Revista Ajedrez

El honor no transforma: la dignidad exige estructura

Por Pasión Ajedrez @planbasesores

MI Sergio Minero Pineda

Conversando con un amigo, me dice que hay dirigentes actuales de la federación que consideran que el premio suficiente para un campeón nacional de ajedrez es el honor de serlo.

Lo dicen como si el honor fuera una moneda que paga el esfuerzo. Como si bastara con el aplauso simbólico para compensar años de sacrificio, estudio, disciplina. Pero eso no es verdad. No lo ha sido nunca.

El honor no es un premio. Es apenas el reflejo público de una hazaña privada. El campeón no compite por reflejos. Compite por estructura, por reconocimiento real, por la posibilidad de que su talento transforme su vida. El honor sin premio es como celebrar a un constructor y negarle los materiales. Es como decirle a un atleta que su medalla es suficiente, mientras se le cierran las puertas para entrenar, viajar, crecer.

Una federación que no premia a sus campeones está diciendo que el triunfo es decorativo. Que el talento es un adorno. Y eso no es filosofía. Eso es negligencia disfrazada de virtud.

El campeón nacional representa lo mejor que puede ofrecer una estructura deportiva. Si esa estructura no le ofrece nada más que palabras, entonces no está premiando la excelencia. Está decorándola para que parezca suficiente. Pero no lo es. Porque el esfuerzo que lleva a ser campeón no es simbólico. Es real.

Consume tiempo, energía, oportunidades. Y si la federación no devuelve algo proporcional, entonces está diciendo que el talento es un lujo, no una herramienta de transformación.

Y aquí es donde entra el destino. No como un hilo místico, sino como una estructura que se construye con decisiones. El destino de un campeón no debería depender de la generosidad de quienes lo rodean, sino de la claridad de quienes gobiernan el deporte. Negarle un premio justo es sabotear su destino.

Es como esa persona que, por miedo o por falta de condiciones, se aleja de una oportunidad que podía cambiarle la vida. No porque no fuera capaz, sino porque el entorno le hizo creer que no debía aspirar a tanto. Y entonces se va. Se aleja de la posibilidad de plenitud. Y se equivoca. Porque el error no fue querer más, sino aceptar menos. Así también se pierden campeones. No porque les falte talento, sino porque la federación les enseña a conformarse. A no pedir. A no esperar. A no construir.

El honor no se niega, pero tampoco se usa como excusa para no premiar. Porque el campeón no necesita que lo admiren. Necesita que lo respeten. Y el respeto, cuando es verdadero, se traduce en acciones, no en discursos.

En el campeonato nacional anterior, el premio entregado al campeón nacional fue de 0 colones. Cero. Ese es el valor que la federación asignó al máximo logro deportivo del ajedrez costarricense.


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