará un viaje a los Estados de las Montañas Rocosas, tras conocer a un supuesto camionero italiano llamado Joe Cinnadella, quien la acompaña a conocer al autor de "La langosta se ha posado", libro que llega a obsesionarla. Los motivos de Joe para viajar con ella son algo que no desvelaré.
Por último, el señor Robert Childan es un anticuario, negocio que ha florecido en los Estados del Pacífico gracias a la pasión de los japoneses por los antiguos objetos de la industria estadounidense: botones, catálogos, cromos, láminas, picaportes, tiradores de puerta, máquinas de afeitar... cualquier cosa creada por los vencidos en el pasado (personalmente, me recuerda a la pasión que los romanos desarrollaron por la cultura de los derrotados griegos, o la que éstos tuvieron antes por la de los persas). Un reloj de pulsera de Mickey Mouse se considera un regalo de gran valor. Las viejas armas de fuego de fabricación americana, como los Colt, son cotizadas piezas de coleccionista. El señor Childan descubrirá que su proveedor (el industrial para el que trabajaba Frank Frink antes de despedirse) le ha estado suministrando piezas falsificadas, y se terminará destapando que la mayor parte de las piezas que copan el mercado son de reciente fabricación y envejecidas artificialmente.
Comento esto porque las joyas de Frink y su socio, que no logran despertar el interés ni de los anticuarios ni de los japoneses, representan la primera creación original americana desde la Guerra. Y simbolizan que, para los japoneses, la estadounidense es una cultura muerta, sin futuro, decadente, ya innoble, que no puede ofrecer nada nuevo y solo posee interés por lo que fue [situación similar a la que padecen hoy día muchas culturas tradicionales, condenadas a ser pueblos "de postal" o "de museo", una simple curiosidad colorista y exótica para satisfacción de los turistas].
Cuando Paul Kasoura, un acomodado cliente de Childan, le ofrece comercializar las joyas (piezas únicas hechas a mano, sin molde, con materiales de calidad y acabadas con perfección maestra) como amuletos de la suerte baratos producidos en serie para vender a los supersticiosos habitantes de Asia y Sudamérica, Childan tendrá que decidir entre claudicar y asumir la superioridad moral japonesa o tener un último acto de dignidad y de reafirmación.
"El hombre en el castillo" no es una novela de ritmo vigoroso, ni posee demasiada acción (se cuenta un tiroteo, una breve persecución y una pelea cuerpo a cuerpo) ni una historia de Ciencia-Ficción abundante en aspectos tecnológicos, pues la carrera espacial alemana es algo tangencial apenas citado en el texto. Osaría apostar que habrá lectores que la encuentren aburrida y hasta insustancial en cuanto a los hechos que narra, pues los acontecimientos transcurren sobre todo a través de los diálogos.
El gran valor que tiene es, sin duda, el mover a la reflexión y el especular con una situación hipotética en la que los sometidos terminan desarrollando admiración por unos de sus regentes (los estadounidenses del Pacífico estiman a los nazis como colectivo enérgico, decidido y capaz, y por haber derrotado al comunismo) y un resentimiento sordo, resignado e impotente por los otros (vemos como Robert Childan se siente torpe frente a sus clientes japoneses; nunca sabe como comportarse ante ellos, cuida cada detalle de lo que dice o hace porque sabe que son gente para la que todo tiene significación, y se duele de la condescendencia con la que le tratan).
Especial atención merecen tanto la relación de acontecimientos hipotéticos que narra la ucronía "La langosta se ha posado", que va relatando la derrota de Rommel en África, la batalla de Stalingrado, los juicios de Nuremberg o la entrada de los tanques aliados en Berlín (de la cual ofrece un extracto literal), algo que inflama el ánimo de los nazis, que prohíben la obra; como la linea temporal del gobierno nazi del escenario ucrónico de Dick, en el que Hitler vive su últimos años incapacitado en un sanatorio, aquejado de sífilis cerebral, Martin Bormann le ha sucedido como canciller del Reich, cargo que a su muerte repentina se disputan Hermann Göring y Joseph Goebbels.
En conclusión (para no extendernos mucho más), "El hombre en el castillo" es una novela fascinante por el contexto que plantea y por su premisa inicial (recordando, además, lo que significó en la época en la que fue escrita) por la cantidad de simbología que contiene, si bien no deben esperarse de ella ni una trama apasionante ni una riqueza de recursos estilísticos o un desarrollo narrativo apasionante, de los cuales simplemente carece. Lo cual no quita que esté narrada con claridad, ni que la historia avance sin titubeos. Por mi parte, el final me dejó algo frío y me hubiese gustado que Philip K. Dick desarrollase más algunos aspectos, pero lo achacaremos al I Ching y nos quedaremos con la profundidad del escenario que ofrece la novela, y con su carácter iniciador del subgénero de la Ucronía, que tantas lecturas deliciosas nos ha dejado. Nos leemos!