Después de la caída del Huáscar en Punta Angamos, los chilenos, orgullosos de su presa, la refaccionaron por completo y lanzaron el monitor a los mares del Perú con la bandera de la estrella solitaria.
Un día, ya en 1880, se presentaron ante la plaza de Arica y notificaron bloqueo, el Huáscar y la Magallanes. Moore, que se hallaba en calidad de preso, en tanto que se reunía el consejo de guerra que habría de juzgarle por la perdida de la Independencia, no pudo ver con ojos serenos el barco de su antiguo camarada, ostentando la enseña de la nación que tanto daño estaba haciendo al Perú.
El Huáscar rompió sus fuegos contra el tren que salía en ese instante para Tacna. De las tres bombas que disparó el monitor, una de ella pasó a corta distancia de la maquina. El tren retrocedió entonces para ponerse a salvo en los accidentes del terreno, ya que de haber seguido su camino hubiera sido despedazado por las bombas chilenas.
Entonces Moore envió al alférez Othiura a rogar al contralmirante Montero que le concediera una corta audiencia. Accedida a ésta, se presentó ante él exaltado y trémulo por la ira.
-Creo, mi general -dijo-, que el Maco Cápac debe salir a batir al Huáscar.
Montero sonrió.
-El Manco Cápac -contestó-, según me ha dicho Lagomarcino, no levanta catorce libras de vapor.
-!Oh! Si yo estuviera libre... -murmuró Moore.
-¿Qué haría usted comandante?
-Ofrecerme a tentar la aventura. Es una vergüenza que en presencia nuestra impidan la salida del tren.
A Montero le gustan los caracteres resueltos, entonces exclamó:
-!Espere Ud.!
Y ordenó que se llamara a Lagomarcino, entre tanto el Huáscar y la Magallanes continuaban con el bombardeo que era contestado por las baterías del Morro. Se puso a corriente a Lagomarcino del plan de Moore. Aquel se encogió de hombros, aunque era valiente y experimentado no quiso aceptar la responsabilidad.
-El buque no avanza una milla por hora -dijo, y podrá ser tomado por los barcos chilenos.
Montero seguía indeciso.
-¿Quiere Ud. cederme su puesto? -preguntó Moore con tal expresión de súplica, que Lagomarcino se sintió conmovido.
-Por mí, comandante -respondió-, no hay inconveniente, si el general acepta; pero me parece una locura.
-!Oh! -exclamó Moore con calurosa entonación- yo respondo del éxito, no se figuren ustedes que busque mi rehabilitación. Desde que la Independencia se hundió en el mar, sé que esta plaza es y será mi tumba; pero déjenme ustedes probar a esos hombres que la raza de Grau no se ha extinguido en el Perú.
Ante tanta franqueza, se convenció Montero y cedió.
-¿Cree Ud. que será posible? -dijo.
-Respondo del éxito, repito.
-Pero ya ha oído Ud. cuales son las condiciones del monitor.
-Muchas veces un caballo fatigado y viejo vale más que un potro al que se le pone la silla por primera vez.
-Vaya Ud. pues... y ojalá salga Ud. airoso de la empresa.
Moore no se hizo repetir la orden. Diez minutos después estaba a bordo, entró a la máquina, habló en inglés con el maquinista, examinó los calderos y ordeno levantar vapor.
A los pocos momentos la pesada maquina hendía las aguas y.. !oh maravilla!... llevaba un andar de siete millas por hora. Moore, con las cejas fruncidas, ordenaba maniobra con serenidad imperturbable. Cuando se oyó hasta la voz de los chilenos, pues el Huáscar se hallaba sólo a unos ochocientos metros de distancia, el comandante ordeno virar en redondo y disparar la pieza a estribor. La bala perfectamente dirigida rompió las jarcia de la Magallanes. Un segundo cañonazo desmontó un cañón de la corbeta chilena, mató diecinueve hombres, hirió de muerte al comandante Thompson y tumbó al barco de costado.
