Revista Cultura y Ocio
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Recostado sobre el tronco viejo, cerró los ojos y escuchó: el canto de las aves y el rumor de la brisa nada sabían de las miserias del hombre. Se preguntó entonces si había cumplido alguno de los sueños de su vida. No saber qué contestarse fue la más dolorosa respuesta, aún más dolorosa y profunda que la herida en el pecho. Pero ahora sólo quería dormir. Estaba cansado y el sol lucía cálido y alto. Un joven soñoliento y cansado. Demasiado soñoliento y cansado como para alimentar al miedo. Sabía que no volvería a abrir los ojos, y aquél, se dijo, era un lugar tan agradable y tranquilo...
L'Homme Blessé (1854) de Gustave Courbet, Musée D'Orsay