Revista Salud y Bienestar
Los que seguís el blog desde hace tiempo ya sabéis cuál es mi relación con el tabaco y las ganas que tenía de que se aprobase la Ley Antitabaco (los que no, podéis leerlo aquí). Por fin se cumplieron mis deseos: hace ya dos semanas que entró en vigor la Ley Anti-humos, se está aplicando con normalidad y sin apenas disturbios, pero la controversia verbal está en el punto álgido. Todavía. No creo que dure mucho más, pero ni aún así consigo salir del estupor.
A ver, no es que no esperase que el tema suscitase polémica. Eso estaba claro. Lo que me deja patidifusa es la virulencia de artillería pesada que están sacando los detractores de la ley. Los 'argumentos' ya me los sabía. Son los de siempre: que si de algo hay que morir, que también es malo el humo de los coches, que si es una persecución a los fumadores, que lo que tendrían que hacer es dejar de venderlo, etc. Mi madre, que es una fumadora de las de verdad, de las que fuma pese al desaliento de las muertes cercanas y al incentivo de los nietos, lleva usando el mismo discurso desde hace años... y es comprensible. Ella, como muchos adictos a otras drogas menos toleradas, niega su adicción y tiende a engañarse.
Pero es que con esta ley, el argumento clásico del fumador no vale, porque no se ha hecho pensando en los fumadores. No. Es cierto. No se ha pensado en ese menos del treinta por ciento de la población española. Se ha tenido en cuenta a los demás: al más del 70% restante. Así que mal que les pese a los que de motu propio o por falta de voluntad deciden llenarse los pulmones de nicotina, esta norma no está hecha para que ellos no puedan morirse como les de la gana, si no para que los que no fuman se vean menos afectados por su vicio.
Mi padre, al que no puedo considerar fumador aunque su imagen de mi infancia esté asociada a un puro, cree que el fallo está en que se haya habido que recurrir a una prohibición y usa el argumento 'progre' del 'Prohibido prohibir'. Es normal: Forjó sus ideales en la militancia de la transición antifranquista, en el hippismo comunista de finales de los sesenta. Lo que me llama la atención es que haya gente de mi edad que saque esa teoría. Si es que el progresismo no es eso... Ni en lo más parecido al triunfo del comunismo que se conoce en este país (Marinaleda) carecen de normas. Vivir en sociedad requiere leyes y eso es progresista.
Soy fumadora social. Esto quiere decir que sólo me apetece fumar en los bares, por lo que la ley me afecta directamente. Y me parece justa. Nadie tiene porqué sufrir las consecuencias de que yo fume.
A todos aquéllos que se erigen ahora en defensores de la libertad de esa minoría contaminante, les pregunto si no piensan en los que no fuman y en su libertad que hasta ahora tenían cercenada radicalmente.