En Japón le han prohibido la entrada por su indeseable historial de detenciones y drogadicción a Diego Armando Maradona, que quería asistir como espectador al actual Campeonato del Mundo de Fútbol.
Intolerable, gritaron en Argentina. Hasta protestaron varias ONG que buscan desaparecidos durante la misma dictadura militar que el futbolista ensalzaba entusiásticamente: “Yo defendía a los militares porque era muy joven. Ahora, mi héroe es Fidel”, dice; siempre amó el totalitarismo.
Más que la actual ruina del país, a medio pueblo argentino le humilla este desprecio hacia el tótem, el héroe nacional, a la excelsa figura a la que quiere santificar, como a Evita, con sacra música de tango.
Hace dos años que la autoridad mundial del fútbol nombró a Maradona y al brasileño Pelé los mejores futbolistas del siglo XX. Maradona se sintió menospreciado al tener que compartir el título: se cree un ser superior incomparable.
No lo es, porque tiene emuladores:
“Mira, la cocaína debe ser buena: gracias a ella han nombrado a Maradona mejor futbolista de la historia”, le dice el camello a los alevines de consumidores.
Los organismos deportivos internacionales, la prensa y los amantes de la estética futbolística antes que de su ética ejemplarizante, han convertido en héroe y modelo al montaraz cocainómano.
Para los japoneses solo es un modelo indeseable y le han aplicado sus antiguos códigos sobre la sabiduría para rechazarlo como campeón mundial de la necedad.