Mi tía Marina falleció a los 91 años. La recuerdo diez o quince años antes de dejarnos, cuando en la calle veía niños corriendo o jugando, comentar para sus adentros pero en voz alta: " El mundo no se acaba". Exactamente esta idea, ' el mundo no se acaba ' o ' la vida sigue ', es la que mientras leía este ensayo narrativo de Irene Vallejo Moreu constantemente me asaltaba.
Es más, pienso que no sólo no se acaba, como en ocasiones con cierta impertinencia quienes vamos peinando canas queremos creer por eso de que después de nosotros el caos, sino que hay mucha vida después como demuestran escritores como Irene Vallejo que se mueve como pez en el agua en la difusión, promoción y divulgación de la cultura clásica.
Yo, modestamente, me considero amante de los libros. En todos los sentidos me gustan. Me gustan por lo que dicen; me gustan, claro es, por cómo lo dicen; me gustan por su forma externa; me gustan sus portadas, sus lomos, sus guardas al agua o no; me gustan por sus títulos; me gustan... en definitiva... por todo. También me gusta verlos colocados en estudiado desorden en los expositores de las librerías o apilados en descuidado desorden, esta vez sí, en las librerías de lance. Acudir a las bibliotecas y buscar por las estanterías en los tejuelos fijados en sus lomos la signatura del volumen ansiado es actividad que frecuento. Tampoco me pierdo las ferias, fiestas y celebraciones que en torno al mismo se realizan. Desde muy temprana edad el Día del Libro, que se celebra todos los años el 23 de abril, cuando los libreros sacan sus expositores a las calles, me ha gustado. Ese día raro es el año que no adquiero algunos ejemplares aprovechando los descuentos promocionales que se realizan; además en ocasiones el gremio de libreros edita algún ejemplar sobre la lectura o regalan algún libro a los compradores. Recuerdo -¡y conservo!- con cariño difícil de explicar "¿Cómo leer un libro?" de Dolores Rico Oliver con ilustraciones del genial Antonio Mingote que hace cerca de cuarenta años regalaron a los compradores. Mi atracción por los libros me lleva a no perderme cuantas casetas librescas crecen como setas en Muestras dedicadas al libro sea antiguo, de ocasión o de todos los tiempos. Me encanta husmear por ellas, hojear algunos, voltearlos para ver sus contraportadas, examinar el índice o cotillear en las biografías de los autores...
Por lo dicho hasta aquí creo que a nadie extrañará que el libro de esta zaragozana me haya encantado. Explicaré un poquito por qué. En primerísimo lugar está la sencillez comunicativa con la que Irene Vallejo se maneja. Utiliza una exposición clara, diáfana, directa, sin alambiques; pero ello no quita para que en no pocas ocasiones utilice figuras expresivas que insuflan belleza a un texto que, en principio, podría resultar aburrido, abstruso o sólo del gusto de los muy especialistas en el mundo antiguo. Afortunadamente, y de ahí el enorme éxito popular del libro, nada de esto ocurre en "El infinito en un junco" que en manos de la autora se codea en ocasiones con la alta literatura. Hay metáforas bellísimas que llegan muy adentro: " Los primeros relatos de tu vida entraron por las caracolas de tus orejas; tus ojos aún no sabían escuchar ", leemos en un momento; y en otro lugar citando a la poeta rusa Anna Ajmátova la prosa de la ensayista no va a la zaga de los versos de la poetisa:
"Un día, al enfrentarse en el espejo con su aspecto demacrado y los surcos que el sufrimiento estaba abriendo en su cara, ella recordó la imagen de las antiguas tablillas mesopotámicas. Y escribió un verso triste e inolvidable: "Ahora sé cómo traza el dolor rudas páginas cuneiformes en las mejillas" ."
