Por Fernando Gallego.
De niño a hombre, de hombre a futbolista, y de interior izquierdo a maestro del área técnica. El sueño de un fuenterribense galopó rápido por la vida sin cesura ni pausa que le permitiese contemplar el fútbol, su razón de ser, como simple juego de entretenimiento.
Quizás esto se deba a que nació en el seno de una familia de competidores, de avezados arqueros vascongados, y que desde la primera vez que se calzó unas botas jamás abandonó la hierba de un terreno de juego. Pasó silenciosamente por la categoría de oro de manos de su querida Real, sin hacer ruido, como si el destino supiera que hacer goles no era lo suyo. La gloria espera paciente si con humildad se le seduce.
El rumbo del marcapasos que lleva dentro un balón quiso que el hombre sin descanso rehiciera su vida en un pueblo murciano: Lorca. Soltó las botas y agarró la pizarra para llevar a lo más alto a un equipo que parecía hundido. No pasó desapercibido ante los ojos de nadie, su carrera comenzó a escalar altas montañas y a superar obstáculos inverosímiles, ¿quién imaginaba en la ciudad del indalo que su equipo sería revelación en Primera?
Cambió Almería por la capital del Turia y consiguió que el club al que nos enfrentamos el jueves quedara en puestos Champions año sí y año también, a pesar de ver marchar a Villa, Silva y Mata, pero todos sabemos la manera en que se las gastan por Mestalla. Tras el breve periplo levantino su nuevo destino era la fría Rusia. La gloria espera paciente si con humildad se le seduce.
Moscú fue para él tan cruel como para las aspiraciones de Napoleón o Hitler, el general invierno vencía de nuevo a los forasteros que pretendían conquistarla. Abandonando Rusia cabizbajo la oportunidad venidera surcaba las aguas del Guadalquivir, y allí que llegó él para devolver la ilusión a una afición que en último trienio parecía haber retrocedido al “otro año igual”. Costó convencer; incrédulos y obstinados hubimos de meter el dedo en yaga para creer.
Hoy nos encomendamos a ti, Unai, y a tus guerreros, para volver a ser lo que fuimos. Sabemos que Europa te debe alguna. Este jueves, en la ida de la semifinal de la UEFA, El hombre sin descanso se reencontrará en Nervión, sin el mínimo atisbo de duda, con su compañero inseparable: el sevillismo que día y noche no para de animar. Tándem celestial que nunca, por muy cuesta arriba que estuviera la eliminatoria, dejó de creer. Domingo y jueves, jueves y domingo, la banda sonora de las sagradas bancadas del Sánchez-Pizjuán atrona cual canto iniciático: “Échale huevos Sevilla, (una vez más) échale huevos”.
Miles de gargantas tenaces empujarán el balón en cada ataque y defenderán la portería en cada revés. Comencemos ganando antes de empezar; demostremos al orbe quiénes somos y de dónde venimos, pues nos corresponde por valentía e historia proteger y dominar la muy leal, muy noble e INVICTA ciudad de SEVILLA.
Engorilaos hermanos sevillistas, ha llegado el día, nuestro día.