Cuando leemos un libro sobre abusos infantiles se despiertan en nosotros sensaciones encontradas, de odio hacia el maltratador, de protección al menor. Desde el primer momento en que somos conscientes de que un adulto sufrió abusos, pensamos en la infancia tan horrible que debió pasar ese niño, sin poder mantener nunca relaciones ordinarias con el resto, abrumado por la vergüenza e incluso por la culpa, sentimientos que perdurarán en él durante toda la vida si esas torturas vienen de los más allegados.
Cuando una novela trata sobre el sentimiento de culpa que arrastra un personaje por no haber podido actuar de determinada manera, estamos convencidos de que en cualquier momento su pecado se agrandará por lo que piensa hacer en un futuro. En cualquier caso, tenemos ante nosotros a un ser atormentado que nos mantendrá en tensión con cada una de sus acciones.
Cuando en un capítulo cualquiera somos testigos de la reivindicación sexual que lleva a cabo una mujer, sabemos de antemano que algo ocurrirá, algo le cortará las alas a esa chica, porque aún falta mucho camino para que quede instaurada en la sociedad esa igualdad de género tan ansiada por unos y ninguneada por otros.
He leído El ilustrador paciente y, desde la primera página, he sufrido cierta angustia generada por estos tres temas que Lorena Escobar ha relacionado a la perfección hasta hacer de unos la consecuencia de otros.
La trama de la novela nos lleva hasta un depravado, que no tenemos claro quién es, y sobre todo por qué lo es, que rapta y mata a una serie de chicas mientras la inspectora de policía Daniela Almela trabaja con su equipo de homicidios para encontrarlo, sin obtener los resultados esperados.
Aún hay algo que reseñar de la narrativa de Lorena Escobar y es su capacidad de exponer de forma lírica la realidad más descarnada. Con bellas metáforas conocemos algunos personajes, y llegamos a admirarlos, hasta que otros nos harán dudar de la imagen que nos habíamos formado. Nada es lo que parece en El ilustrador paciente. Solo cuando quiere la autora, al final, sabremos la verdad y aun así quedará en nosotros cierta inquietud. Mientras, disfrutamos con los recursos narrativos de Escobar. Predominan las metáforas, "Martina Orenes, una pasión azabache de bruscas maneras".
Las comparaciones narrativas aúnan el arte literario con el pictórico para corroborar lo que en algún momento afirmó Vincent van Gogh "La belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte". Lorena Escobar ha querido que en su novela dura, terrorífica, amarga, inhumana aparezca cierta pincelada artística, consiguiendo que reflexionemos sobre la permanencia de lo bello en el retrato de aquél que vemos en un lienzo o en el que ocupa nuestra mente al pensarlo. Tanto el arte como el recuerdo son eternos, "La vio [...] Con una efímera luz descendiendo por sus curvas como un manto de inmortalidad".
Se nota que esta murciana, redactora de la web Dentro del monolito, tiene madera de escritora. Hay que seguirle la pista a Lorena Escobar.