Quizás debiera dejar de escribir, terminar con este sufrimiento, me lo he propuesto, pero está entre las cosas que no puedo dejar de hacer, como amarte, es lo que resulta más doloroso, lo que me obliga a revivir sentimientos que se supone debería dejar de lado. Y es que sólo así me siento libre de hablar sobre ti, sin que lo demás importe. Ni la política, ni el mundo, ni mi vida. Sin embargo, también es cierto que así, sintiendo que la herida sigue abierta y no hay tiritas en el cajón, sino sólo folios en blanco reclamando mi pluma, es como muero por dentro.
Tal vez esto te sorprenda, aunque creo que no, te he dejado muy claro lo vulnerable que soy. Pero bueno, apenas puedo escribir cinco palabras y como el único que está conmigo soy yo, se las dedico a él, es decir a mí, leyéndolas en voz alta. «No quiero estar sin ti». Después, un suspiro, como buscando aire donde no lo hay. Más tarde, ya de madrugada, esa habitual conversación contigo, ¿Cuántas cosas te dije anoche? No recuerdo, seguro que más de lo mismo, más de mis arrepentimientos, suplicas de nuevas oportunidades, que ojalá dejara en mi cajón con el resto de esas páginas en blanco que estoy seguro mañana rellenaré con más melancolías.
Supongo que esto es parte del amor. Creer que no se encontrará a nadie igual, que no se querrá de la misma manera, ni con las mismas fuerzas. Y así va pasando el tiempo, con unos días más grises que otros. Confieso que me da miedo la vida sin tu sonrisa. No importa ya tampoco, nada importa ahora, ni siquiera cuantas veces tenga que buscar tus ojos en el rincón de mi memoria.
Yo sigo tratando de dejar de escribir, de no pronunciar en la oscuridad tu nombre, trato de no amarte.
Trato de no seguir paseando de un lado a otro por mi cuarto.
Loco. Ciego. Enamorado. Iluminado de ti, extrañándote, con el corazón amordazado. Y al final lo hago, pronuncio tu nombre, y vuelvo a decirlo, lo digo de manera incansable.
Y cuando estoy seguro que la noche será eterna, entonces amanece.
Y está lloviendo. El cielo asaltado por el húmedo negro de las nubes tiñe de anhelo mi pensamiento. El arrogante olor a tierra mojada me levanta el apetito de tu piel bañada por la lluvia. El cabello mojado pegado a tu rostro, el agua corriendo por tus mejillas, tus pestañas nadando entre el aguacero y tus labios mojados de deseo arremetiendo contra mi pecho ardiente. Pero, ¿por qué escribo esto? Si de ti tratan estas líneas, de ti me viene el sufrimiento, no de mi prosa cansada. No de un silencio impuesto por la orgullosa arrogancia.
Llevo días con las ideas desordenadas, con las emociones empañadas, adherido al latido de tu corazón de innumerables y calladas llamadas. Se topó mi vida con la tuya, mi corazón con tu belleza, mi pasión con tus ansias, mi alma negra con tu alma blanca. Y aquí sigo, huyendo de un imposible.
Y estoy harto de extrañarte. Estoy cansado de necesitarte, de la la tristeza que mi espíritu esconde, del acto criminal y asesino contra este amor que mi razón propone.
¿Por qué? ¿Por qué tanta tristeza? ¿Es solo por tu ausencia? ¿Es porque te fuiste o me fui yo? Quién sabe, si amar es sentir dolor, entonces yo amo.