Quizás me equivoque al introducir una problemática que no domino en absoluto, pero como escritor novel creo que puedo permitirme el lujo de la osadía. Como sugerí al final de mi último artículo, hablaré de los oscuros (y no tan oscuros) intereses que pueden existir alrededor del encumbramiento o el ostracismo de un artista, por parte de los poderes sociales y políticos (los poderes, eterna fuente de conflicto con el arte, como ya los apuntaba Violette Le-duc, en su obra: Conversaciones sobre la Arquitectura).
Dejando a un lado el vaivén de modas y modismo pienso que, a veces, los poderes aludidos se limitan a auspiciar ciertas corrientes que ya han sido ratificadas de algún modo (certámenes, ferias de arte…). Es cómo nadar y guardar la ropa, arriesgar sin perder el capital invertido. Sobre todo, los ayuntamientos, en general, se limitan a transportar lo que ha contado con el apoyo oficial en las grandes capitales y representa un valor seguro.
No soy contraria a poder disfrutar, en mi ciudad, de estas exitosas exposiciones, pues ello contribuye al desarrollo cultural de la ésta, así como supone un atractivo turístico más, pero echo en falta mayores muestras de lo que vibra, día a día, en el corazón de nuestros conciudadanos, de nuestros artistas en ciernes; esos que no cuentan con ninguna clase de reconocimiento o apoyo (recuerdo participar en mi juventud en una exposición colectiva en la que todos éramos amateurs) pero que sí cuentan con la espontaneidad del que no está aún atrapado por las garras del negocio del arte.
Señores alcaldes y acólitos, pensad en que a veces «el interés público» no coincide con «el interés del público», y que sería interesante poder hacer partícipe a éste (al ciudadano de a pié, al que no tiene por qué entender o ser un experto en movimientos o escuelas) tanto de la visión como de la participación en un arte que por su propia naturaleza está vivo y se halla donde él desea y no donde digan las altas instancias. Los artistas necesitan, no sólo ayuda económica para poder desarrollar su talento, sino mayor visibilidad. Y es que no siempre coincide el arte “oficial” con el gusto del humilde ciudadano que paga religiosamente sus impuestos.