En una residencia de ancianos (católica, por supuesto), Scorsese nos lleva de la mano marcando con la cámara los pasos que nos lleva hasta Frank. Al sentarnos junto al viejo irlandés, este comienza a contar cómo transcurrían los días por entonces. No se fija curiosamente en lo mal que iban las cosas tras la guerra, en cómo había que ganarse el pan como malhechores de poca monta. No, Frank O’Sheeran prefiere hablar de su mujer Reene, de su amigo Russell y de su esposa de cuyo nombre no consigo acordarme. Martin Scorsese ha recorrido, al igual que Frank, un camino tan extenso que el horizonte pasado parece difuso. El irlandés, y no seré el primero que lo diga, es un vistazo hacia atrás, un punto de inflexión entre el presente y el pasado que mira al futuro con temor.
Tarantino ha querido firmar testamento demasiado pronto. Reuniendo a viejos y nuevos amigos, desde Samuel L. Jackson o Michael Madsen hasta DiCaprio o Pitt, Érase una vez en… Hollywood ha servido para rendirse homenaje al cine y a sí mismo como si la muerte llamase a su puerta, y no creo que se merezca ya ese privilegio. Con más años haciendo peso sobre sus hombros, Martin Scorsese ha venido a hacer lo mismo sin regodearse en la nostalgia de uno mismo. Esta oda a la familia que elegimos no es sino un regalo a sus amigos, que como Frank el Irlandés repasan en una amena conversación los logros que les ha llevado hasta donde están. El irlandés, que dialoga con el Scorsese del exceso (el mismo de Uno de los nuestros o El lobo de Wall Street), mantiene durante el largo pero entretenido visionado una actitud personalmente divertida, a veces hasta entrañable. El sentido de hermandad y de familia, que como cualquier leyenda en Hollywood nace de lo fortuito, se ven reforzados con un toque amable que oculta una visión oscura y pesimista.
Si El irlandés es una biografía, entonces Frank O’Sheeran nace en la guerra. A partir de ahí su vida va dando las vueltas pertinentes. En un retrato marcado por la muerte, la violencia no goza de la presencia a la que Scorsese nos tenía acostumbrados. A fin de cuentas, una muerte sin contexto no debería inmutarnos a pesar de su crudeza, el italoamericano lo ha tenido presente durante toda su carrera. Esta es una cinta que hila el retrato a la tragedia con puntada fina. La muerte ya no sólo es constante sino inevitable para aquellos que buscan remediarla. Una vez que piden tu cabeza tu destino está sellado. Ser consciente de esa ineludible certeza marca el tema de la obra, uno que más allá del poder humano. En este género no muchos mueren de viejo, mas Scorsese, buen veterano, ve en este momento una crueldad mayor en el sino de toda vida. Si en el pasado de Frank (y de Martin), todos morían con un disparo en la sien, aquí el cáncer se encarga de limpiar los restos.
Scorsese ha desarrollado un profundo temor a la muerte, de ahí que recuerde junto a sus amigos. La vejez despeja ciertas dudas, el tiempo ahora apremia. El irlandés es un triste relato nostálgico de un futuro que no ha llegado, pero que llegará mal nos pese. Aún así, no todo son lágrimas en el velatorio. Todavía queda hueco para el humor negro que desde hace un tiempo tanto nos persuade. La mirada de Martin Scorsese para con la deformada existencia es la de una mueca cínica, la de un comediante que ríe por no llorar. Tomarse con humor la corrupción de la sociedad le da pie a hablar sobre aquellos códigos de honor transversales a cualquier cultura. Aquí volvemos a valorar la lealtad, la amistad, la fraternidad, la generosidad, y aunque la muerte se presente como una vanitas que al final consume todo, el recuerdo de lo que viene queda intacto.
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