Revista Comunicación
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Desde la fundación de EE.UU. existieron importantes grupos de presión contrarios al abuso del alcohol y a la moderación en todos los ámbitos de la vida, también en el sexo. A lo largo del siglo XIX diversos líderes religiosos de iglesias protestantes iniciaron cruzadas personales contra la lacra del abuso del alcohol, encarnado mejor que nadie –a ojos de la masa de anglosajones americanos– en los inmigrantes llegados al país a partir de 1850. Los inmigrantes irlandeses, alemanes y de Europa Oriental no compartían esta filosofía de moderación, sino todo lo contrario, y terminaron convirtiéndose en los cabezas de turco de todo un movimiento.
Esta corriente consideraba que la prohibición de las bebidas alcohólicas tenía incluso base bíblica y en la doctrina protestante (es falso, puesto que el mismo Lutero creía que beber ocasionalmente era un placer entregado por Dios al ser humano); siendo que el verdadero origen de la doctrina de la moderación había que buscarlo más bien en el Gran avivamiento metodista del siglo XVIII.
A esta corriente conservadora y puritana se unieron pronto diversos intelectuales progresistas y liberales, así como líderes sindicales de izquierda, que condenaban el consumo de alcohol como elemento provocador de atraso y pobreza entre las masas de obreros que empezaban a llenar las ciudades de EE.UU. Razones religiosas, raciales y progresistas trabajaban codo con codo para que esta extraña alianza desembocara en la prohibición total en todos los estados.
En este terreno sembrado, se conoció la noticia de que un inmigrante italiano de Chicago llegó un día a casa borracho y violó a su esposa embarazada. Como resultado de la violación, el niño habría nacido con malformaciones y, según la prensa más sensacionalista, el bebé tenía el aspecto de un demonio. Esto es, piel escamosa, cuernos, pezuñas y una cola. Algunos de los rumores hablaban de que el niño volaba e incluso un testigo le contó a un periódico que «era idéntico a Satán».
El niño, que fue abandonado a su suerte y llevado a un centro para huérfanos llamado Hull House, se convirtió en un símbolo del daño que estaba provocando el alcohol a la sociedad americana.
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El Movimiento por la Templanza, con miembros capaces de asaltar por la fuerza las tabernas, logró sacar a adelante la prohibición en pequeñas ciudades. Aquellas medidas sentaron las bases para que, en 1917, el Congreso aprobara una resolución a favor de prohibir la venta, importación, exportación, fabricación y el transporte de bebidas alcohólicas en todo el territorio de Estados Unidos. En enero de 1919 la enmienda fue ratificada por 36 de los 48 estados de la Unión, siendo susceptible de imponerse como ley federal (aplicable a todos los Estados).
En octubre del mismo año, se aprobó finalmente la ley Volstead, que implementaba la prohibición.
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La ley seca, en todo caso, no prohibía directamente el consumo de alcohol, pero lo hacía muy difícil acceder a él para las masas trabajadoras porque prohibía la manufactura y la venta. Quedaban exentos el vinagre, la sidra y el vino para «la santa misa», y se autorizaba el uso farmacológico de las demás bebidas prohibidas.
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El grave aumento de la violencia y el refinamiento del crimen organizado puso en el objetivo de la opinión pública a la Ley Seca. Lucky Luciano, Al Capone, Dutch Schultz y otros mafiosos de su calaña parecían, a esas alturas, los únicos verdaderos beneficiados de la prohibición.
Asimismo, la crisis del 29 hizo al Gobierno calcular que la derogación de la ley podía suponer un importante fuente de ingresos dada la demanda de alcohol. Por esta y otras razones, el 21 de marzo de 1933 Franklin D. Roosevelt firmó el Acta Cullen-Harrison que legalizaba la venta de cerveza que tuviera hasta 3,2 % de alcohol y la venta de vino, siendo aplicable a partir del 7 de abril de ese mismo año. El resto del muro terminó cayendo en los siguientes años.
CÉSAR CERVERA
“La desconocida historia del niño demoníaco que dio impulso a la ley seca en EE.UU.”
(abc, 09.02.17)