La verdad es que tenía pensada esta reseña para más adelante, pero como tengo el libro recientito, prefiero adelantarla y así os cuento mis impresiones.
La historia entre este libro y yo comenzó hace tiempo. Todos me decían que estaba muy bien y que me lo tenía que leer, porque era la historia del libro desde la Antigüedad, etc. Yo no estaba muy dispuesta porque en Periodismo tuve una asignatura llamada Tecnología del Libro, impartida por un individuo gris y mediocre que lo único que hizo fue hacernos leer ensayos sobre la historia del libro. Así que no tenía ganas de volver a lo mismo.
Pero la gente insistía e insistía y al final terminé cayendo. Y en parte, la lectura de este libro me dio la razón porque no era un ensayo. El infinito en un junco (Editorial Siruela) te engancha al principio, sobre todo cuando se pone a hablar de la Grecia clásica y de la Antigüedad, de Alejandro Magno, de la Biblioteca de Alejandría, etc.
Y luego llegan los romanos y ahí se termina el orden cronológico. La autora comienza a hablar de los principales escritores romanos, como Cicerón, Marcial, Séneca, etc. Y luego pasa a contar anécdotas de su infancia. Y pasamos al argumento de El nombre de la rosa, y a otra historieta de su colegio, a los egipcios, y a la cultura en los monasterios, y otra vez Marcial, etc.
Recreación de la Biblioteca de Alejandría
Según la RAE, un ensayo es: un tipo de texto en prosa que explora, analiza, interpreta o evalúa un tema. Se considera un género literario comprendido dentro del género didáctico. ... Es un escrito serio y fundamentado que sintetiza un tema significativo. Tiene como finalidad argumentar una opinión sobre el tema o explorarlo.
Como véis, no es el caso. En el ensayo entran los datos objetivos (otra cosa es cómo interpreta el ensayista dichos datos, donde sí que puede haber sesgos). Pero en ningún caso podemos meter historias sobre los cuentos de buenas noches que nos contaba nuestra madre, de nuestras experiencias estudiantiles o de cómo los libros nos salvaron del bullying. Porque eso, no es un ensayo.
Y diréis: ¿Y qué más dará? Bueno, es que el libro se ha llevado el Premio Nacional de Ensayo 2020, sin serlo. Dejando aparte la literalidad, el libro tiene partes buenas, pero luego es un despendole de fechas, de repeticiones, de saltos en el tiempo y de omisiones importantes para la historia del libro (sólo se nombra la imprenta de pasada y de los incunables, ya ni hablamos). La imprenta se inventó antes de 1492, que es cuando pasamos a la Edad Moderna.
Es decir, que me gustó al acabar, pero luego fui rumiándolo y me fui cabreando cada vez más y ahora sólo me queda lamentarme de lo que podría haber sido un libro redondo o por lo menos un ensayo con todas sus letras y que se ha quedado en nada. Eso sí, tiene mucho bombo y elogio porque ya sabemos cómo es la crítica en este país, pero si os acercáis a él con pretensiones de conocer la historia del libro, que es lo que vende, quedaréis bastante decepcionados.