Hoy comienzo a publicar en varias entradas un relato que describe a una persona que conocí en Argentina. La historia que cuento es también la de muchos otros que trabajaron en los ingenios azucareros. Espero que os guste.
EL INDIO
La gente que lo conoce, piensa que el Indio vive solo, pero la soledad es relativa a la necesidad de compañía que necesitas. Así, no vive solo. Está acompañado por Diana y el Perro. Diana es un cruce entre jabalí y chancho, no se sabe si una confusión o un atrevimiento. Es dócil y grande, muy grande, a simple vista cualquier desentendido en la materia diría que es un chancho pero hay dos cosas que convierten a Diana en una salvaje; su gran colmillo amarillento y algunos pelos rebeldes y duros que reivindican su idiosincrasia agreste. Una doble naturaleza que sólo se manifiesta cuando se siente agredida o triste y que hace de su adiestramiento toda una resolución por su parte, ya que si bien su mitad de chancho está acostumbrada a la convivencia con la raza humana su otra mitad reniega de ellos en beneficio de su independencia. Este conflicto no resuelto en su condición se manifiesta demostrando una fidelidad inquebrantable hacia el Indio pero reclamando una reciprocidad en el trato. Un vínculo justo en el que ambos están a gusto disfrutando de la compañía del otro. El Perro no tiene nombre, pero no por eso es menos importante. Su labor en la vida ha sido y será proteger al Indio. Al contrario que Diana, el Perro nunca ha pedido nada a cambio por su afecto, si acaso un poco de atención de vez en cuando en sus juegos. Nunca se enfada ni reprocha los comportamientos de los otros dos, simplemente está ahí, dispuesto y diligente. Es pequeño y negro, rápido y lleno de pulgas, feroz y fácil de domar. Cuando se acerca gente a la casa ladra como si fuera peligroso, temeroso de que alguien ajeno a sus amistades pueda destrozar la paz en la que vive, pero su temor dura lo que tarda el Indio en ofrecer hospitalidad.
Hay muchas habladurías acerca de este hombre que no vive solo, se dice que habita en mitad de un camino que no lleva a ninguna parte pero al Indio le encanta recorrer esa travesía porque le lleva a las montañas. Ni siquiera él sabe el final del camino pero a diferencia de los que piensan que sería una pérdida de tiempo caminarlo, él lo prefiere a otras sendas que a ciencia cierta sabes dónde van y entonces excluyen todo amor por el paseo en sí que puedas tener. Entre otros sitios este camino te conduce casi directamente a unas termas que muy poca gente ha tenido el honor de conocer y que al Indio no le importa compartir. Otra gente piensa que es de Bolivia o de algún otro lugar que imaginan exótico, pero la verdad es que nunca ha salido de Argentina, ni siquiera ha pisado Villazón[1], aunque nació cerca. Tampoco le ha hecho falta salir para conocer todos los extremos de la vida.
Lo que sí le gustaría es ver el mar, del que mucha gente le ha hablado y él se imagina como una sucesión de montañas azules. Se comenta en los alrededores que es muy pobre y que en su casa no hay de nada pero el Indio no siente ninguna carencia. Ha conseguido llegar a un equilibrio con la tierra en el que ella le mantiene y él la reza de vez en cuando, aunque sospecho que el trato es más bien su respeto, ya que esas oraciones las inventa cuando se acuerda de su pacto. El tamaño de su casa es perfecto para una persona, ya que Diana y el Perro tienen sus propios cuartos y aun así normalmente prefieren mantenerse a la intemperie. Si es verdad que cuando él llegó a este lugar le faltaba personalidad a las paredes pero después de tantos años puede afirmar que ahora es su hogar y está decorado a su gusto. Recoge cosas que la mayor parte de la gente no ve pero a él le sirven para construir su casa. De lo que más orgulloso se siente, es de su escultura cambiante. Ésta consiste en la estructura redonda de una rueda de carro antigua rellena por medio de alambres de utensilios varios que ha ido encontrando en el camino, desde cacerolas hasta azadas. Todo revolotea en el medio recordando a un atrapasueños gigante que en vez de imágenes oníricas atrapa en su sonido objetos cotidianos, un atrapacotidianidades podríamos decir. Mucho más útil que retenga en su círculo mágico la cotidianidad ya que de esta manera libera los sueños y permite que éstos se cumplan.
