41 años más tarde, el 21 de noviembre de 1953, un equipo de científicos ingleses descubría el engaño y con ello, el que probablemente es el mayor fraude de la historia científica del siglo XX. Dawson, que ni siquiera contaba con título universitario, había sido capaz de engañar a toda la comunidad científica. ¿Tuvo cómplices? ¿Cuáles fueron sus motivaciones? Estas son algunas preguntas a las que esperaban responder las nuevas investigaciones en Reino Unido, lideradas desde hace casi un año precisamente por el paleontólogo del Museo de Historia Natural, Chris Stringer, que en 1989 determinó con la prueba de radiocarbono que “el Hombre de Piltdown habría existido al menos 100.000 años después de que el hombre moderno evolucionara”, es decir, no contaría, en el mejor de los casos, con 1.000 años de antigüedad. Hasta la fecha, Stringer admite que "no tenemos nada sobre lo que informar todavía".
Justin Dix, geoquímico de la Universidad de Southampton y uno de los que realizan los análisis químicos, asegura que “después de 100 años todavía no conocemos las identidades o los motivos de los responsables. Es hora de saberlo”. Así, la idea cuando arrancó el proyecto era que los restos recorrieran varios laboratorios de todo el país para someterse a exhaustivos análisis, utilizando para ello escáneres de infrarrojos y potentes espectrómetros con el fin de determinar exactamente la composición química de cada resto. A principios de años Stringer se mostraba esperanzado con que los resultados arrojaran más luz sobre el escándalo que, en sus propias palabras, “dañó mucho a la ciencia británica”. Sin embargo, todavía no ha sido posible arrojar más luz sobre la autoría de este engaño.
El eslabón perdido fabricado
En realidad, todo cuanto rodeó al hallazgo del Hombre de Piltdown, que se llegó a considera el eslabón perdido entre el mono y el hombre, estuvo rodeado irregularidades desde el principio. Dawson obvió cualquier metodología científica, documentando las excavaciones cinco meses después de finalizarlas y recurriendo a dudosos métodos para fechar los restos: tomó como referencia otro yacimiento francés similar, situado también a orillas de un río y que databa del Pleistoceno, en la Edad de Hielo.
Mandíbula con piezas dentales limadas (The Natural History Museum, London)
El conservador de Geología en el Museo de Historia Natural, Arthur Smith Woodward, que le acompañó en el descubrimiento, podría haber dado rigor al hallazgo, pero tan sólo era experto en fósiles de peces. A pesar de ello, fue quien dio el empujón definitivo en el museo para su reconocimiento, presentándolo también en la Geological Society. Entonces, el anatomista David Waterson ya planteó serias dudas acerca de su credibilidad, apuntando que los restos de cráneo parecían ser de un homo sapiens y la mandíbula y dientes de un chimpancé.Las extracciones duraron años, comenzando en 1912 con los fragmentos de cráneo, la mandíbula y varios dientes, algunos utensilios y restos animales; para seguir en 1913 con más piezas dentales y, ya en 1915, a unos tres kilómetros del descubrimiento original, huesos de un segundo Hombre de Piltdown. La posibilidad de otro miembro de la familia terminaba por disipar dudas acerca de la credibilidad.
Sin embargo, a la hora de reconstruir el cráneo también hubo polémica. El anatomista Arthur Keith, del Royal College of Surgeons, no estuvo de acuerdo con la reconstrucción de Woodward. Keith emparejó los patrones de los vasos sanguíneos dentro de cada una de las piezas del cráneo y obtuvo una calavera mucho más parecida a la de un homo sapiens que a la ensamblada por Woodward
En 1953, un equipo liderado por el geólogo Kenneth Oakley, el anatomista Wilfrid Le Gros Clark y el antropólogo Joseph Weiner revelaron la verdad: el gran cráneo del Hombre de Piltdown pertenecía, efectivamente, a un hombre contemporáneo, mientras que los restos de mandíbula y dientes eran de un orangután o un chimpancé. Su color oscuro era en realidad tinte que se había aplicado para hacerlos parecer iguales. En el caso de los dientes, incluso, habían sido raspados con una lima de metal para darles aspecto humano. En la actualidad, con ayuda de microscopios electrónicos de barrido (SEM), que amplifican los objetos 100.000 veces, se aprecian claramente los arañazos y limaduras.
