Leer a Irene Vallejo ha sido magia.
El género del ensayo lo solemos asociar a algo denso, sesudo y aburrido. Sin embargo, El infinito en un junco es de todo menos aburrido.
Cuenta el principio de nuestra historia recorriendo la evolución de la escritura y de su soporte por excelencia, el libro.
El mundo de las bibliotecas resulta maravilloso en sus palabras y, al igual que en estos espacios, multitud de anécdotas y de nombres quedan protegidos entre sus páginas. Me gustó que rescatara tantos nombres de mujeres y que les diera su lugar en la historia.
La labor de documentación que hay detrás de este libro es encomiable. Y me encanta que haga llegar tantos conocimientos a los lectores de una forma didáctica, amena y alejada del academicismo que se respira en las tradicionales clases de historia o de lengua.
Son muchísimos los datos que refiere y que por vez primera leí gracias a Irene. Cantidad ingente de hechos que se han abierto paso gracias a la forma tan sencilla en que nos lo traslada. Más de quinientas páginas de carga histórica de las que no te apetece dejar de empaparte. Te aseguro que eso no es nada sencillo. Es dificilísimo hacer que lo complejo se vuelva algo asumible por cualquiera. E Irene Vallejo lo logra en El infinito en un junco. Logra que no importe quién se interese en nuestro pasado. Un pasado maltratado por el paso del tiempo al atribuirle las características de aburrido, pesado, sin sentido, sin utilidad, tedioso, bárbaro e inferior. Y esta mujer barre de un plumazo todo ello para hacer de la historia de los libros, de las bibliotecas, del pensamiento, de la escritura un ámbito más del divertimento, de lo atractivo, lo entretenido, lo interesante, lo genial, lo excitante, lo apasionante y lo maravilloso que es explorar nuestro pasado lector.
Enhorabuena a Irene Vallejo. Todos los premios recibidos gracias a su trabajo en este ensayo son más que merecidos.
Mi mayor reconocimiento, haberte regalado a mi mamá para sacarla de su parón lector y haberlo logrado.