Una vez discutió con un hombre que quería construir una presa en el río. Cuando el Indio se enteró del descabellado plan, se plantó en su casa y le dijo que esa presa nunca se construiría ya que el río no le pertenecía. Nunca se entendieron bien, pero desde ese día le comenzaron a llamar “el loco” y se difundió el rumor de su religiosidad pagana. La verdad es que muy religioso el Indio no es, pero lo compensa con su admiración y respeto a los elementos que le rodean y de los que se vale diariamente, como el río. La elección de un camino alternativo en la vida no te vuelve loco solo diferente aunque muchas veces se confunda. Se habla mucho del Indio pero poca gente lo conoce y rellenan de conjeturas lo que no entienden de su vida, a él nunca le ha importado explicar sus andanzas siempre dirigiéndose a sí mismo como el Indio.
Nació en el Ingenio de Ledesma un día del que no recuerda la fecha, ni si hacia frio o calor, aunque él siempre ha sido muy friolero así que piensa que el día que nació haría frio. Allí se crió y vivió por veinte años con sus padres en una habitación muy pequeña que el patrón disponía para ellos, si corría por la estancia tocando la pared con la mano se mareaba a la tercera vuelta, lo cual nos indica su tamaño. El lugar tenía un par de colchones y una cocina pequeñita que calentaba y llenaba de olores la habitación, unas veces buenos y otras no tanto. Digo que vivió veinte años aquí, pero no es del todo cierto ya que en los primeros años de su vida, su familia se desplazaba en tren desde su comunidad, más al norte en la provincia de Jujuy, para trabajar la zafra[2] durante cinco meses. Luego volvían con el poco dinero que ganaban a subsistir el resto del año en su lugar de origen. Sus raíces ancestrales estaban en Jujuy pero eran muy diferentes a lo que a él le tocó vivir, sus abuelos daban fe de cuán diferente era su vida antes. La comunidad a la que pertenecía solía vivir de la tierra, de sus chacras[3] repartidas en la montaña formando escaleras que parecían llevar al cielo. Un trabajo duro el de la agricultura pero con la gratificación de obtener lo necesario y nunca echar en falta nada. Vivían en una comunidad en la que todos se conocían y el trabajo comunitario permitía sostener una sociedad basada en el trabajo y el apoyo social. La entrada de los ingenios azucareros hizo que por medio de engaños las comunidades perdieran sus tierras y sus costumbres, trastornaron un estilo de vida sostenible para volverlo incoherente. Demasiados meses trabajando en algo que no les proporcionaba otra cosa que dinero hicieron que se terminaran por abandonar los cultivos ancestrales que por tanto tiempo les habían mantenido, dependiendo ahora de un desarrollo industrial que parecía absurdo. Acá, en mitad de este caos de costumbres recordadas pero en desuso, se crió nuestro Indio en los años cincuenta, oyendo hablar de algo que nunca llegó a conocer pero siempre ha anhelado.
