Revista Cultura y Ocio
Las pulsaciones son un mar incesante en ese corazón infantil que no para de trotar. Adrián se ha escondido tras el formidable león de piedra de más de tres metros de altura. No tiene melena y en las patas luce unas garras afiladas de milano. Desde su escondite puede columbrar dragones, ninfas, búhos y lechuzas de piedra, extendidos en el bosque frondoso del jardín de los niños dormidos. ¿Dónde estará la verja de doble puerta negra y gárgolas de hierro forjado suspendidas sobre las lanzas puntiagudas? La noche es enemiga y anubla la vista con siluetas grotescas y penumbras que desdibujan el horizonte arbolado. Tiene que avanzar hacia el siguiente escondrijo, antes de que Klaus y Marina hagan la ronda nocturna y se percaten de que el bulto arrebujado bajo las colchas y sábanas blancas son un trasunto doloso de él mismo.
Corre agachado, como si fuese un cazador furtivo, arredrado de las sombras de formas singulares que parecen medrar y extender sus brazos fibrosos para apresarle. Atrás quedan diecinueve compañeros, amigos, la única familia que ha conocido durante los cinco últimos años de su vida. Volverá a por ellos, por supuesto. Les liberará, se lo promete a un cielo plomizo que tiene al amanecer atrapado entre sus zarpas. Ya puede ver la puerta, altanera, odiosa e implacable. Corre Adrián sin resuello. Una mano le aferra la boca. Está perdido. Le han apresado cuando estaba ya tan cerca de acariciar su libertad. La mano inmisericorde parece ahora más liviana y deja su boca expedita. Adrián se gira alarmado para enfrentarse al malhechor que pretende devolverle al infierno de los calabozos subterráneos. Sus ojos verdes se abren asombrados. El detective Orlando Tünnermann ha venido a liberarle junto a la diosa rubia que le acompaña en todos sus casos. Selene Moon se acerca para abrazarle y le susurra al oído:
-"Se acabó la pesadilla, cariño. Volvamos a casa, vamos a llevarte con tus padres".