Revista Cultura y Ocio

El inocente - Gabriele D'Annunzio

Publicado el 20 junio 2022 por Elpajaroverde
"Ciertamente creí que en aquel momento mi amor y el amor de aquella mujer se encontraban en su cúspide más alta, en una desmesurada alteza ideal, exento de miseria humana, sin mancha de culpa, intacto".

La novela que os traigo hoy se titula El inocente. Supongo que podríamos considerar como tal a alguien exento de miseria humana, sin mancha de culpa, intacto, libre, por tanto, de pecado original. Es este último un concepto muy cristiano, aunque esta para nada sea una novela de temática religiosa. Sí contiene, en cambio, muchas reflexiones y conflictos morales.

La cita que inaugura esta entrada nos habla de una relación amorosa, también de una idealización; "la inutilidad, la futilidad de los amores supuestamente eternos", vuelvo a suponer. Quien se dirige a nosotros -a sí mismo, en realidad- es Tullio. La mujer mencionada no es otra que Giuliana, su esposa. Estamos en Italia, en el siglo XIX -italiano y nacido en el siglo XIX es también el autor de esta obra, Gabriele D'Annunzio-.

El inocente - Gabriele D'Annunzio

El inocente comienza con una confesión. Es Tullio quien quiere descargar su conciencia. Se acusa de haber cometido un delito. Se trata a sí mismo de asesino. Insiste en la necesidad de revelar su secreto. A esa breve confesión le sigue, pues, la revelación de ese secreto que es esta novela.

Pero la obra de D'Annunzio es mucho más que ese secreto. La sinopsis que facilita la editorial la presenta, entre otras cosas -cierto es-, como la historia de un adulterio. Yo no estoy muy de acuerdo con esto (independientemente de esta pequeña discrepancia, he de señalar que la edición que nos ofrece la editorial dÉpoca está sumamente cuidada). Aun con ello, no puedo negar que hay un adulterio en esta historia; dos, en realidad, pues al adulterio del sempiterno infiel Tullio hay que sumar la sospecha creciente de este de que Giuliana le ha sido infiel.

"Es posible que ella no sea pura. ¿Y entonces? [...] ¡Quién sabe! Conociendo yo el pecado, ¿podré perdonar? ¿Qué pecado? ¿Qué perdón? No tienes derecho a juzgarla, no tienes derecho a alzar la voz. Demasiadas veces ha callado ella; esta vez te toca callar a ti. ¿Y la felicidad? ¿Sueñas con tu felicidad o con la de ambos? Con la de ambos, claro, porque un simple reflejo de su tristeza ensombrecería cualquier alegría tuya. Supones que estando tú contento también lo estará ella: tú, con tu pasado de licencia continua; ella, con su pasado de continuo martirio. La felicidad que sueñas reposa sobre la total supresión del pasado. ¿Por qué, si ella realmente no fuera pura, no podrías correr un velo ante su culpa como haces con la tuya? ¿Por qué, pues, queriendo que ella olvide, no podrías olvidar tú? ¿Por qué, entonces, queriendo convertirte en un hombre nuevo, desligado completamente del pasado, no podrías considerarla a ella como una mujer nueva, en las mismas condiciones? Semejante disparidad sería quizá la mayor de tus injusticias. Pero ¿el Ideal?, ¿el Ideal? Mi felicidad sería posible si pudiera reconocer en Giuliana a una criatura superior, impecable, digna de toda adoración; y en el íntimo sentimiento de esta superioridad, en la conciencia de su propia grandeza moral encontraría también ella su máxima felicidad. Nunca podría abstraerme de mi pasado ni del suyo, porque esta particular felicidad que anhelo no podría existir sin la iniquidad de mi vida anterior y sin esa heroína invicta, casi sobrehumana, a la que mi alma siempre reverenciará. Pero ¿sabrás discernir cuánto hay de egoísmo y cuánto de idealismo en tu sueño? ¿Acaso mereces tú la felicidad, tan alto premio? ¿Por qué privilegio? Si así fuera, tus continuas faltas te habrían conducido no a la expiación, sino a la recompensa...".

Valga el anterior fragmento para presentaros a Tullio con todos los honores. Qué ser tan magnánimo, pensaréis, él, que "había hecho realidad el sueño de [...] ser continuamente infiel a una mujer continuamente fiel", dispuesto a perdonar el desliz de esa mujer a la que ha hecho sufrir tanto con sus múltiples deslices. A Tullio habría que darle una medalla por hacer de Giuliana una mujer tan pura y virtuosa. Y es que, como él mismo nos explica, "para que ella tuviera la oportunidad de aparecer como una heroína, era preciso que sufriese lo que yo le hacía sufrir". Cuánta abnegación, por dios. Qué esposo tan involucrado en sus pasiones extramaritales para hacer de Giuliana una mujer mejor. Una joyita. Claro que no es oro todo lo que reluce. Tullio valora a su esposa por su digna resignación. "Verdaderamente estaba bella, frágil, dócil, tierna, casi diría fluida, tanto, que me hacía pensar en la posibilidad de absorberla poco a poco, de empaparme de ella". Vamos, que tan placenteros sacrificios por parte de Tullio revertían en hacer de Giuliana una mujer más digna de ser amada.

Sí, el egoísmo de Tullio raya casi en la patología. El marido de Giuliana es un hombre un tanto inestable, por otra parte. Su mente es puro bullicio. Es un ser atormentado. Aunque por fuera intenta mantener la compostura, por dentro su intensidad -que es la misma que la de la excelsa prosa de Gabriele D'Annunzio- nos arrastra por las páginas de esta novela.

