Revista Filosofía

El huso olvidado

Por David Porcel

El cuento de "La bella durmiente" siempre me causó siendo niño un especial temor, y no porque fuera a desconocer el final, que ya sabíamos acabaría despertada, sino por su comienzo. Quien recuerde el relato de los hermanos Grimm sabrá que el rey mandó quemar todos los husos del reino, pero que su determinación y poder no fueron suficientes para ocultar a los ojos de la vieja, y de la niña, ese cuartito oscuro olvidado. Era precisamente la soledad asociada a ese lugar lo que me provocaba aquel temor, supongo que porque aquella estaría en todas partes y porque nadie adulto iría a protegernos, incluso en el día de nuestro cumpleaños: "Sucedió que en el día en el que cumplía precisamente quince años, los reyes no estaban en casa y la muchacha se quedó sola en palacio. Entonces, escudriñó todos los rincones, miró todas las habitaciones y cámaras que quiso y llegó a una vieja torre. Subió la estrecha escalera de caracol y llegó ante una pequeña puerta. En la cerradura había una llave oxidada, y cuando le dio la vuelta, la puerta se abrió y en el pequeño cuartito estaba sentada una vieja con un huso que hilaba hacendosamente su lino.”

Sin embargo, al releer ahora el cuento veo que lo verdaderamente desconcertante era el silencio al que los padres habían condenado a su hija, que no podía saber nada de maleficios, de cuartos oscuros ni de husos. La ingenuidad con la que ella descubre a la vieja hilando revela que no había recibido ningún tipo de prevención ni conocimiento sobre el asunto, ocultándosele cualquier fuente de temor, pero también condenándola a no poder elegir llegado el momento. La niña no es responsable de desobediencia porque todavía no sabe elegir. Precisamente, es su condición de ser curiosa, su amor salvaje a lo desconocido, lo que condena al reino al dolor y la inconsciencia: “-Buenos días, anciana abuelita –dijo la hija del rey-. ¿Qué haces? –Estoy hilando –contestó la vieja meneando la cabeza. -¿Qué cosa tan graciosa es eso que salta tan alegremente? –dijo la muchacha, cogiendo el huso y queriendo también hilar.”

El huso olvidado

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