Revista Opinión
Hoy, vamos a jugar con 2 definiciones del infierno, y los que así lo quieran pueden traer las suyas propias. Presencia de todos los males sin mezcla de bien alguno, dice o decía el catecismo del Padre Astete. En su día, yo monté en la radio “Huis clos”, de Jean Paul Sartre, donde se sostiene la tesis de que el infierno son los otros.Decididamente, yo me quedo con la definición de Sartre y no sólo porque, tal vez, sea el mejor filósofo del siglo XX, y uno de los mejores escritores de la historia, su libro Las palabras es uno de los placeres literarios más grandes que yo he gustado nunca, sino y sobre todo y además, porque fue un hombre absolutamente comprometido, sus acciones iban inmediatamente detrás de sus palabras, tan comprometido fue que tuvo los reaños de renunciar al Nobel, porque lo consideraba, como yo, un producto esencialmente representativo del mundo capitalista.Pero, hablando del infierno, ¿le cabe a alguien la duda de la precisión casi microscópica de la definición sartreana? El oficio de filósofo, unido a su pasión literaria, le hacía analizar los términos de su expresión una y otra vez hasta encontrar los más apropiados.Si uno se dedica un rato, nada más, a pensar comprende la grandeza de su definición: el infierno son los otros.No hay ningún mal que nos aflija que no nos sea infligido por los demás. El problema, y por eso rechazamos terminantemente la definición de Astete, es que con el hombre hay que andar con mucho cuidado porque nada de lo que se refiere a él es absoluto: el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno.El primer problemas que una definición así nos plantea es el de la propia existencia del bien, como concepto absoluto.¿Existe el bien, dónde y cuándo se produce, cuando se le extirpa a un enfermo el cáncer, quién nos asegura que no va a haber metástasis, lo que acelerará considerablemente su muerte y posiblemente sus dolores?Y, en lo inmaterial, todavía es peor nuestro análisis: el amor entre dos personas, ¿es un bien absoluto, acaso no lleva por naturaleza a la procreación, y traer a este mundo a alguien es realmente un bien o uno de los peores crímenes que pueden cometerse?Yo creo firmemente que Sartre se quedó corto. Seguramente porque no creía en Dios, si lo hubiera hecho, habría estado seguro del todo y hubiera puesto a su formidable inteligencia seguramente a demostrar que este mundo, coño, claro que sí, sólo es una bazofia de infierno, tal como casi demuestra en El diablo y el buen Dios, en el que Sartre trata de demostrarnos que el hombre, los hombres no somos sino unos cochinos, ¿malditos?, bastardos: “Si bien la bastardía es la marca de aquel que se caracteriza por carecer del reconocimiento del padre o madre, también debe rescatarse el hecho de que esta se puede definir a partir de la lectura que comporta la bastardía como símbolo de la conformación del ser. Goetz debe hacerse y está obligado a ello, pero un hijo legítimo obvia este compromiso pues ya se considera hecho y justificado, por lo cual se halla inmerso en la mala fe. Así, su condición de bastardo no se encuentra solamente en el plano de lo simbólico, sino que debe enfrentar el rechazo y el estigma que socialmente ello le merca, de forma que logre, si no paliar totalmente esta condición, sí sustituirla o desdibujarla desde otra dimensión, de allí su escogencia por cierto tipo de discurso desde el cual se ha de (re)construir”. EL DIABLO Y EL BUEN DIOS: LITERATURA Y COMPROMISO. Óscar Gerardo Alvarado Vega.O sea que, según Sartre, no sólo somos unos jodidos, malditos, bastardos, sino que, además, así, precisamente así y por ello, somos mejores que los hijos legítimos, que son, somos, unos canallescos tipos sumidos en la más profunda mala fe, de tal modo que hemos de elegir forzosamente entre la bastardía y la mala conciencia.Y esto no es sino la inevitable consecuencia de vivir en una mierda de vida que no es sino la permanencia en el infierno.Y, aquí, en este punto, casi me convierto en acérrimo seguidor del padre Astete puesto que, por mucho que me esfuerce, no logro ver por ningún lado “bien alguno”, pues no es bueno, de ninguna manera, que yo desprecie al que siempre se comporta como un auténtico bastardo como tampoco lo es que uno de estos primitivos seres me odie africanamente a mí, porque yo no lo soy.