Vamos con la trama -"la parte más aburrida de las novelas", decía "Bobi" Bazlen-: un historiador del arte, experto en Poussin, padre de dos hijos, esposo, cauteloso homosexual, pariente de su Majestad, es desenmascarado por la Ministra Thatcher como espía de los rusos durante la Segunda Guerra Mundial. La vida, la triple o cuádruple vida, se le derrumba e intenta, como remedio o revancha, poner en un diario su pena en observación. Ese hombre es Victor Maskell, y Victor Maskell es a su vez Anthony Blunt, el espía de carne y hueso, real, el quinto miembro del Círculo de Cambridge, la red de "topos" más sofisticada y macabramente fascinante de esa guerra.
La novela gira, acaso, sobre el intento de responder a una sola pregunta: ¿por qué un hombre traiciona a su patria, familia y amigos, a sí mismo? ¿Cuál es el significado de esa traición?: "¿Por qué lo hizo?, me preguntó ayer esa chica, y respondí con parábolas filosóficas y artísticas, y se marchó insatisfecha. Pero ¿qué otra respuesta podía haberle dado? Yo soy la respuesta a su pregunta, todo lo que soy; menos no bastará. [...] Incluso para aquellos que creían conocerme íntimamente, todo lo demás que he hecho o dejado de hacer ha quedado reducido a la insignificancia frente al hecho de mi supuesta traición. Sin embargo, en realidad, soy de una sola pieza: de una sola pieza, pero dividido en innumerables yos. ¿Tiene esto sentido?" (pág. 53).
Y gira también sobre el papel del arte como conciliador de esos yoes innúmeros: "Podría decirse que me he inventado a Poussin. Con frecuencia pienso que esa es la principal función de un historiador del arte: sintetizar, concentrar, fijar al artista objeto de su estudio, aunar sus esfuerzos para unificar las dispares facetas del carácter, la inspiración y los logros, que forman ese singular ser que es el pintor ante su caballete. Después de mí, Poussin ya no es, no puede serlo, lo que era antes. Ese es mi poder" (pág. 316). Lo que lleva a Banville a pensar en el oficio del novelista y su afinidad con el del historiador del arte, ¿quién fue Anthony Blunt y por qué hizo lo que hizo? La respuesta -o un intento de- está en el mismo comienzo de la novela, según explicó Banville en un breve texto para The Guardian: en los momentos previos a la primera rueda de prensa que dio con ocasión del destape, Blunt cree que ni las cámaras ni nadie lo están mirando; en ese estado de desenfado "el fantasma de una leve sonrisa atravesó su cara. Esa sonrisa era una declaración: ¿de verdad estas personas creen que me van a sacar algo que valga la pena, a un hombre al que los mejores contraespías del planeta interrogaron sin éxito? Fue en ese momento que supe que tenía que escribir una novela sobre este hombre".
La pregunta regresa: ¿por qué ésa vida? ¿por qué ésa traición?: " ¡Cómo me gustaba burlarme de esos críticos -sobre todo los marxistas, qué le vamos a hacer- que gastaban sus energías buscando el significado de su obra [de Poussin], aquellas fórmulas ocultas sobre las cuales se suponía que había construido sus formas! La verdad es, desde luego, que su obra no tiene ningún significado. Relevancia, sí; sentimientos; autoridad; misterio -magia, si se quiere-, pero no significado. Las figuras que aparecen en la Arcadia no tratan de expresar ninguna fatua parábola sobre la muerte, el alma y la salvación; simplemente, están allí. Su significado es que están allí. Este es el hecho fundamental de la creación artística, representar algo que de otro modo no existiría. (¿Por qué lo pintó? Porque no estaba allí.) (pág. 355)".
Leemos -escribimos- porque no podemos saber, ni siquiera cómo vivimos lo que vivimos, y nuestra mejor defensa contra el vacío que dejan las preguntas fundamentales, los porqués que se repiten ad nauseam es, querámoslo o no, la ficción: la novela o el diario que fije o alumbre las zonas de sombra, nuestra propia experiencia inestable y movediza. " ¿Queda algo de auténtico en mí? ¿O es que el haber practicado el doble juego durante tanto tiempo me ha hecho perder mi verdadera personalidad? Mi verdadera personalidad. ¡Ah!"