La editora Susanna González, que escribe la introducción y posfacio de esta edición, señala que Tullio guarda ciertas similitudes con su creador, así como que en el personaje de Giuliana se percibe cierta mezcla entre la esposa y una de las amantes del escritor italiano. Además, en una carta que D'Annunzio le escribe al traductor francés de esta novela, al que le unía una gran amistad, puede leerse lo siguiente: "El inocente está escrito por un hombre que ha sufrido muchísimo y que ha mirado en su interior con lágrimas en los ojos, muy atentamente". Pues bien, una de las cosas más admirables que consigue con esta novela ese hombre que tanto ha sufrido es trasladar ese sufrimiento a su protagonista y narrador, así como transmitírnoslo a nosotros, los lectores. Solo así puedo explicar cómo un personaje cuyo comportamiento y pensamiento me resulta en gran parte tan reprobable ha conseguido que lo acompañe gustosamente por su vía crucis particular. O tal vez no solo por eso. Las reflexiones de Tullio no tienen desperdicio. Y esa es otra de las cosas admirables de D'Annunzio como escritor.

Como he comentado al inicio de esta reseña, hay un gran componente moral en los temas que toca El inocente. Se dice, de hecho, que una de las grandes influencias del escritor italiano fueron los grandes autores rusos de la época, tales como Dostoievski o Tolstói. A este último, precisamente, le hace el autor varios guiños en esta novela. El hermano de Tullio, por ejemplo, un personaje en las antípodas de la personalidad del protagonista, practica El Decálogo de Tolstói para ser feliz. Asimismo, es el mismo Tullio quien sorprende a su mujer con un volumen de Guerra y Paz sobre su regazo en una escena de esta novela. No puede evitar entonces hojear el libro y detenerse en algún fragmento, así como reconocerse en ellos. "El pasaje transcrito estaba señalado en la página con una única marca. Ciertamente, Giuliana lo había hecho pensando en mí, en mis errores. Pero ¿también la última línea se refería a mí, a nosotros? ¿La había empujado yo, había caído ella "en el abismo de la mentira y el infortunio"?" ¿Parecerían los ojos de Giuliana increparle, como el rostro inerte de uno de los personajes de la gran novela rusa en otro pasaje cuya página que lo contiene también ha sido marcada, y acusarle mudamente con un "¿Qué has hecho conmigo?"?

El flujo de conciencia de Tullio domina El inocente, pero, por supuesto -como ha de ser para que una novela no se resienta-, la trama también avanza. La que no puede avanzaros en la misma soy yo -no es cuestión de desvelaros el secreto que atormenta a Tullio- y bien que lo siento, pues ello me hurta de explorar en esta entrada caminos sumamente interesantes. Apuntar que he sentido que la lectura ha ido un poco de más a menos, pero siendo objetiva creo que esto es algo más achacable a mis preferencias personales que a la novela en sí. Decir también que me he quedado con ganas de conocer a Giuliana en primera persona, más allá, por tanto, de la mirado de su esposo. Para mí, en ocasiones Giuliana ha sido un interrogante. Se trata de un personaje sumiso, inactivo, pero -volviendo a la analogía inicial del pecado- cabe recordar que también se puede pecar por omisión.

A Tullio le corroe la culpa. ( "¿Por qué fatalidad del destino resulto tan nocivo para las personas que me aman?") Es conocedor de que sus infidelidades han causado dolor a Giuliana. Tiene la sospecha, además, de que ha sido él quien la ha llevado a cometer adulterio. Es, por tanto, el responsable de la situación actual de la pareja. Quiere hacer propósito de enmienda, así como perdonar, hacer como su amante esposa ha hecho tantas veces con él, y emprender juntos el camino hacia la felicidad. Pero hay un obstáculo en ese camino, una mancha perenne recordatoria de la irreversibilidad de lo ya acontecido, una amenaza para la felicidad de Tullio.

No, El inocente no es la historia de un adulterio. Es en parte una historia de celos, pero no solo de celo hacia la pareja. Es también una historia de pasiones, pero no de esas pasiones que llevan a Tullio a visitar lechos ajenos al conyugal, sino de las pasiones en general que nos mueven y nos arrastran de manera incontrolable. Es, fundamentalmente, la historia de un hombre egoísta. Y aquí no me resisto a añadir que quien esté libre de egoísmo, aunque sea de "la parte inevitable de egoísmo que existe incluso en los más nobles actos", tire la primera piedra.

Se me ocurre ahora que tal vez el egoísmo sea una especie de mecanismo evolutivo que trabaja a favor de nuestra supervivencia, no como especie sino a nivel individual. Se me ocurre que tal vez sea ese egoísmo el auténtico pecado original que nos mancha de miseria y culpa, que tal vez solo seamos completamente inocentes en el breve período que acontece desde nuestro nacimiento hasta la toma de conciencia del yo.

"Cierto es que algún resquicio de odio se oculta en el fondo de todo sentimiento que une a dos criaturas humanas, esto es, que une dos egoísmos. Cierto es que este odio indefectible deshonra siempre nuestras más tiernas entregas, nuestros mejores impulsos. Todas las bellas cosas del alma llevan consigo una semilla de corrupción latente, y deben corromperse".

Traductora: Eva María González

Introducción y Posfacio de Susanna González

Año de publicación: 2014 (1892)

Me ausento de la blogosfera por unas semanas no sin antes desearos que tengáis un feliz inicio de verano. Nos leemos pronto.

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