Deseas acabar un libro que te ha atrapado y absorbido para poder recuperar tu vida, pero cuando llega el final, y vuelves a esa vida anterior, sientes que algo te falta, que algo se ha quedado ahí, en la maraña de sentimientos y emociones pasadas. Nada vuelve a ser lo mismo, aunque, después de unos días, la vida adquiera la normalidad de la rutina y aquello que viviste quede relegado al rincón de los recuerdos. Algo así es lo que siento hoy. Quería acabarlo pero cuando me encontré, sin esperarlo, con el final, me costó aceptarlo. Me cuesta aún. Y digo sin esperarlo porque el archivo electrónico marcaba 100 páginas más, que estaban destinadas -cosa que no supe hasta que llegué a ellas- a recordar los anteriores libros de la autora, Donna Tartt.
Anteriores libros, dos, que con este, El jilguero, hacen tres. Publicados en 20 años. Un característica más que hace que la señora Tartt sea una especie de escritora de culto, reverenciada como una Dickens moderna. De hecho, 'El jilguero' ha ganado el Pulitzer y en su promoción es definido como 'el primer gran clásico del siglo XXI'.
¿Exageración? ¿Merecido? En mi opinión, es un gran libro, lleno de reflexiones sobre nosotros mismos y la vida. Quizás tanta trascendencia e intensidad le resta efectividad a la historia que hay por debajo, o, mejor dicho, puede llegar a crispar los nervios del lector que quiere saber qué va a pasar YA, y, en cambio, se ve sumergido en páginas y páginas de idas de olla, paranoias, pensamientos en bucle... Interesantes, sí, pero si estamos a lo que estamos -la acción que sostiene la novela-, a eso tenemos que estar. Quizás ese sea el principal ¿fallo? del libro, una historia que funciona como andamiaje que no acaba de cuajar con el tono de intensidad y metafísica que la autora ha buscado muy premeditadamente.
Y digo que no cuaja porque, en esos momentos, el lector se siente frenado. Sí, espera, ya sé que esto te interesa mucho pero antes, ven, vamos a pensar sobre las consecuencias de vivir, sobre la humanidad, el odio, el arte, los engaños, el amor, la ausencia, la soledad, la pena... Pero, por otro lado, no está mal que el autor te 'enseñe' de esta manera, te lleve, te maneje y te manipule, también. A fin de cuentas, es su libro, su novela y nadie te ha mandado leerlo, has llegado de modo libre y voluntario y has de hacer lo que el escritor quiera. Incluso jugar contigo, no darte todas las claves, ir dejándolas caer como las migas de Pulgarcito, evitar cosas intencionadamente, cosas que, mientras desaparecen del libro, están en tu cabeza refulgiendo como luces de neón en la noche... Tampoco decirte todo sobre los personajes, engañarte, llevarte, traerte... sorprenderte. Una sorpresa que, tras pensarlo, reconoces que es lógica. Nada de lo que se cuenta en primera persona es fidedigno al cien por cien, siempre hay matices, ocultaciones, vergüenzas, o momentos de los que no somos conscientes. Por ello, tiene que haber contrapuntos. Tiene que haber revelaciones.
'El jilguero' es un libro apasionante, dividido en varias partes, en el que la pintura marca el ritmo. No sólo por la evidente referencia a la pequeña obra de Fabritius, sino también por la narrativa empleada. Colores vivos, trazos rápidos, descripciones en cuatro pinceladas que dejan sin aliento. Un abrigo blanco, un pelo naranja, el amarillo del desierto, el azul de la piscina... La noche se abate sobre Nueva York y todo es posible, incluso los encuentros, las pérdidas, las decepciones.
'El jilguero' es un libro sobre la pérdida, el dolor, la falta de atención, el abandono. También sobre la amistad y el amor, sobre las razones que impulsan a seguir. O a no seguir. Sobre las clases de personas que existen, sus diferentes motivaciones y deseos. Las culpabilidades, los escondrijos, los refugios, los engaños y las consecuencias. Buenas o malas.
'El jilguero' marca una filosofía completamente distinta a los famosos libros de auto-ayuda. No hay paños calientes, no hay medias verdades, no hay impulsos de existencia basados en nimiedades. Pero consuela y calma... Hay escenas en las que todo está perdido en las que te descubres pensando ¿y qué más da? Escenas en habitaciones de hotel donde la soledad es tan patente que traspasa.
'El jilguero' es un libro también tierno y dulce, e, incluso, a ratos, a golpes, divertido. Es un libro del siglo XXI en sus referencias, ambientes, situaciones... Pero también es un libro de aventuras, de picaresca. De niños dejados a su suerte que se buscan la vida.