Fundamental en el aprecio sentido por la obra ha sido para mí el placer que proporciona viajar por Egipto, Grecia o Roma hasta hoy mismo a bordo de la prosa de Irene. La comprensión del mundo antiguo mostrado se evidencia a través de la naturalidad con que en el ensayo se equipara, por ejemplo, a un bardo del siglo VII aC con un escritor posmoderno dada la forma que tienen ambos de entender su obra como versión, nostalgia, traducción y constante reciclaje del pasado , o la evocación producida en mi cabeza del tema de los Doors, ' Riders on the storm', cuando en pirueta magnífica la escritora imagina a la anónima persona -un hombre, sin duda, dados los parámetros de la época- que ideó los signos del alfabeto:
"Él vivió en el siglo VIII a. C., hace veintinueve siglos. Cambió mi mundo " [...] "Con seguridad fue amigo de curtidos mercaderes fenicios de rostro bronceado. Seguramente bebió con ellos en las tabernas de los puertos, de noche, aspirando el olor del salitre en el aire mezclado con el humo que subía de un platillo de sepia sobre la mesa, mientras escuchaba historias de mar. Barcos cabalgando en la tormentas, olas como cordilleras, naufragios, costas extrañas, misteriosas voces de mujer en la noche. "
Después de leer fragmentos como el citado anteriormente no puede extrañar que, pese a estar ante un ensayo sobre la historia de los libros desde su primera aparición hasta nuestros días, el programa cultural radiofónico de RNE el Ojo Crítico le haya concedido el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2019. Naturalmente que es oportuna la concesión porque hay mucho de narración en la obra que reflexiona en hermosa metáfora sobre juncos [los papiros egipcios se fabricaban con juncos que crecían en el delta del Nilo] capaces de albergar el infinito en ellos. Realiza la autora una hibridación entre géneros construyendo un ensayo que se mueve en la frontera entre la pura exposición personal, aguda y original sobre el asunto y la construcción de un relato que le sirve para ahormar la inmensidad de materiales que con soltura, gracia y conocimiento maneja.
Ese sinfín de sabiduría la vierte Irene Vallejo en su ensayo de manera estudiada, avanzando y retrocediendo en el tiempo desde el lejano pasado hasta hoy mismo pero también efectuando paralelismos al estilo de los autores clásicos entre el tratamiento dado a unos mismos asuntos en Grecia y en Roma, o entre la manera de trabajar en la biblioteca de Alejandría y en la de Pérgamo, o la actitud tenida ante el objeto libro por los romanos paganos y los cristianos perseguidos por sus creencias, etc. Todo, como ya he dicho, comparándolo las más de las veces con actitudes actuales, con objetos usuales entre nosotros, con argumentos presentes en prestigiosas obras literarias de los últimos siglos (" El lector" de Bernhard Schlink, la novela negra de Ruth Rendell " Un juicio de piedra", la novela del escritor nigeriano Chinua Achebe " Me alegraría de otra muerte", " El país de las últimas cosas" y " La invención de la soledad" de Paul Auster, " Finnegan's Wake" de Joyce, " Mientras agonizo" de Faulkner,... y tantos y tantos otros).
Es así mismo evidente que la autora de "El infinito en un junco" además de ser experta en literatura de todas las épocas es amante del Cine, género artístico que bebe en grandes creaciones literarias. Leyendo este ensayo son abundantes los títulos de películas (" Taxi Driver" y " Gangs of New York" de Martin Scorsese, " ¡Qué bello es vivir!" de Frank Capra, " Matar a un ruiseñor" de Robert Mulligan, " 84, Charing Cross Road" -"La carta final" en España- de David Hugh, " La mujer de al lado" de François Truffaut,.. y tantas y tantas otras más).
