Tras la decisión del juez, que, en contra de la opinión de la Fiscalía y del gobierno, permite la presencia de banderas independentistas en el estadio durante la final de la Copa del Rey, la única esperanza que le queda a la España democrática es el Sevilla club de fútbol.
Entre la dignidad y el bochorno ya sólo se alza la demostrada decencia y solvencia del Sevilla, un equipo que debería abandonar el campo si los independentistas convierten la final de la Copa del Rey, que debe ser solo un gran acontecimiento deportivo, en una algarabía y en una plataforma de presión política, ofensa a España y vejación de las instituciones y la nación.
Para que triunfe el mal es suficiente con que los buenos y decentes se queden quietos y permitan el abuso.
Ya es hora de que los ciudadanos y las instituciones de la sociedad civil, ante la incompetencia de las instituciones del Estado y de la Justicia, opten por defender la nación, entendida como comunidad de ciudadanos que comparten en paz valores, ilusiones, objetivos y un destino común.
No toda la responsabilidad debe caer sobre el Sevilla, que debería abandonar el Estadio si aquello se convierte en un aquelarre independentista vejatorio para España y sus ciudadanos, sino que también deberían ejercer su derecho a la dignidad y a la defensa de la nación el Rey, que debería marcharse si es pitado y abucheado, y los aficionados, que deberían abandonar el Estadio y, en sus hogares, boicotear la televisión apagando el aparato.
El Polonia, cuando el líder comunista Jaracelski hablaba por la televisión oficial, los ciudadanos ponían los televisores en las ventanas de sus hogares, mirando hacia la calle. Aquel espectáculo de protesta dignificó al pueblo polaco y contribuyó a la ruina de la tiranía comunista "made in URSS".
Lo de la bandera independentista no es lo mismo, pero convertir un acontecimiento deportivo en una plataforma de exhibición, de desunión, odio y vejación de España y sus instituciones merece una respuesta cívica contundente. Ya que las autoridades no saben darla, que la de la sociedad civil española, que debería aprender a imponer sus criterios en una sociedad mal gobernada, sin un liderazgo de valor, corrompida y en proceso de descomposición.
Francisco Rubiales