Y es un libro que enseña a amar el arte, que justifica todo por ese amor que es el amor más duradero, porque es el único que nos trasciende de veras, el único que nos ata como humanidad. Porque ser capaces de amar y admirar las obras de arte a lo largo de los siglos nos identifica como especie y, sobre todo, nos hace eternos.
Anteriores libros, dos, que con este, El jilguero, hacen tres. Publicados en 20 años. Un característica más que hace que la señora Tartt sea una especie de escritora de culto, reverenciada como una Dickens moderna. De hecho, 'El jilguero' ha ganado el Pulitzer y en su promoción es definido como 'el primer gran clásico del siglo XXI'.
¿Exageración? ¿Merecido? En mi opinión, es un gran libro, lleno de reflexiones sobre nosotros mismos y la vida. Quizás tanta trascendencia e intensidad le resta efectividad a la historia que hay por debajo, o, mejor dicho, puede llegar a crispar los nervios del lector que quiere saber qué va a pasar YA, y, en cambio, se ve sumergido en páginas y páginas de idas de olla, paranoias, pensamientos en bucle... Interesantes, sí, pero si estamos a lo que estamos -la acción que sostiene la novela-, a eso tenemos que estar. Quizás ese sea el principal ¿fallo? del libro, una historia que funciona como andamiaje que no acaba de cuajar con el tono de intensidad y metafísica que la autora ha buscado muy premeditadamente.
Y digo que no cuaja porque, en esos momentos, el lector se siente frenado. Sí, espera, ya sé que esto te interesa mucho pero antes, ven, vamos a pensar sobre las consecuencias de vivir, sobre la humanidad, el odio, el arte, los engaños, el amor, la ausencia, la soledad, la pena... Pero, por otro lado, no está mal que el autor te 'enseñe' de esta manera, te lleve, te maneje y te manipule, también. A fin de cuentas, es su libro, su novela y nadie te ha mandado leerlo, has llegado de modo libre y voluntario y has de hacer lo que el escritor quiera. Incluso jugar contigo, no darte todas las claves, ir dejándolas caer como las migas de Pulgarcito, evitar cosas intencionadamente, cosas que, mientras desaparecen del libro, están en tu cabeza refulgiendo como luces de neón en la noche... Tampoco decirte todo sobre los personajes, engañarte, llevarte, traerte... sorprenderte. Una sorpresa que, tras pensarlo, reconoces que es lógica. Nada de lo que se cuenta en primera persona es fidedigno al cien por cien, siempre hay matices, ocultaciones, vergüenzas, o momentos de los que no somos conscientes. Por ello, tiene que haber contrapuntos. Tiene que haber revelaciones.
'El jilguero' es un libro apasionante, dividido en varias partes, en el que la pintura marca el ritmo. No sólo por la evidente referencia a la pequeña obra de Fabritius, sino también por la narrativa empleada. Colores vivos, trazos rápidos, descripciones en cuatro pinceladas que dejan sin aliento. Un abrigo blanco, un pelo naranja, el amarillo del desierto, el azul de la piscina... La noche se abate sobre Nueva York y todo es posible, incluso los encuentros, las pérdidas, las decepciones.
'El jilguero' es un libro sobre la pérdida, el dolor, la falta de atención, el abandono. También sobre la amistad y el amor, sobre las razones que impulsan a seguir. O a no seguir. Sobre las clases de personas que existen, sus diferentes motivaciones y deseos. Las culpabilidades, los escondrijos, los refugios, los engaños y las consecuencias. Buenas o malas.
'El jilguero' marca una filosofía completamente distinta a los famosos libros de auto-ayuda. No hay paños calientes, no hay medias verdades, no hay impulsos de existencia basados en nimiedades. Pero consuela y calma... Hay escenas en las que todo está perdido en las que te descubres pensando ¿y qué más da? Escenas en habitaciones de hotel donde la soledad es tan patente que traspasa.
'El jilguero' es un libro también tierno y dulce, e, incluso, a ratos, a golpes, divertido. Es un libro del siglo XXI en sus referencias, ambientes, situaciones... Pero también es un libro de aventuras, de picaresca. De niños dejados a su suerte que se buscan la vida.
Y es un libro que enseña a amar el arte, que justifica todo por ese amor que es el amor más duradero, porque es el único que nos trasciende de veras, el único que nos ata como humanidad. Porque ser capaces de amar y admirar las obras de arte a lo largo de los siglos nos identifica como especie y, sobre todo, nos hace eternos.