¿Ustedes creen que me estoy apresurando? Es que el calor no me gusta, no, no, no. Tampoco es que desee mucho frío, solo un hermoso fresco otoñal.
El invierno ya llegó
—Ya estamos en invierno —dijo la abuela meciéndose lentamente frente al fuego.
—¿Cómo lo sabes, abuela? —Damián, sentado a sus pies, la miró con ansiedad.
—Lo siento en mis huesos, hijo, lo huelo en el aire.
—Todavía faltan semanas, madre —dijo una rubia mujer que se acercó a atizar el fuego—. Damián, ve a traer más leña para la abuela.
El niño se levantó de un salto y salió corriendo de la habitación. La mujer se acercó a la anciana y acomodó las frazadas sobre sus piernas.
—Ya estamos en invierno, hija, deben prepararse para las nevadas. ¿Cuántas provisiones tenemos almacenadas?
—No te preocupes, madre —le dijo acariciando su mejilla—. Pedro se ocupará de todo, pero todavía faltan semanas para…
—No —la mujer se aferró a su hija—, el invierno ya llegó, Marina. ¿Por qué no me crees? No estoy tan vieja.
Marina mostró una sonrisa indulgente, pero sin mirarla.
—Por supuesto que no, madre.
Damián regresó a la habitación seguido de un hombre fornido y medianamente bajo.
—Hay un viento de demonios fuera, creo que se acerca una tormenta.
—Entonces estoy aún más alegre de que hayas llegado —Marina se acercó a él y le dio un rápido beso en los labios—. La cena ya está lista, la serviré en un momento. Damián, agrega los leños al fuego y ayúdame a poner la mesa.
Pedro se acercó a la chimenea.
—¿Cómo está, abuela?
—El invierno ya llegó, hijo. ¿Están listas las provisiones?
—No se preocupe, abuela, ya está casi todo listo, pero aún falta para el invierno.
—No —la vieja sacudió la cabeza—, ya está aquí.
El hombre sonrió y se acercó para levantarla.
—Vamos, abuela, una comida caliente le hará bien.
La cena transcurrió agradablemente; pocas palabras, platos vacíos. Pedro llevó a la abuela hasta su cama y Damián se demoró unos minutos para desearle buenas noches.
—Tus padres no quieren creerme, hijo, pero el invierno ya llegó, a él no le importan los almanaques. Ve a buscar toda la leña cortada y la carne que se puso a secar fuera de la cabaña. Sé buen niño y tráela dentro.
—Sí, abuela —dijo Damián con seriedad y corrió a ejecutar el encargo de la abuela.
La mañana amaneció blanca, la puerta obstruida. El piso fuera casi llegaba al nivel de las ventanas.
—Esto es muy raro —Pedro estaba parado frente a la ventana junto a su mujer.
—¿Cómo pudo haber nevado tanto? —preguntó Marina.
La abuela chasqueó la lengua. Los esposos se volvieron y la observaron meciéndose frente al fuego. Damián estaba a sus pies. Pedro suspiró.
—Tal vez sea una nevada temprana, pero…
—¿Pero? —dijo su mujer.
—Por las dudas, debería ver cuánta madera puedo rescatar, la carne seguro está perdida.
Marina miró por la ventana.
—Iré contigo.
—No, no hace falta —Pedro se puso en marcha enseguida.
—Abrígate bien —murmuró Marina siguiéndole hasta la puerta.
Allí estaba apilada toda la madera que Pedro había llegado a cortar hasta ese día y toda la carne que Marina había puesto en sal.
—Hiciste un buen trabajo, Damián —dijo la abuela.
Su nieto la miró con ansiedad y dejó escapar un gran bostezo. La abuela miró de reojo a la pareja y sonrió.
—Un buen trabajo, hijo.
—Gracias, abuela.
—Yo dije que el invierno ya había llegado, ¿o no?
—Sí, abuela, yo te escuché.
—Es cierto, hijo, tú me escuchaste —siguió meciéndose frente al fuego; su nieto, a sus pies, la observaba.
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