Cuando la escritora trata de hacernos ver cómo la tradición clásica presente en los libros clásicos llega hasta las manifestaciones artísticas más novedosas no duda en afirmar que Cada nueva forma de expresión -la publicidad, el manga, el rap, los vídeojuegos- los adopta y los realoja .[...] de manera que continúan subiendo a los escenarios de los teatros mundiales, son adaptados al lenguaje del cine y emitidos por televisión . Y es que afirma
"Desde Grecia y Roma no dejamos de reciclar nuestros signos, nuestras ideas, nuestras revoluciones. Los tres filósofos de la sospecha -Nietzsche en la metafísica, Freud en la ética y Marx en la política- partieron del estudio de los antiguos para realizar el giro a la modernidad. Incluso la creación más innovadora contiene, entre otras cosas, fragmentos y despojos de ideas anteriores. "
Para mí, aparte del magnífico recorrido que junto a Irene Vallejo realizamos por las bibliotecas de Alejandría, de Pérgamo, de Roma, la obra es más que interesante por el enorme número de anécdotas que contiene referidas a multitud de vicisitudes vividas por autores de muchos de los libros que nombra (Homero, Platón, Aristóteles, Erastótenes, Calímaco, Plauto, Julio César, Cicerón, Aristófanes, Tucídides, el poeta bilbilitano Marcial, Safo de Lesbos, Eurípides, Esquilo, el cordobés Séneca, etc., etc.). El listado de escritores es larguísimo. Baste con estos nombres. Sólo decir que la gracia con que se cuentan y la oportunidad de su inserción en el relato son elementos fundamentales para lograr el placer que la lectura de este ensayo produce. No pocas veces durante la lectura la sonrisa se dibujaba en mi rostro. No cabe otra respuesta anímica cuando se lee que En el siglo I, el humorista Marcial se quejaba: -"Mis páginas sólo gustan gratis" , o cuando leemos que en un claro guiño al lector -al público, en su caso- Plauto dice: "Un griego escribió esto, y Plauto lo barbarizó ". Desde luego qué inmensa actualidad tiene esta frase, qué cerca nos sentimos del comediógrafo desde el hoy del corta y pega.
El libro que acabo de leer pertenece, como ya he dicho, a esa saga de libros que hablan de libros. En ese hilo hay que situar a "El infinito en un junco". La misma Irene cita y declara su gratitud a obras importantísimas en este campo como "Una historia de la lectura" del argentino-canadiense Alberto Manguel publicada por vez primera en inglés en 1996, traducida al español por José Luis López Muñoz en 1998, y que yo leí con enorme gusto allá por 2003 ó 2004. Constantemente durante la lectura de "El infinito en un junco" recordaba esta estupenda obra de Manguel. También, especialmente, en los capítulos de la IIª parte dedicados a Roma, al hablar del número de bibliotecas que había en la ciudad la autora cita el impresionante libro del español Jorge Carrión titulado "Librerías" [en su momento hice reseña del mismo en este blog] que como ya le está ocurriendo al de Irene Vallejo tuvo -y sigue teniendo- una difusión enorme habiendo sido traducido a la mayoría de lenguas de nuestro entorno
"En su imprescindible ensayo -y ruta de viajes bibliófilos-, Jorge Carrión escribe que el diálogo entre las colecciones privadas y las colecciones públicas, entre la librería y la biblioteca, es tan viejo como la civilización; pero la balanza histórica siempre se inclina por la segunda "
En otro momento, también de esta IIª parte titulada " Los caminos de Roma", en concreto cuando la autora se lamenta de la persecución inmisericorde que el objeto libro ha sufrido a manos de dictadores, censores, revolucionarios obtusos o lerdos inquisidores, vuelve al escritor catalán para señalar una de tantas paradojas que han acompañado a la cultura a lo largo de todos los tiempos:
"Como escribe Jorge Carrión, quienes diseñaron los mayores sistemas de control, represión y ejecución del mundo contemporáneo, quienes demostraron ser los más eficientes censores de libros, eran también estudiosos de la cultura, escritores, grandes lectores. "
Por último en este sentirse formando parte de un tipo de obras determinado, de un subgénero ensayístico concreto, el de los libros que hablan de libros, me parecen muy relevantes las referencias constantes a otro gran bibliófilo, amante de la vida secreta de los libros. Me refiero a Umberto Eco citado en especial por "El nombre de la rosa", novela histórica culturalista que publicó en 1980, en la que homenajea a los libros, las bibliotecas que los contienen, los estudiosos de los mismos y los enigmas y conocimientos escondidos en éstos. Pero además de por esta espectacular novela también Umberto Eco es citado por su reelaboración para el mundo actual del concepto mito que él como semiólogo estudió y analizó. Respecto al objeto libro y las constantes premoniciones agoreras sobre su inexorable desaparición Irene Vallejo concluye de acuerdo con el semiólogo italiano que el libro
"Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor ."