La fiebre del azúcar cambió muchas más costumbres que las de las comunidades jujeñas. Por el ingenio pasaban todo tipo de grupos desde chahuancos[4], obreros indígenas bolivianos, hasta criollos[5]. Su familia pertenecía a Jujuy y todos los años agarraban el ferrocarril para dirigirse al ingenio con una horda de gente de su comunidad, hacinados en vagones muy pequeños y con poco aire que corrían por la provincia con prisa de no llegar al trabajo. Pero otras comunidades venían de más lejos, la gran mayoría provenían de El Chaco[6] como los Matacos, Tobas, Mocovíes, Pilagas, Chorotes o Chiriguanos. Todos estos pueblos provenientes del monte chaqueño basaban su estilo de vida en satisfacer sus principales necesidades recurriendo a la caza de animales, a la pesca y a la recolección de frutos y raíces. Vivían sin necesitar nada más, en este acuerdo no escrito con su entorno de disponer de todo cuanto necesitasen a cambio de un profundo respeto por su medio, como el Indio. El territorio del Chaco hacia mediados del siglo XIX todavía se consideraba una superficie libre de la ocupación del hombre blanco. Él ya no lo vivió pero todavía a principios del siglo XX los ingenios mandaban a sacadores de indios al Chaco para reclutar trabajadores para la zafra. Estas comunidades llegaban a embarcarse en viajes de tres meses para llegar a los ingenios donde su mano de obra barata valía todo el esfuerzo de su búsqueda. Los sacadores de indios viajaban a caballo y consigo llevaban regalos y comida para ofrecer a los chaqueños y convencerlos de que trabajasen la zafra. Agasajaban al cacique principal y llegaban a un acuerdo, entonces éste le comunicaba a su pueblo la decisión. Todo se ponía en marcha, tiraban sus chozas, recogían las pocas pertenencias que tenían y dejaban el lugar como lo encontraron cuando decidieron asentarse en él. En estos viajes iban niños, ancianos, mujeres y hombres, algunos fallecían sin llegar a su fin y cuando vuelven a pasar sobre ese mismo punto al año siguiente lo lloran nuevamente. Como si todo fuera cíclico y se repitiera año tras año sin olvidar nada, cometiendo los mismos errores. Así marchan los indígenas camino a la zafra con su cacique principal a la cabeza, seguido por los caciques secundarios, lenguaraces, subcapataces y demás hombres, y más atrás muy cargadas venían las mujeres y los niños sin perder el paso ni quejarse. Unas quinientas personas desfilando camino a algo que hasta hace poco no entendían y mucho menos necesitaban. Trasladándose hacía un desarrollo impuesto desde fuera y que no supone un crecimiento en ningún sentido para sus pueblos pero del cual dependerán forzosamente. De esta manera, el nativo de las tierras del Chaco viendo ocupados sus campos de caza, sus ríos y aguadas, por los avances del ejército principalmente, se vio obligado a asalariarse necesitando ahora algo que nunca antes había tenido que pedir, que le resultaba absurdo tener que pedirlo, teniéndolo ahí tan cerca pero no llegando a ello.
[1] Ciudad boliviana en la frontera con Argentina.
[2] Cosecha de la caña dulce.
[3] Propiedad rural de extensión reducida destinada a diversos cultivos y lugar de descanso.
[4] Pueblo nativo del norte de Argentina.
[5] Se denomina así a los nacidos en el continente americano, del país, pero con un origen europeo.
[6] La provincia de El Chaco es una región argentina situada en el nordeste como parte de la Región del Norte Grande Argentino. Hoy en día cuenta con una de las mayores poblaciones aborígenes integrada por mataco – guaycurúes, como también por numerosos descendientes de inmigrantes de Europa Central y Oriental. En el año 2010, Chaco pasó a ser la segunda Provincia argentina en adoptar más de un idioma oficial, al declarar en 2010 a los idiomas qom(Lengua nativa de la etnia toba), moqoit (Lengua nativa de la etnia mocoví) y wichi (Lengua nativa de la etnia wichi) como idiomas oficiales alternativos de la Provincia. Esta es la provincia El Chaco actualmente pero antiguamente el Gran Chaco se extendía por el norte de Argentinca, Bolivia, Brasil y Paraguay, entre los Ríos Paraguay y Paraná. En cualquier caso una zona, antes y ahora, donde habitaban muchos pueblos nativos.