Cualquier nación, de un modo u otro, siempre hace humor con sus dirigentes y los alemanes no fueron menos con los nazis. Uno de los motivos que provocó no pocas bromas fue la obligación de realizar el saludo con el brazo en alto (tomado del saludos fascista italiano, que a su vez lo tomó de los romanos).
Aunque el estado policial que se estableció en Alemania tras la llegada de hitler al poder fuera extremadamente represor, al principio el saludo provocó multitud de bromas y chistes.
Un buen ejemplo es el que cuenta Rudolph Herzog (hijo del director de cine Werner Herzog) en su libro "Heil Hitler, el cerdo está muerto", una estupenda muestra de como se tomaron con humor los alemanes el ascenso de hitler y la vida en la Alemania nazi en la década de los años 1930:
"La mejor respuesta al saludo hitleriano la tenía un feriante de Paderborn que hacía levantar el brazo derecho a sus chimpancés amaestrados, lo cuales lo hacían con gusto y con mucha frecuencia. Cada vez que divisaban un uniforme, incluso aunque fuera el del cartero, hacían inmediatamente el saludo hitleriano. Pero no todos los integrantes del partido veían con buenos ojos a los monos nazis. La acción de carácter dadaísta del feriante, un socialdemócrata convencido, fue denunciada a la autoridad por diligentes 'camaradas del pueblo'. Poco después fue publicada una orden que prohibía el saludo hitleriano a los monos.Y al que no respetara la orden se le amenazaba con el 'sacrificio'. Cuando se trataba del culto al Führer, los nazis no tenían ni pizca de humor",
¿Quien no recuerda una situación similar en la película de Indiana Jones "En Busca del Arca Perdida"?
Debido al poco sentido del humor que profesaban los nazis, la inmensa mayoría de los chistes no tocaban temas políticos, se centraban en aspectos más personales de los líderes nazis. Los chistes pocas veces eran públicos, eran más bien susurrados y contados en círculos cerrados.
En una ocasión el humorista alemán Werner Fink descubrió a dos agentes de la Gestapo anotando todo lo que decía en su show, les preguntó: "¿Hablo demasiado rápido? ¿Pueden seguirme o, en realidad, quieren que les siga yo a ustedes?". Esta y otras bromas costaron el cierre del cabaret por parte de Goebbles y su ingreso en un campo de concentración. Pero eso no le hizo menos ácido.
"Os sorprenderá lo alegres y animados que estamos, En Berlín ya no lo estábamos desde hace mucho tiempo. Todo lo contrario. Siempre que actuábamos sentíamos una extraña sensación en la espalda. Era el temor a terminar en un campo de concentración. Y mirad, ahora ya no necesitamos sentir miedo nunca más: ¡ya estamos dentro!".
El sentido del humor tambien se hallaba entre los judíos de los campos de exterminio, donde los chistes eran una válvula de escape ante tanta barbarie.
"Hacía el final de la guerra, dos judíos van a ser fusilados. Pero les comunican que los van a ahorcar. Entonces uno le dice al otro: '¿Lo ves? ¡Ya ni siquiera les quedan cartuchos!'".
Muy recomendable el libro de Rudolph Herzog "Heil Hitler, el cerdo está muerto", para conocer la vida en Alemania durante el régimen de Hitler.
Fuente:
Capitán Swing
PlayGround
El Confidencial