Cuando se entra en las páginas de esta obra de teatro de Antonio Gala (que se estrenó en 1985 en el teatro Carlos III de Albacete, y que leo en la edición que tres años más tarde preparó Ediciones Antonio Machado) no hay más remedio que esbozar una sonrisa, porque contemplamos las agrias, y risibles, y verduleras, y constantes disputas entre cinco mujeres, que representan a otras tantas partes de España: Carmiña (Galicia), Rocío (Andalucía), Monserrat (Cataluña), Begoña (País Vasco) y Paloma (Madrid). Pero conforme se avanza por el texto se va ensombreciendo el ánimo, pues las pendencieras muchachas están discutiendo entre sí porque se han propuesto vender el hotelito donde viven (y que tiene diecisiete dormitorios) a una extranjera que ha decidido invertir su capital en esta compra. Descubres entonces que son nietas de "Isabel y Fernando" (p.21) y que las últimas reformas del edificio las hizo "el tío Paco" (p.30). Y adviertes la dimensión seria que la obra tiene: estamos hablando de España, de sus agravios históricos, de sus cuentas pendientes, de sus desigualdades, de sus atrocidades y hermosuras, de sus odios larvados, de sus robos y esplendores y mezquindades.
Escuchando las cinco voces escuchamos la variopinta y estruendosa voz de la Historia, la voz de las Españas, las voces de España, el catálogo de traiciones y esperanzas frustradas que el paso de los siglos incrementó hasta límites inauditos. Las chicas se miran con sorna, se insultan con acrimonia o con gracejo, se alían y se enfadan; y al final se tiene la sensación agridulce de que no pueden vivir juntas, pero que, a la vez, consideran inviable vivir separadas, porque lo que en realidad desean con más fervor es seguirse agrediendo las unas a las otras ("Si nos separamos, ¿cómo vamos a odiarnos?", suspira Begoña en la página 46).
Una obra ligera, pero quizá más solemne o profunda de lo que podría pensarse en un primer acercamiento a la misma, que Antonio Gala resuelve con donaire, chispa... y buena documentación histórica.