
La novela histórica tiene un carácter particular: algunos lectores esperan encontrar en ella lo que los libros de historia eluden o rechazan: las menudencias de la vida cotidiana, ciertas miserias y escatologías en las que el novelista deambula a su placer. Otros le reclaman fidelidad, verosimilitud y apego a los hechos olvidando que se trata de una interpretación, de una versión (sub-versión) de los hechos asumida para satisfacer apenas la necesidad del escritor de ver su obra publicada. Sin embargo, vale la pena recordar en este punto a Juan Gabriel Vásquez, quien en un texto esclarecedor sobre la novela histórica cita a Antonia Byatt cuando dice: ”La idea de que toda historia es ficción condujo a un nuevo interés en la ficción como historia”. A lo cual agrega J. G. V.: “Yo voy incluso más allá: la idea de que toda historia es ficción ha permitido a la ficción ganar una libertad inédita: la libertad de distorsionar la historia”. Lo que hace virtuosa esta novela no es, a mi modo de ver, la fidelidad histórica según se discutió supra, sino que es capaz de contar muy bien contadas tres historias que van y vienen en el espacio-tiempo y que terminan en una gran desazón, la sensación del desencanto total, la gran marea que circunda la isla: por ejemplo, cuando en 1994 salen los balseros, Iván recuerda: “Nunca se me va a olvidar el negro grandote y voluminoso, con voz de barítono, que desde su balsa ya navegante gritó hacia la costa: “caballeros, el último que salga que apague la luz del Morro”, y de inmediato empezó a cantar, con voz de Paul Robeson: siento un bombo, mamita m´están llamando”. Esta anécdota desencantada que sucede en la página 541 se va haciendo más densa conforme pasan las hojas y el tiempo, y en la pág. 650 alcanza el clímax: “éramos la generación de los crédulos, la de los que románticamente aceptamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro (…) la generación que sufrió y resistió los embates de la intransigencia sexual, religiosa, ideológica, cultural y hasta alcohólica con apenas un gesto de cabeza y muchas veces sin llenarnos de resentimiento o de la desesperación que lleva a la huida antes incluso de que les dieran la primera patada en el culo”.
Gustavo López RamírezLibélula Libros