Revista Sociedad

El hombre invisible

Publicado el 09 enero 2014 por Oscar @olavid25
Señal del Metro de Londres.

El Metro en Londres se llama Underground.

Si preguntas mucho, corres el riesgo de que te contesten una tontería. Bueno, en realidad, esa posibilidad siempre está ahí. Al margen de la frecuencia, calidad e idoneidad de la pregunta, uno puede encontrarse en cualquier momento con una sorpresa. Se lo digo yo, que me he pasado media vida preguntando. A veces, tonterías, es verdad. La reflexión viene a cuento porque leo un artículo de promoción de un curso de inglés que explica que más de la mitad de la población española, puesta a elegir, preferiría hablar la lengua de Shakespeare a ser invisible. No tiene nada que ver una cosa con otra, pero ahí está el estudio.

Contestamos sin pensar. A mí me hacen una encuesta y mientras respondo pienso en cuánto cobrará la voluntariosa joven, me acuerdo de mis experiencias en este difícil mundo, cotejo la predicción meteorológica con la temperatura real, pienso en mis cosas… ¿Cómo decía? Ah, sí, prefiero la mayonesa light y voto nacionalista. Me gusta mentir, pero no me sale casi nunca. Es por la educación en los claretianos.

Ser invisible todo el rato no es práctico, pero tampoco hablar en inglés, sobre todo si vives en España. Lo bueno está en poder elegir el momento. Si es así, no tengo duda. Aunque el asunto necesitaría un plan. ¿Qué puedes hacer si eres invisible? Burlar las cámaras de seguridad, llevarte la pasta de cualquier banco, modificar un testamento, un título de propiedad, colarte en una fiesta, en una junta directiva del Banco Sabadell, en una orgía… Bien. Y ¿si no quieres delinquir? Vaya, se complica. Hay un tipo en Estados Unidos que se fugó de una cárcel de Kentucky el domingo por la tarde y ha vuelto por el frío, que he comprobado que es tremendo por las fotos que cuelga Brayan en el Facebook. El preso se llama Robert Vick y le vendría de perlas ser invisible más adelante.

Hombre, hay trabajos que exigen más discreción, son los de espía, agente secreto, policía de paisano, investigador privado, presidente de caja de ahorros… Para el mundo del arte y la cultura, no va bien. Es mejor saber inglés. ¿Quién quiere ver a un director de orquesta invisible, o a un actor, o a un cantante? A mitad de camino entre el secreto y el espectáculo está el puesto de ministro del Interior. Ayer mismo, más de uno en el Paseo de la Castellana hubiera preferido ser invisible. Jorge Fernández Díaz rompió su techo, que ya estaba alto. Una nota de prensa temprana dio cuenta de la operación policial-judicial contra los abogados de ETA antes de producirse. El carro antes que los bueyes, el espectáculo por encima de la Ley, el buen hacer, visto y no visto. Invisible.

“El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes. Tienen sus entradas y salidas, y un hombre en su tiempo representa muchos papeles, y sus actos son siete edades. […] Después, es un soldado, aforrado de extraños juramentos y barbado como un leopardo, celoso de su honor, pronto y atrevido en la querella, buscando la burbuja de aire de la reputación hasta en la boca de los cañones”.  William Shakespeare, en la comedia Como gustéis.


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