El Huáscar, por su parte, había recibido innumerables tiros de rifle y ametralladora. El valiente Othiura manejaba lo que había en la cofa del Manco. Dos balas de cañón dieron también en el blanco y se vió al monitor retirarse lentamente del radio de los fuegos.
Al cargar nuevamente el cañón de 150 para disparar un segundo tiro sobre la Magallanes, rompióse el atacador dentro de la pieza y no se pudo continuar la lucha, porque no se encontró a bordo reemplazo de esa pieza.
Moore no podía comprender cómo el primer proyectil, que tan terribles estragos produjo en la corbeta chilena, no había penetrado hasta el polvorín e incendiado la Santa Bárbara. Más tarde se descubrió que las bombas que había a bordo estaban cargadas !con arena! y se comprobó que se habían entregado al Manco Cápac, en vez de las bombas de combate, las que servían para tirar al blanco.
Los tiros hechos por el barco peruano fueron tan certeros que al cabo de una hora de cañoneo los buques chilenos tuvieron que retirarse pasando por debajo del Morro para evitar el fuego de los cañones de las baterías de tierra.
El tren pudo salir por fin sin peligro y el Manco Cápac volvió majestuosamente al fondeadero donde Montero y Lagomarcino abrazaron efusivamente a Moore.
Este, que durante el combate había demostrado una admirable sangre fría y una seguridad pasmosa al dar las órdenes, se encontraba nuevamente abstraído por sus pensamientos y como abatido. Recordaba quizá a su gallarda Independencia y se desesperaba al pensar lo que hubiera podido hacer con ella, si con un buque viejo y pesado había conseguido un éxito tan completo.
El combate costó a Chile la pérdida del comandante Thompson, treinta hombres y serias averías en el Huáscar y la Magallanes. El bloque quedó de hecho suspendido, y el único día en que el Huáscar chileno se arriesgo en un bombardeo, bajo su nueva bandera, se comprobó que era un cuerpo sin alma, que faltaba en sus entrañas el soplo vital del valor de Grau y del amor a la patria y a la justicia, al derecho y a la humanidad.
El Huáscar y la Magallanes llegaron con dificultad a Valparaiso donde tuvieron que entrar a dique.
Horas después, durante una cena con Montero y Moore, el comandante Lagomarcino murmuró:
-Todo lo comprendo, lo que me es imposible entender es cómo ha podido andar el Manco con tal rapidez.
-Hablé en inglés con el maquinista -explicó Moore-, y le manifesté que conocía las condiciones del barco, y que tenía la seguridad de que podría andar ocho millas; él se manifestó dudoso y entonces yo le dije estas textuales palabras: "Si avanzamos como deseo, ofrezco a usted quinientos soles de gratificación; pero si por causa de la lentitud en el andar nos sucede un fracaso, le prometo pegarle un tiro con mi propia mano: Ud. escogerá". El digno empleado se sonrió y me contestó: "Vaya Ud. tranquilo, comandante: quedará Ud. satisfecho. El barco andará ocho millas o volará". Y ya ustedes han visto que cumplió su palabra.
-Y es preciso que Ud. cumpla la suya, compañero -dijo Montero-. Envié Ud. mañana temprano por los quinientos soles.
-Gracias general, acepto -exclamó Moore-, pues como Ud. comprenderá no me encuentro sobrado de dinero... Más tarde... yo..
-!Eso no vale la pena!
-Para Ud. quizá; pero para mí sí vale la pena. Yo reembolsaré esa cantidad, porque juro a Dios que si por culpa del maquinista no hubiéramos podido acariciar al Huáscar y a la Magallanes, le habría arrancado la vida sin vacilar.
Al toque de la retreta se separaron los tres jefes. Montero y Lagomarcino para ir a cumplir sus deberes. Moore para vagar por la playa, interrogando al cielo oscuro y a la mar melancólica y quejumbrosa, sobre el término de su agonía y de los infortunios de su patria.
Texto basado íntegramente en el relato El Huáscar chileno, "Nuestros Héroes", tomo II, pág 233-239, Víctor Mantilla, Ernesto Rivas, Nicolás González, OIEE 1979, Lima-Perú.