Seguramente es una soberana tontería, pero con la venta de Lucasfilm a la compañía Disney, me siento como si algo de mi propiedad hubiera sido usurpado. Los que nos educamos en una galaxia muy lejana, entre sables láser, jedis, soldados imperiales y estrellas de la muerte, sentimos que toda esa iconografía creada por George Lucas era un poco nuestra. La primera trilogía que llegó a las pantallas se convirtió para nosotros en algo más que una simple propuesta de ciencia ficción. Fuimos legión los que primero la disfrutamos en las salas de cine y después la machacamos una y otra vez en VHS. Nos hicimos fieles seguidores de sus personajes, nos aprendimos de memoria sus diálogos, construimos maquetas del Halcón Milenario y alguno compró su propia espada láser, un arma noble para tiempos menos abyectos. Es un misterio entender en que méritos se basa una propuesta cinematográfica para convertirse en un mito, en un film de culto, en algo que trasciende al mismo arte del que procede. Soy un incondicional absoluto, hasta tal punto de sumarme a los que defendemos también la última trilogía, tan denostada y odiada por muchos. Creo que ese final en el que Anakin Skywalker se transforma en Darth Vader, con la marcha imperial de Williams sonando como un susurro, merecía todos los errores cometidos por Lucas en su ejecución.
Fue mérito de Lucas, y también por supuesto de Spielberg, habernos ofrecido el renacimiento del cine de aventuras en su versión más clásica con Indiana Jones, una saga irregular pero de incuestionable interés, con una obra de gran calibre como fue "En busca del arca perdida" que atesoraba grandes momentos entre acción y misterio a partes iguales. La aportación de Industrial Light and Magic es inconmensurable y, a tan reputada compañía de efectos especiales, le debemos aquellos dinosaurios de "Parque Jurásico" que nos dejaron sin aliento en su primera aparición. Aquel tyrannosaurus rex, que hacía vibrar un vaso de agua, nos dejó clavados a la butaca, invocando a todas las criaturas salidas de la mano de aquel otro genio llamado Harryhausen.
Leyendo esta entrada parece dar la sensación de que hablamos de la muerte de un creador como Lucas, aunque lo cierto es que se trata de una simple transacción comercial, de dinero, de mucho dinero, concretamente 4.050 millones de dólares. A sus casi 70 años, el responsable de Star Wars ha debido de considerar que había llegado el momento de entregar su legado para que otros continúen en el futuro. Había manifestado que ya no habría más entregas de la saga galáctica, aunque en el fondo muchos pensábamos que sólo era una estrategia, que un negocio de tanta rentabilidad no podía permanecer demasiado tiempo aletargado. En Disney se habla ya del 2015 como la fecha de estreno de un posible Episodio VII, y muchos son los que piensan que tal proyecto estará contaminado por las propuestas infantiles habituales de la compañía del ratón Mickey, como si Lucas estuviera libre de pecado de aportaciones pueriles. Es pronto para emitir un juicio certero de lo que podrá ser esa nueva entrega y mucho dependerá de los responsables en los que recaiga semejante encargo. Disney se está convirtiendo en un gigante que lo devora absolutamente todo, tal y como lo demuestra su adquisición de la compañía de Jin Henson y sus teleñecos, exceptuando Barrio Sésamo, de Pixar y de Marvel.
Una tarde del año 1977 mi rostro se iluminó por completo con una nave especial de dimensiones infinitas que cruzaba la pantalla. Fue el inicio de un viaje extraordinario, comandado por un genio llamado George Lucas, que demostró su talento como creador más que como director o guionista, pero su universo particular nos ha acompañado durante varias décadas. Otros han retomado su labor y sólo cabe esperar que la fuerza les acompañe...