El miedo a los musulmanes más violentos, los yihadistas que asesinan masivamente donde son dominantes y que aterrorizan donde aún no, se manifiesta en las reiterativas e innecesarias afirmaciones de políticos de todo el mundo de que el islam es “la religión de la paz”.
La última declaración así la hizo solemnemente este miércoles en una mezquita de Baltimore Barack Obama, que se declara cristiano, aunque es hijo de musulmán y estudió siendo niño en Indonesia en una escuela de base fuertemente islámica.
Los más asustados dicen “La religión de la paz”. Usan el artículo determinado “la” para recalcar que es la única, y los más desconfiados la anuncian como “una religión de paz”. Todos unen indisolublemente islam y paz.
Esa insistencia es un conjuro, un exorcismo ante el miedo generado en muchos por la religión creada por Mahoma a partir de 610.
Ese mantra choca con la historia del profeta y su expansión violenta, porque Mahoma fue un feroz guerrero cuya ira ante quienes rechazaban su prédica castigaba con la muerte, e incluso con el exterminio total de tribus.
La rápida expansión del islam se produjo por la fuerza de las armas y la fidelidad de los primeros yihadistas, quienes, aparte de creer en un paraíso de huríes y placeres tras su muerte, sobre todo al servicio de la fe, recibían en vida su botín de oro y mujeres.
El miedo a los atentados con justificación religiosa, multiplicado tras los de las Torres Gemelas de 2001, hace que los líderes mundiales insistan en un pacifismo islámico en el que no creen, y que la realidad desmiente.
Tratan de poner así algunos cortafuegos a la creciente masa de jóvenes que se unen a la yihad para cobrarse los premios prometidos.
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SALAS