Revista Opinión

El hombre que se hizo rico ayudando a los pobres

Publicado el 04 noviembre 2015 por Ildefonso67

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Hay un señor que se llama Amancio Ortega, y que según dicen algunos es el hombre más rico del mundo. O lo ha sido un ratito y ahora va segundo, no sé. Igual el banco ya le ha pasado este mes el recibo del gas o el de su comunidad de vecinos, y eso hace mucha mella en la cuenta corriente, bien lo sé yo.

En realidad, Amancio no quería ser el hombre más rico del mundo, sólo quería ayudar a que los pobres fueran menos pobres. Pero a veces, como Dios, la generosidad también escribe con renglones torcidos.

Porque, gracias a Amancio y otros como él, muchos millones de pobres celebran cada día que, en lugar de morirse de hambre o estar en el paro, puedan comer algo o tener un trabajo, las criaturitas.

Amancio permite que no se mueran esos pobrecillos asiáticos o brasileños gracias a que les deja coser su ropita, y también propicia que las chicas occidentales trabajen en sus tiendas por setecientos u ochocientos euros al mes, que es un montón de dinero para que en los ratitos que les queden libres puedan comprarle la misma ropa que vende tan barata.

Amancio y sus amiguitos que tantas cosas bonitas cuentan de él saben que, al fin y al cabo, siempre ha habido pobres, y que si no se les pegan las tripas, que eso es lo peor que le puede pasar a un pobre, es gracias a su altruismo (a lo mejor sí palman de frío, o porque se les caiga encima el edificio en el que tan apretaditos cosen para él y otros benefactores de su mismo perfil. Pero eso son ya cosas que envía Dios, y en eso no se meten, que es negociado que ya gestionan otras multinacionales).

¿Para qué necesitan más? ¡Si pobres ha habido toda la vida! ¿Cómo iba a funcionar el mundo sin pobres? ¡Qué lío les íbamos a armar!

El problema es que, así, de tanto ayudar a los pobres, Amancio se ha hecho el hombre más rico del mundo. Pero eso es algo que él no puede evitar. En realidad, Amancio tampoco quiere que deje de haber pobres, no le entendamos mal, sólo que las criaturas no se mueran de hambre, para que así sigan cosiendo ropita y anden ocupados haciendo algo útil. ¿Para qué necesitan más? ¡Si pobres ha habido toda la vida! ¿Cómo iba a funcionar el mundo sin pobres ni ricos? ¡Qué lío les íbamos a armar a esas personas complicándoles de esa manera su tránsito por este valle de lágrimas!

Y luego tenemos otro problema, y es el de todos los envidiosos que querríamos ser como Amancio y ayudar al mundo como él. No por ser ricos, no, sino porque todos los chinitos pudieran comer cada día su cuenquito de arroz, que es para lo que vienen al mundo. Ayudar a la humanidad, vaya, que es lo que hace Amancio, igual que el señorito Iván ayudaba a Paco el Bajo y su familia a no morirse de hambre en ‘Los santos inocentes’.

La gente que no quiere a Amancio es una envidiosa o una ignorante, o las dos cosas, porque no pueden ni imaginarse lo triste que debe de ser convertirse en el hombre más rico del mundo queriendo ayudar a los pobres (aunque esos ignorantes maledicentes prefieran llamarlos esclavos, con toda la mala baba del mundo, y hablar de derechos sociolaborales y todas esas ZARAndanjas).

Les pongo un ejemplo de esto último que decía reproduciendo aquí (pido perdón por ello de antemano) estas feas palabras que pronunció el año pasado Marina Albiol en su primera intervención como candidata de Izquierda Unida a las elecciones europeas: “Su riqueza se construye con nuestra pobreza. Las jubilaciones millonarias de los banqueros salen de nuestros desahucios. Sus yates, sus lujos… Salen de los niños que no pueden hacer ni una comida digna al día. Los beneficios indecentes de las grandes empresas son nuestra misera”.

¿Ves como hay gente que no entiende nada, Amancio?  Pero tú no hagas caso de esos envidiosos populistas, que ya sabes cómo somos las personas, y sigue con tu misión. Gracias y enhorabuena, campeón. Que sigas ayudando a la humanidad muchos años más.


El hombre que se hizo rico ayudando a los pobres

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