Miguel Ángel Hernández vuelve a arriesgar con una nueva reflexión sobre la relación entre el arte y las personas como única forma de sobrevivir al tiempo
Por: Manuel García
Ya lo hizo con Intento de escapada y resulta que su nueva novela, El instante de peligro, publicada por Anagrama, vuelve a arriesgar formalmente con lo narrativo. El autor murciano es una de esas voces que aspira a convertir la novela en ese testimonio de lo contemporáneo, lejos de textos históricos y malas versiones melodramátias con las que nos apabullan librerías y centros comerciales. El instante de peligro, Finalista Premio Herralde de Novela, es una reflexión sobre la capacidad del recuerdo y el arte como manera de perdurar en el tiempo, como una purgación de la frustración que supone la muerte de los seres más queridos.
Si en Intento de escapada encontrábamos, además de la reflexión sobre la frivolidad del arte moderno, un relato social sobre las desigualdades, en esta nueva narración se vislumbra -junto a lo artístico- una narración sobre los efectos destrutivos de algunas relaciones humanas cuando el idealismo del amor sigue perviviendo en los protagonistas como una extraña fuerza que los arroja continuamente al abismo. El arte vuelve a ser vórtice de esas energías y reflexionar sobre su capacidad persuasiva y poética, como hacen sus personajes, es un intento de superar las falacias de las convenciones. La frivolidad del arte contemporáneo no es el motivo de crítica en este caso, sino que la imagen, las instalaciones, las performance y el cine son una regeneración de la propia realidad. Su existencia supera la pérdida del otro. Su impresión, su percepción, por ejemplo, mantienen con vida a quienes se fueron para siempre. Lo perdurable es fantástico, entendiendo lo fantástico en su sentido etimológico, una manifestación de lo que alguna vez aconteció.
Martín descubre en un trabajo de interpretación artística una vía para completar su propia identidad, para cerrar el círculo de una vida fracasada y quien le encarga ese trabajo, Anna Morelli, necesita que esas imágenes por interpretar culminen un particular proceso personal de autodescubrimiento sobre el sentido de vivir y de añorar.
Miguel Ángel Hernández arriesga porque se atreve a convertir la novela en un texto versátil, de suma complejidad, donde lo ensayístico se mezcla con la secuenciación de los acontecimientos, donde el carácter enciclopédico y científico de algunas reflexiones está perfectamente hilvanado con las acciones y caracteres de los personajes: apariencias que deambulan a lo largo del texto buscando en los misterios de unas imágenes la personalidad del otro que es también la suya, la que no conocen e igualmente sobrecogedora. Si tuviera que poner un pero a la novela, es que a veces hay demasiado sentimentalismo en esas relaciones que deberían ser más turbias y confusas entre los personajes. Pero el balance es extremadamente positivo por novedoso y por buscar la transcendencia en la propuesta de la novela.
Un aura a Antonioni rodea muchos pasajes del texto y la impronta de Jonathan Coe en La lluvia antes de caer, pues la fotografía revela que la violencia y la frustración son demasiado evidentes en una imagen que trata de esconder todo sutilmente.