El otro día rompí un plato. Cayó al suelo y se hizo mil pedazos. Algo intrascendente, un accidente doméstico menor. No provocó daños personales, por lo que no hizo falta de la aplicación de sustancias químicas ni pósitos que curaran aquel suceso inesperado. Tampoco provocó grandes daños materiales. De la vajilla de 48 piezas, han sido pocos los desastres y aún conservo suficientes repuestos.
Pero en ese instante me acordé de Paco. No porque él haya roto algún plato, que seguro que también, sino porque me aconsejó que me olvidara de las tradicionales dotes maritales de listas de bodas y lo sustituyera por el número de una cuenta bancaria al pie de la invitación de la boda. Me dijo que los invitados al enlace podrían hacer depósito de sus donativos para que las perdices fueran más felices en ese día señalado en el calendario. Una fecha marcada dos años antes en ese calendario porque la iglesia, con exceso de cupo, tenía tan larga lista de espera, que confiado en la voluntad impertérrita y firme de los novios, casi siempre acierta y ve llegar el día en el que los contrayentes deciden perder esa condición para convertirse en esposos encadenados. Perdón, quise decir ensortijados.
A Paco no he vuelto a verlo. Con 50 años recién cumplidos pasó a mejor vida. No porque haya muerto, sino porque entró en el plan de reestructuración del banco donde trabajaba y lo mandaron a la calle con la prejubilación. Una prejubilación con demasiadas pre, porque con esa edad, abandonar el mercado laboral puede ser una lotería, pero otros muchos pensarán que los que siguen trabajando tienen otra carga que soportar.
Conservo el recuerdo de Paco por su traje azul, siempre de azul. Él decía que los hombres de negro eran los que estaban en la cumbre, los de más arriba, esos que decidían y a los que nadie reclamaban. Paco de azul, siempre de azul. Paco era algo así como el hombre de mantenimiento y conservación, un simple operario con su mono azul, uno más en la cadena de montaje de esas entidades que hoy parecen las víctimas de demandas y reclamaciones.
Acabo de ver la cuenta en el banco. En rojo bermellón. Una comisión de mantenimiento y conservación de sólo 60 euros ha dejado la cuenta al descubierto, pasando frío; porque el azul tiene esa calidad frialdad.
Recuerdo a Paco que me animó a abrir la cuenta bancaria, para que la dote incrementara los ceros con los que comprar aquella vajilla, de la que me quedan algunas piezas.
Hace unos días se me rompió un plato. Recordé a Paco y todos aquellos a los que también se le rompieron los platos y han visto en su cuenta un cargo de 60 euros de comisión por mantenimiento de una cuenta en la que no crecen ceros, sino ese símbolo de la resta que en estos días de tanto frío estamos soportando.