Revista Coaching

El ¿imposible? reto de la honradez

Por Uncafelitoalasonce

Ser honrado no conduce a ninguna parte que aprecien los demás“. Jaume Perich (1941-1995) Humorista español

Dramaturgia del ser

Si algún legado imborrable me dejó el Aitona (mi abuelo) fue el de ser una persona hornada a carta cabal. Eso siempre se lo “reprochó” mi abuela, “si hubiera sido un poco más…”, como dando a entender que si hubiera tragado con ciertas cosas, o aceptado ciertas situaciones, las cosas les hubieran ido mejor. He de decir que las cosas les fueron bien, y a su familia nunca les faltó de nada.

Si algo queda en la memoria colectiva de todos los que conocieron a mi abuelo, fue la HONRADEZ. Así, con mayúsculas.

Mi abuelo vivió muy de joven la guerra civil, y como muchos niños de Madrid, tuvo que irse refugiado a Valencia. Posteriormente, con la llegada de la democracia, participó activamente en partidos políticos y sindicatos, que abandonó por principios. No le gustaba cómo funcionaban. De nuevo la HONRADEZ.

Ya como padre adoptivo, se implicó no solo en mi educación, sino que también hizo todo lo posible para ayudar al colegio, participando en las asociaciones de padres y buscando subvenciones. Siempre, sin pedir nada a cambio, de una forma altruista y HONRADA.

Cuando muy pocos en España hacían la declaración de la RENTA, recuerdo a mi abuelo, con su portaminas de delineante haciendo sumas y restas, con un montón de papeles sobre la mesa. Recuerdo siempre su comentario, “ya me gustaría tener que pagar más impuestos, eso significaría que ganaba más”. Pondría la mano en el fuego para afirmar que NUNCA defraudó a nadie de forma consciente. Cómo me hubiera gustado poder explicarle que en un sistema de dinero fiduciario, y según la teoría monetaria moderna, los impuestos no son estrictamente necesarios.

Hoy en día, el camino de la honradez parece imposible.

Facturas sin IVA, apaños en los recibos de la luz, ingresos no declarados, simulación de enfermedad laboral, seguro que conoces alguno de estos casos entre tus conocidos o amigos. Incluso puede que hayas sido partícipe de alguno de ellos. Como yo mismo, como casi todos. Menos mi abuelo (al menos me consuela pensar que nunca lo hizo y tenerlo como referente).

Cuando las crisis explotan, lo primero que salta por los aires es la HONRADEZ.

¿O es al revés? Más bien eso, la falta de HONRADEZ es lo que provoca las crisis. Es como un monstruo que se retroalimenta. Primero unos cuantos sin escrúpulos, conceden créditos y hacen negocios sin pensar en el mañana, en la ética, o si lo que están haciendo está bien o mal. Luego los demás, para no parecer tonto, “no seas tonto”, “es que eres tonto”, “si lo hace todo el mundo tonto”. Se endeudan hasta las cejas, para no parecer tonto, “no seas tonto, no alquiles, compra”.

Yo fui tonto, lo confieso. Pero tuve la inmensa suerte de que mi casero no me quiso vender la casa en la que vivíamos de alquiler. Menos mal, porque era una mierda casa, que hubiéramos tenido que comprar a un precio desorbitado y que además, hubiéramos tenido que reformar. Pero por aquel entonces, en la hipoteca podías meter hasta las vacaciones de 2012 si lo proponías. El 2012 se veía tan lejano y próspero entonces…

Mantener la HONRADEZ se va convirtiendo en algo cada vez más complejo. Hace poco me sorprendí a mí mismo diciendo “me estoy volviendo malo”. Cuanto más nos aprietan, más parece surgir este tipo de ideas, y sé que no soy el único y tampoco seré el último. Y lo peor, que cada vez seremos (serán) más.

Pero cuando tras escuchar la última noticia del día, logras alejarte y desconectar un rato, te viene a la cabeza la imagen de la persona más honrada que has conocido en tu vida. Tu abuelo, el aitona.

Y todo se calma hasta la siguiente chispa de indignación. Aitona, intentaré honrar tu memoria.

No sé si lo podré lograr. Lo siento.

Es desconsolador pensar cuánto gente se asombra de la honradez y cuán pocos se escandalizan por el engaño” Sir Noël Pierce Coward


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