A veces somos más complicadas de lo que deberíamos e intentamos darle vueltas a cosas que no tienen. A veces, la solución pasa por dejar las cosas como están y sólo esforzarse en pequeñísimos detalles. J. tiene un vestido para una boda que quiere reaprovechar.
El vestido es una pieza de fiesta, largo, en gasa de seda rosa chicle con pedrería plateada en el escote. Con esto, ya no podemos jugárnosla más. El vestido por sí mismo tiene tanto protagonismo que lo único que podremos hacer será acompañarlo de manera sutil.
En primer lugar, es importante recordar que los vestidos de estas características sólo pueden llevarse a las bodas de tarde. No quiere decir que sea obligatorio llevarlos a este tipo de bodas (también se puede ir de corto), pero nunca podrán llevarse a una boda de mañana. No están recomendados ni siquiera para las madrinas ni madres de novia en esos casos.
En segundo lugar, están reservados (y se aconseja) que sólo los elijan quienes tengan una especial relación o parentesco con alguno de los novios. Es decir, amigos especiales o familia. Si la boda ni nos va, ni nos viene, se nota a la legua que o estamos aprovechando el vestido de otras bodas o queremos ocupar un lugar que no nos corresponde llamando en exceso la atención.
Aclarado esto, que seguramente ya lo sabíais todas (pero que había que dejar constancia por si algún despiste), el vestido en cuestión se combinará con plata. No hay mucho más margen puesto que la pedrería del escote lo pide y así mantenemos cierta sobriedad. Los zapatos nos esforzaremos en que sea una pieza especial y elegante. La cartera de mano, pequeña. En todo caso, con un juego de plata y concha, rígida. Y después, lo fundamental: las joyas y el peinado. Porque a un vestido como éste hay que intentar ponerle joyas. Unos pendientes discretos, en perla o en oro blanco con brillantes, no demasiado grandes. Un brazalete ancho, también de oro blanco.
El maquillaje muy suave y natural. Y un recogido que no nos haga mayores, pero que implique ir peinada. Quizás ondulando previamente el cabello, y recogiendo una trenza en moño bajo.
Para el fresco la opción es limitada. Una gasa en rosa con dos costuras bajo la axila para simular una especie de chal chaquetilla que sólo usaremos en la iglesia.
Y mucha actitud. Un vestido como éste hay que saber defenderlo.
No se te ocurra: tocados. Ni grandes ni pequeños. Aquí no caben.
Sombreros. Esto ya me parece hasta carnavalesco.
Colorines. Por mucho que nos apetezca dar el campanazo, ser originales, ir diferentes, experimentar... aquí no hay opción. O cambiamos de vestido o nos ceñimos a lo que hay.
Collares o gargantillas descartados. Con este escote, además con pedrería, son para olvidar.
Guantes a lo Gilda, destiérralos de tu memoria. Estás en una boda, no en una alfombra roja.
Las melenas sueltas tienen que ir muy trabajadas igualmente. Quizás con ondas marcadas, o al agua. Pero nunca un despeinado playero rollo californiano. En este caso será de todo menos adecuado.
El único bolso que existe en este caso es la cartera de mano. Y punto.
Medias tupidas. No os lo creeréis, pero lo he visto. De todo se ve en la viña del señor.
Saber caminar. Un vestido largo hy que saberlo llevar. No te lo pises, ni te lo arremangues en modo princesa de cuento corriendo por pasillos de palacio. Naturalidad ante todo.
Lo encontrarás en: el vestido es de Pronovias. Los zapatos, de Lodi.