Pocas dudas, realmente ninguna, tuve cuando supe de la publicación de la última novela de Tatiana Tîbuleac. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes fue una lectura maravillosa y desde aquel momento tuve claro que no faltaría a ninguna cita con la autora. Hoy os hablo de Jardín de vidrio.
Mi opinión
Cuando Lastochka consigue salir del orfanato gracias a la adopción de Tamara Pavlovna poco puede imaginar que en realidad a la anciana no la ha movido ni la caridad ni el deseo de criar a una hija como propia, sino que su vida será recorrer las calles junto a Tamara recogiendo botellas que después limpiarán y venderán. Este es solo el vértice visible de una infancia cargada de violencia doméstica y de la grisura y extremismo de los años más duros del comunismo en Moldavia.
Con una narración en primera persona que adopta la forma de una carta que Lastochka dirige a unos padres desconocidos, Tatiana Tîbuleac nos adentra en una novela tan cruel como intensa en la que explora temas como la maternidad, los vínculos con el pasado, el desarraigo y la búsqueda de la identidad. La protagonista, ya adulta, nos ofrece una mirada retrospectiva que no siempre sigue una cronología lineal mientras nos habla principalmente de su infancia, pero también de su adolescencia y juventud, al tiempo que nos sitúa de forma sutil en la problemática de las repúblicas soviéticas que formaban parte de la URSS. Lastochka nació en Moldavia, al igual que lo hiciera la autora, y al igual que ella se enfrenta al problema de criarse en un país en el que se piensa en un idioma, el propio y nativo, pero en el que se tiene que hablar otro impuesto. Un país de cultura rumana y, por lo tanto, latina, en el que se impone la cultura eslava. Cuando esa imposición termina ¿qué debe hacerse? ¿Olvidarse de todo y actuar como si este tiempo no hubiera existido? Son muchos y muy interesantes los apuntes que encontramos sobre la pérdida de la identidad cultural en un pueblo al que se privó de sus raíces culturales e incluso de su lengua durante años.
Pero esta novela es mucho más aún que esa pérdida. El jardín de vidrio es una lectura que destila miseria y violencia, disfrazada de muy distintas formas, por los cuatro costados, pero siempre narrado con la prosa que caracteriza a la autora, capaz de llenar de belleza la escena más desoladora con una prosa delicada y profunda que te atrapa a pesar de no ser una novela de fácil lectura tanto por su estructura, saltando continuamente de un espacio temporal a otro, como por lo narrado, teniendo en ocasiones la sensación de que algún detalle o alguna simbología se nos escapa, al menos a mí por no conocer, salvo pinceladas básicas, qué se vivió en Moldavia en los tiempos del comunismo, un entorno político al que la lectura de la novela me ha invitado a acercarme buscando más información sobre el tema.
En definitiva, El jardín de vidrio es una novela desgarradora que nos traslada a un mundo sombrío y violento. Y es también una novela de lucha y esfuerzo dentro de un ambiente disfuncional y maltratador en el que nadie debería vivir y menos aún una niña que, a pesar de todo, y en su búsqueda constante de amor, consigue encontrar la belleza en cualquier detalle.