Revista Cultura y Ocio
Diego García López (Mula, 1947) es un bibliófilo enamorado de la poesía que dispone de una colección de Quijotes absolutamente envidiada y envidiable y que irrumpió en el mundo de los libros con la obra titulada El hombre y la palabra, que apareció en 1987.Con una bravura insólita en quien se lanza al ruedo de la publicación, el muleño se arriesgaba a la combinación de dos elementos peliagudamente matrimoniables: de un lado, la sencillez inmaculada de su léxico; del otro, el molde formal escogido para plasmar su mensaje: el soneto, una estrofa dura, exigente, que pone a prueba la templanza de los vates más experimentados. Pero Diego García superaba la prueba y, merced a su pasión lírica (“Este pecado, que asumo”, anota el autor en la página 51), era capaz de escribir con frescura y desparpajo sobre temas tan dispares como los políticos (p.54), las lluvias que se presentan en forma torrencial (p.58), el cante flamenco (p.69) o Jorge Luis Borges (p.85).No obstante, y aun aplaudiendo la viveza de su diversidad, quizá los dos mejores sonetos del libro son aquellos que están situados en las páginas 82 y 83, y que dedica a dos mujeres cruciales en su vida: su madre y su esposa María.Tanto el vocabulario como las metáforas o las rimas que Diego maneja son extremadamente sencillos. Pero que nadie busque en estas circunstancias un signo de la incapacidad del autor. Muy al contrario, se intuye que han sido pensadas, elegidas y decididas por él para trasladarnos una poesía que le nace del corazón y que quiere comunicarnos sin contaminaciones barrocas.