Para finalizar
Con inmensa satisfacción asistí a la presentación por su autora de"El infinito en un junco" el pasado día 25 de febrero en la librería Rafael Alberti de Madrid. Acompañaron a la escritora en una sala abarrotada la periodista Eva Cruz, la editora de Siruela Ofelia Grande, y la dinamizadora cultural Lola Larumbe al frente de la Librería Rafael Alberti desde al menos hace 39 años.
Por Ofelia Grande, la editora, supimos que el libro va ya por la novena edición, que además del Premio Ojo Crítico de Narrativa 2019 hacía poco que había logrado el Premio Las Librerías Recomiendan de No Ficción 2020. Fue ella quien, en mi opinión, clavó lo que en definitiva esta obra es cuando textualmente dijo que lo fundamental es que "Es un libro bonito ". Parece una tontería, pero para mí no es tal. Verdaderamente este ensayo se lee con gusto no por lo mucho de novedoso que aporta que forzosamente en el campo que indaga no puede ser mucho y tampoco, quizá, por esas estupendas similitudes que establece entre el lejano pasado de los griegos arcaicos con el posmoderno cine de, por ejemplo, Quentin Tarantino, sino especialmente por lo bonito que Irene Vallejo cuenta las cosas por escrito.
La periodista Eva Cruz centró las preguntas que hizo a la escritora en tres aspectos presentes en la obra: la oralidad, la creación del alfabeto y la de una muy personal experiencia vivida por la autora en su paso por la escuela. A los tres respondió Irene con una voz que enamora a quien la escucha y que contribuye no poco al éxito alcanzado por este peculiar ensayo.
Verdaderamente tras escuchar hablar a la autora, pude concluir leyendo la obra que ella, la aragonesa nacida en 1979, estaba en cuerpo y alma en el texto que tenía en mis manos, que no había simulación ni impostación alguna, sino sinceridad y dulzura naturales emanando de cada palabra, línea, párrafo, capítulo... de su libro. Y cuando se escribe con esta sinceridad, con esta sencillez, con esta naturalidad, es evidente que se logra transmitir y que la comunicación con el lector es total. Logra Irene Vallejo hacernos cómplices de cuanto dice y por eso que a este ensayo le den un premio de Narrativa no extrañará a nadie que se acerque a él.
No puedo abandonar esta reseña en la que es difícil abarcar obra tan cargada de elementos e informaciones sin agradecer a la autora, quien por edad bien podría haber sido alumna mía en su paso por la Enseñanza Secundaria, los agradecimientos que ella a su vez realiza a un nutrido número de profesores de instituto.
Todos esos profesores de instituto que son sembradores de entusiasmo, en particular Chus Picot, Ana Buñola, Paz Hernández, David Mayor, Berta Amella, Laura Lahoz, Fernando Escanero, José Antonio Escrig, Marcos Guillén, Amaia Zubilaga, Eva Ibáñez, Cristóbal Barea, Irene Ramos, Pilar Gómez, Mercedes Ortiz, Félix Gay y José Antonio Laín.
Este sentido homenaje al profesorado de Medias en el que me siento solidariamente incluido, la autora lo realiza por los ánimos e ideas que estos profesionales amigos suyos -¡seguro!- le habrán hecho respecto al libro, pero también imagino que aunque no aparezca su nombre entre los de la cita con ella homenajea en silencio a Pilar Iranzo a la que en la primera parte del ensayo cita por su nombre tras haber dicho
" para mí, el griego empezó con voz de mujer -la voz de mi profesora de instituto- "