Alguien tocó a la puerta. Javi, como no, llegaba tarde a la partida de poker. Sergio, Amador, Teófilo y Miguel lo esperaban impacientemente. Como cada viernes noche, se reunían en casa de Sergio, un burgués con una mansión a las afueras de Madrid. Todos ellos eran reputados magnates, pero Sergio, por ambicioso y cruel, era el peor de todos. Tenía muy mal perder. Muy mal perder. Pasadas ya las 3 horas desde el comienzo, todo parecía de cara para el anfitrión. Su mano era pareja de Ases (corazones y diamantes), todo indicaba que la suerte estaba de su lado. El flop terminó de ayudarlo, salieron otras dos Ases (picas y tréboles) y una dama (tréboles). Posteriormente un Rey (tréboles) y una jota (tréboles). Fue engrosando el bote final hasta llegar a 1.000.000€. Sergio hizo un all-in al igual que Amador. Este, tenía buena mano, pero, a priori, Sergio tenía todas las de ganar.
Cuando Sergio enseñó las cartas y mostró su excepcional poker, los ojos de sus compañeros no paraban de parpadear y sus pupilas se dilataban. Amador comenzó a sudar, una risa nerviosa comenzó a invadir su cuerpo. Le temblaban las piernas. Amador se rio y se relajó de una manera extraña. Sergio golpeo el tapete de la mesa y vociferó a Amador para que mostrara sus cartas. Él lo hizo. Primero enseñó una jota (corazones). Luego volvió a reírse. Sergio temblaba de nervios. Amador terminó con la agonía enseñando ese 10 (tréboles), la mejor mano posible.
Sergio entró en cólera. Empuñó su 40 y, de dos tiros certeros, desgarró los ligamentos de ambas rodillas de Amador. Teófilo, cirujano de gran prestigio, llevó a Sergio a su clínica privada y lo estabilizó. Era la primera vez que Antonio perdía los papeles de aquella Manera. Cuando la operación acabó. Teófilo llevó a Amador a la casa de Sergio para que este pidiera perdón.
No solo no encontraron eso. Javi y Miguel estaban colgados de un cabo del techo. De sus bocas salía sangre y el techo, lleno de balas. Bajaron al sótano para buscar a Sergio. La 40 estaba en el suelo con la boca llena de sangre. Parte del cerebro del millonario estaban en la blanca pared. Su cuerpo, tendido sobre la mesa. Sus ojos, cerrados. Y una nota, con muy mala caligrafía: “deuda saldada”.