Revista Cine
Si no cambia nada, el crecimiento indefinido de la masa humana, de sus apetitos y de sus medios, sólo puede conducir a la destrucción de la Naturaleza. Destrucción que la necesidad cada vez mayor que el hombre tiene de la propia Naturalezano hará más que acelerar.
Corremos en primer lugar el riesgo, nada despreciable, de que el hombre sea destruido por la destrucción de su medio; y es que una buena prospectiva no debe olvidar que un siglo de sociedad industrial no es nada, y que ésta acaba de nacer. Y aún en el caso de que el conocimiento científico y el control técnico del medio humano progresaran al mismo ritmo geométrico que su destrucción, lo cierto es que para salvar al hombre de su destrucción física habrá que poner en pie una organización total que amenaza con atrofiar esa libertad, espiritual y carnal, sin la cual la palabra "hombre" no es más que un conjunto de letras.
Fuera del equilibrio natural del que hemos salido -si los datos de que disponemos no cambian-, tenemos un solo futuro: un universo completamente oficial, estrictamente social. En la Tierra, el espacio y el tiempo, saturados por la masa humana y sus actividades, habrán desaparecido. Ya ho habrá más que un instante eterno; y a los individuos se les ahorrará así la muerte, y el absurdo al mismo tiempo que la existencia.
La sociedad - la ciudad- estará por todas partes, incluso tras las apariencias de la naturaleza. Será impensable vagar por los bosques, perseguir una presa o un pez. Ya no tendremos el tiempo, porque la sociedad anegará de respuestas los incontables deseos que no dejará de suscitar. No habrá ni plantas ni bichos vivientes que podamos coger; sólo un sinfín de productos y. sobre todo, un sinfín de espectáculos. Ya no habrá Naturaleza, y puede que tampoco Cultura - si es que esa palabra aún se sigue usando. El hombre vivirá de la sustancia del hombre, en una especie de universo subterráneo.
Ya sea en algún lugar de esta Tierra devastada o bajo algún tipo de cúpula hermética en la atmósfera venenosa de un planeta desconocido. Ahora bien, siendo todavía como somos, ¿quién de nosotros estaría dispuesto a aceptar de verdad un futuro semejante? Necesitamos el infinito del cielo sobre nuestra cabeza; de lo contrario perdemos la visión, sobre todo de la conciencia. Si la especie humana se hundiera hasta ese punto en las tinieblas, habría ido a parar, sólo que un poco más lejos, al mismo oscuro callejón sin salida que los insectos.
Pero entonces el lector me formulará la inevitabe pregunta. Si nos estamos refiriendo al hombre tal y como es, puede que tenga usted razón. Ahora bien, ¿qué hacer? (Sobreentendido: su diagnóstico es certero, pero, puesto que no me proporciona al mismo tiempo el remedio, es falso. Porque el hacer es hoy el único criterio de la verdad). Yo le respondería que, al contrario, la única oportunidad que tiene el espíritu humano es mirar al sol directamente y optar, si es preciso, por una verdad aparentemente mortal antes que por una mentira salvadora. ¿Es verdad que, tal y como van las cosas, tendremos que pensar en renunciar definitivamente a la naturaleza, es decir, a nosotros mismos? Lo único que importa es saber si este dictamen es, en líneas generales, exacto. Si lo es, el resto depende de nosotros. La única derrota es negarse a considerar el actual estado de las cosas, Por lo demás, el futuro será lo que hagamos de él.