Ilka Oliva Corado
Siempre he querido aprender francés para leer La náusea y Las palabras, de Sartre en su idioma, porque en las traducciones, por muy buenas que sean en algún momento se pierde la esencia, la pureza del texto que solo se mantiene al leerlo en el idioma en el que fue escrito originalmente. Pero más que todo para escuchar en su idioma las canciones de la gran Édith Piaf, porque no es lo mismo escuchar una canción y no entender lo que dice, aunque claro está, el idioma del corazón es universal y Édith es alma pura.
También he querido aprender portugués para leer en su idioma a la gran Clarice Lispector y a Carolina Maria de Jesus, porque no es lo mismo leerlas en traducciones.
No es lo mismo leer a Whitman en inglés que en español. Y perderse el encanto de la gran Nina Simone por no entender el idioma en el que canta. Qué decir de los pronunciamientos de Martin Luther King o de Rosa Parks.
Con esto quiero decir que no debemos pelearnos con los idiomas, porque los idiomas no tienen nada que ver con las oligarquías ni con las fronteras que nos impusieron. No tienen nada que ver con las dictaduras ni los genocidios. Al contrario, los idiomas nos acercan como pueblos, alguien tuvo que aprender inglés para traducir los textos al castellano de Martin Luther King, gracias a eso son leídos en ese idioma. Alguien tuvo que aprender francés para traducir al inglés los textos de Sartre, o al revés, aprender inglés para traducirlos del francés. Como quiera que sea, alguien tuvo que aprender otro idioma para poder hacer llegar a los pueblos las letras, la poesía, la música, en una forma de intercomunicación muy válida y necesaria.
Pongo el ejemplo de la literatura y la música pero me refiero a todo lo que nos rodea como humanidad. Me gustaría caminar por las calles de Mongolia y poder saludar a un vendedor de verduras en su idioma. Saber cómo preguntar por agua o por una dirección en japonés. Y más aún entenderlo a la perfección para poder leer en su propio idioma a Hayashi Fumiko y no en español, porque en la traducción se perdió algún caserío, una noche aciaga o una lágrima de la autora de Diario de una vagabunda.
Aprender por lo menos uno de los idiomas de los Pueblos Originarios de Latinoamérica o de cualquier lugar del mundo. Aprenderlo bien, no palabras sueltas. Cuando decimos “el idioma del imperio” refiriéndonos a Estados Unidos y culpamos a su pueblo y al idioma inglés por las dictaduras e injerencias, estamos acusando erróneamente basándonos en estereotipos, ignorancia y una equivocada identidad.
Porque ya hablamos el idioma del imperio, por decirlo así y explicarlo de la forma más sencilla posible; el castellano nos fue impuesto, salvo que nos comuniquemos cien por ciento en idioma de los Pueblos Originarios, pero no es así, nos comunicamos en castellano, al que nos referimos como nuestro idioma materno. Ahí una incongruencia muy grande y desconocimiento de la historia y la necedad de mantener y crear fronteras donde no las hay, al señalar tajantes no aprender inglés porque es el idioma del imperio.
Si aprendemos otro idioma, cualquiera que sea, abrimos la mente a otras culturas distintas a las nuestras pero no por distintas son ajenas, porque el ser humano tiene un hilar medular que lo unifica, por muy distinto que sea, eso es la diversidad. Crecemos con estereotipos, sí, ignorantes, sí. Crecemos con dogmas, todo impuesto por el sistema que busca dividirnos a la conveniencia de quienes tienen el poder que les hemos dado para dominarnos. Y hay formas de dominación masiva muy sutiles con efectos tan poderosos que son imperceptibles porque los aceptamos como norma social o patrón de crianza y los reflejamos en nuestros estereotipos. Por ejemplo: las fronteras y negarnos a aprender otros idiomas por cuestiones de dogmas.
Abrir la mente es abrir el corazón. No hay ningún beneficio en lo individual ni colectivo en pelearse con los idiomas y culparlos de lo que hacen quienes odian y exterminan desde una posición de poder que milenariamente les hemos dado. Ésa también es nuestra responsabilidad, porque lo que hacemos o no hacemos es político. Porque contra la cultura, contra la hermandad, contra el conocimiento, contra la socialización de los pueblos no ha podido ninguna guerra, ningún odio. Ahí radica nuestra fuerza y lo desconocemos o pretendemos desconocerlo.
El “idioma del imperio” no existe, existen los idiomas nada más y son las puertas que nos permiten conocer otros mundos y hermanarnos como humanidad. Hay acciones políticas también muy sutiles, que son formas de resistencia inexorables, el conocimiento es una de ellas. Pero disfrutar también lo es y el espíritu se llena de dicha cuando calmamos su sed; conocer otras culturas nos ayuda a entendernos, a entender nuestros pasos, los hilos que nos entretejen y así en lugar de crear fronteras aprendemos a ir acortando distancias porque al final de cuentas todos vamos hacia el mismo lugar aunque los caminos que transitemos sean distintos.
Blog de la autora:
https://cronicasdeunainquilina.com
Escritora guatemalteca.
https://cronicasdeunainquilina.com/
[email protected] @ilkaolivacorado
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