atardecen como una instantánea
color sepia.
Los relojes se han parado
y un relumbrón de paz
ha interrumpido los oficios
y el vuelo de las aves.
A través de la traslúcida ventana
se adivinan los sedosos perfiles.
Cuatro pupilas dilatadas brillan
imbricadas y entre los visillos
de organza,
dos hermosas damas
trenzan en sus cuellos
el bálsamo amoroso.
Una huele el ropaje de la otra,
y la otra,
ávida de la sustancia de la una,
se adentra en su cráter inflamado.
Las embelesadas amantes
se traspasan la piel y se alborozan
en sus límites.
Se enredan los cabellos
en la miel del beso hirviente
y la parte interna de los muslos
es una incisión que reverdece.
La perfección es un mandala
que lubrica el multiplicado labio
esparciendo zumo de jazmín.
¿Quién se atrevería
además de las cortinas venecianas
a importunar el cortejo divino
que derrota la penumbra
en el jardín de las delicias?Meri Pas Blanquer