Junto a los restos, se encontró un hueso de elefante, del que se pensó estaba tallado probablemente con fines rituales, y con el que los diarios de la época bromearon comparándolo con un palo de críquet. También éste fue tallado con un cuchillo.
Partes del cráneo (The Natural History Museum, London)
Falsificador en serieMiles Russell, arqueólogo de la Universidad de Bournemouth y autor del libro El Hombre de Piltdown: la vida secreta de Charles Dawson, revela la biografía de un auténtico falsificador profesional que “consiguió ser socio de la Geological Society con 21 años y de la Society of Antiquaries of London con 31”.
Russell repasa hasta 38 fraudes en la historia de Dawson, “muchos de ellos considerados auténticos hasta hace muy poco”, siendo el Hombre de Piltdown “la culminación al trabajo de toda una vida”. Hachas, vasijas chinas de bronce, martillos de hueso o tejas romanas, son sólo algunos de los fraudes documentados por Russell. Incluso sus publicaciones como anticuario acumulan acusaciones de plagio.
A la luz de los descubrimientos realizados por el arqueólogo de Bournemouth, Dawson se convirtió en un falsificador en serie dotado de una extraordinaria imaginación. Entre los hallazgos donados al Museo Británico también “se encuentran fósiles de tres nuevas especies de dinosaurio -uno de ellos nombrado Iguanodon dawsoni- y una nueva forma de fósil de planta, la Salaginella dawsoni”. Así, continúa Russell, no sorprende que “el Museo Británico llegara a nombrarle en 1885 Coleccionista Honorario por sus múltiples descubrimientos”.
Antes de culminar su obra con los restos de Piltdown, Russell explica que el geólogo aficionado practicó su técnica de falsificación de dientes con los restos de una especie de mamífero desconocido, que también llegaría a bautizarse en su honor como Plagiaulax dawsoni. Cuando le presentó un diente a Woodward, éste observó lo increíblemente desgastada que se encontraba la pieza, habiendo perdido todo el esmalte, pero no dudó de su antigüedad justificando su condición por lo firmemente arraigada que se encontraban a la matriz del suelo.
(The Natural History Museum, London)
Sin embargo, Woodward no podía acreditar el descubrimiento de una especie basándose en un solo diente. Dawson resolvería ese problema, aunque le llevaría cerca de 20 años y así, en 1911, encontró otras cuatro piezas dentales del Plagiaulax dawsoni. “Serían las últimas”, señala Russell, “porque nunca más volverían a encontrarse dientes de esta especie, lo que hace dudar de su existencia real”. Además, análisis más exhaustivos de la primera de las piezas presentadas demostraron que las abrasiones de lado a lado del esmalte se habían realizado artificialmente.Russell se muestra escéptico ante el resultado de las nuevas investigaciones asegurando que “a menos que encontráramos una carta del autor o autora confirmando su identidad” será complicado descubrir a todos los implicados en el fraude. Con todo, admite “estar preparado para cualquier sorpresa. Toda nueva investigación acerca del Hombre de Piltdown es siempre bien recibida”.
Dawson y Smith Woodward durante las excavaciones(The Natural History Museum, London)
Lista de sospechososSir Arthur Conan Doyle.
Por aquel entonces, escribía su novela Mundo perdido. El escritor frecuentaba la zona para jugar al golf y se cree que ideó el engaño para reírse de la comunidad científica que chocaba con sus fuertes creencias religiosas.
Pierre Teilhard de Chardin.
Paleontólogo y filósofo religioso que acompañó posteriormente a Dawson en las excavaciones. El paleontólogo sudafricano Francis Thackeray sostiene que, en realidad, el engaño fue una broma que se le fue de las manos.
Arthur Smith Woodward.
Científico del Museo de Historia Natural que no sólo dio credibilidad a los restos sino que, incluso, fue quien los bautizó como Eaoanthropus dawsoni.
Martin Hinton.
Científico del Museo de Historia Natural, cuyas iniciales se encontraron en 1978, diez años después de su muerte, en un baúl escondido en el museo, con huesos y dientes limados del mismo modo que en el Hombre de Piltdown.
Arthur Keith.
Anatomista que apoyó con pasión el descubrimiento, acreditando su autenticidad.